Catalina de Erauso | El fascismo islámico, la Guerra Santa y la pornotopia del paraíso 1
Esta es la primera parte de una reseña, tal vez resumen escueto, sobre un libro que no ha sido traducido al español todavía. Se trata de “El fascismo islámico” de Hamed Abdel-Samad. Contiene una infinidad de datos muy relevantes para entender acontecimientos recientes en el mundo islámico. Algunos datos pueden ser muy molestos, motivo por el cual el autor desata tempestades allí donde se presenta.
Hamed Abdel-Samad nacido en 1972 en Giza, El Cairo, muy cerca de las famosas pirámides es hijo de un imán de Egipto. Es hablante nativo de árabe, conoce el árabe clásico y las fuentes de sabiduría del islam. Con 23 años emigró a Alemania y se licenció en Ciencias Políticas por la Universidad de Augsburgo. Vive en estos momentos en algún lugar de Alemania bajo protección policial porque el sabio islámico Mahmoud Shaabande la Universidad Al-Azahr de El Cairo pronunció una fetua-fatwa en 2013 en la que instaba a todos los musulmanes del mundo a asesinar a Abdel-Samad al haberlo acusado del delito de herejía por escribir un libro titulado Mi despedida desde el cielo que publicó en 2009. En este libro abogaba por un islam sin yihad (Guerra Santa), sin sharia (ley islámica) y sin proselitismo. Desde 2013 le acompañan varios policías las 24 horas del día y cambia de residencia cada cierto tiempo por indicación del Ministerio de Interior de Alemania. Cuando da charlas es siempre en medio de altísimas medidas de seguridad porque es el crítico del islam nacionalizado alemán que, posiblemente, mejor conozca el Corán, los hadices y la sunna por haber leído los textos originales en árabe clásico. Para los que no conozcan los entresijos de la religión islámica, el Corán es el libro sagrado que los musulmanes consideran que es la revelación divina directa, o sea la palabra de Dios que no se puede ni modificar ni cuestionar. Los hadices contienen palabras del profeta Mohamed no recogidas en el Corán y que fueron inmortalizadas por sus coetáneos estando estas sujetas a interpretación de los sabios islámicos debido a que algunas fuentes no son dignas de crédito. La sunna es la biografía del profeta. Estos tres elementos conforman el islam y han de ser vistos como una unidad indisoluble. Abdel-Samad se ha perfilado como el crítico más laureado y odiado del islam en Alemania, religión de la que él bebió desde su más temprana niñez en su casa. Su carrera de Ciencias Políticas le acercó a los autores de la ilustración francesa y alemana que despertaron en él la duda sobre su entramado de valores y creencias y le allanaron el camino para apartarse del islam. Cuando critica el islam, lo hace basándose en los textos coránicos originales además de los hadices y la biografía del profeta o sunna. Analiza todas estas fuentes evaluando el contexto histórico en los que se produjeron los hechos y los interpreta cuestionando la vigencia de sus doctrinas en el siglo XXI basándose en los derechos humanos universales hoy vigentes.Como la Guerra Santa es una obligación para todo musulmán, conviene recordar cómo se puede llevar a cabo. Con la palabra, con el corazón, o sea los hechos, o con la espada, es decir con la violencia. Todos los musulmanes que difundan el islam por cualquiera de estos métodos, obtendrán el premio más alto cuando mueran. Abdel-Samad analiza, entre otros, las recompensas a los jihadistas en su libro “El fascismo islámico”.
Al capítulo “Jihad y la pornotopia del paraíso” le dedica 10 páginas (129-139 en su versión en alemán), es decir al galardón que reciben los que divulgan el islam por el mundo. Para entrar en materia, el paraíso se compone de siete jardines superpuestos que no están sujetos por pilares (31:10, 13:2) algo a lo que hace alusión el propio Corán en las suras 23:17, 23:86, 41:11-12, entre otras, y es una concepción del cielo que también está presente en la tradición judaica o en el propio Aristóteles. El cielo inferior está adornado por estrellas para proteger contra los satanes según las suras 37.6., 67.5. La descripción de los moradores del paraíso tiene marcados visos humanos e incluso la flora es similar a la terrenal. Los tamaños difieren porque se describe un árbol cuya sombra necesita un jinete 100 años en atravesar (Bukhari V8 B76 N559). El último de los jardines es el paraíso donde habita Alá, el cual está dividido en 100 compartimentos según Bukhari y está reservado a los muhahidin (los soldados del Jihad). Cuanto mayores sean las hazañas en la Guerra Santa, más arriba llega el soldado. El lugar más codiciado entre los fieles es Al-Firdaus, debajo del Señor, donde nacen los ríos que llevan agua, miel, leche y vino que no se corrompen ni producen cefaleas. Este es el paraíso que Hamed Abdel-Samad denomina pornotopia tomando prestado el término acuñado por el psicoanalista norteamericano Steven P. Marcus. Pornotopia es un estado fantástico dominado por la actividad sexual universal.
Abdel-Samad desgrana los elementos sexuales del relato del paraíso islámico basándose en las suras coránicas y los hadices enmarcándolos en su justo contexto indagando así en la personalidad del profeta. Afirma, no sin cierta ironía, que un relato de esa índole ya habría sido censurado en países árabes en los que sigue vigente la censura por ser el texto prolijo en detalles sobre la culminación del éxtasis sexual y el placer carnal en general, de ahí la alusión a pornotopia. Pero veamos qué ofrece el paraíso islámico según los hadices a todos aquellos que han llevado una existencia en consonancia con el islam en la vida terrenal. En el paraíso encontramos habitantes llamadas “huris” o mujeres vírgenes voluptuosas que están a la espera de los que han luchado por Alá. Hay 72 para cada buen creyente varón. Son de una belleza extrema, con ojos muy grandes y pechos voluptuosos que se inflan y que las huris apenas cubren con telas de seda. Además, pueden gozar de sus esposas que habían tenido en vida. Todas ellas tienen vaginas exquisitamente seductoras. Los hombres que han podido llegar al séptimo cielo son hombres que tienen erecciones infinitas que les permite fornicar sin pausa y sin cansancio. Por ende, existen las figuras de los eunucos que son los que sirven frutas, carne de ave y vino a los creyentes. Cada una de esas huris tiene 70 sirvientas que también están a disposición de los mártires. Por lo tanto, a cada mártir le corresponden 5040 mujeres como premio por haber muerto por la causa de Alá. Los autores de los hadices tenían una imaginación desbocada y narraban el acto del coito con todo lujo de detalles según Abdel-Samad. Dice así el teólogo medieval Al-Suyuti que las huris no pierden la virginidad a pesar de haber fornicado los mártires con ellas. El pene no conoce flacidez y “el coito es extremadamente dulce, no es de este mundo”, concluye. Este es solo un ejemplo porque hay una infinidad de consejos en los libros religiosos de cómo lograr el éxtasis sexual. Abdel-Samad afirma citando a Thomas Maul que resulta muy revelador que la unión con Alá se materialice en la satisfacción del instinto sexual del hombre y no en la unión con Alá. Todos los tabúes que existen en la tierra quedan derogados en el paraíso, pero no para las mujeres. Las mujeres siguen siendo el objeto sexual de los hombres también en el más allá. Las servidoras del sexo o huris no tienen mayores privilegios aparte de no quedar embarazadas y estar libres de menstruación. A mí me llama la atención que los moradores del séptimo cielo no tengan prohibido el consumo de alcohol.
El profeta tenía una relación ambivalente para con las mujeres según el autor del libro. Y esta ambivalencia estaba directamente relacionada con su biografía o la sunna. En su faceta misericordiosa, el profeta introdujo el derecho a parte de la herencia del marido, un hito en los derechos de las mujeres que enviudaban. Aconsejó a los musulmanes ser cariñosos y benevolentes con sus esposas. También dio por bueno que las mujeres que fuesen emprendedoras y tuviesen patrimonio propio, como ocurrió con su primera esposa y mecenas. Por último, dijo que las mujeres eran iguales ante Dios. Todas estas bondades contrastan con las facetas más misóginas de su personalidad. Tal vez por los celos que sentían algunas de sus esposas hacia Aishe, su esposa más joven y preferida, y los conflictos que se derivaban de ello, el profeta tenía otras pautas de comportamiento. Se casó con Aishe cuando esta tenía 6 años consumando el matrimonio a los 9 y cuando el profeta ya había cumplido más de 50 años. Aishe era la única virgen con la que se casó entre sus 12 mujeres porque las otras eran viudas, casadas o divorciadas. Y esa ambivalencia brota de su relación con la sexualidad.
El papel que desempeña la sexualidad en el islam no está nada claro según Abdel-Samad. Afirma que no se sabe si el islam está hipersexualizado o es puramente ascético. Para ilustrar esta duda, hace hincapié entre la discrepancia manifiesta entre cuadros medievales donde se presentan harems con mujeres medio desnudas en poses lascivas y las mujeres musulmanas tapadas de pies a cabeza. La sexualidad, añade, desempeña un papel primordial en el islam, pero siempre entendida desde la perspectiva del hombre. La relación del islam con la sexualidad es, en cualquier caso, contradictoria. En un extremo están las mujeres cubiertas de pies a cabeza que son omnipresentes en sociedades musulmanas sunníes y, en el otro extremo, una manada de personas con una sexualidad reprimida que no acierta a cumplir con los preceptos de su propia religión. Abdel-Samad sugiere que esa relación contradictoria refleja las vicisitudes de la biografía del propio profeta. Su primera mujer y mecenas Khadija murió en el año 619 cuando tenía 60 años. Mohamed tenía 15 años menos. Es a partir de ese momento que el profeta se casa con once mujeres. El matrimonio con la mayoría de ellas se produjo pasados los 55, cuando la potencia sexual masculina acusa un descenso sustancial según el autor. No tuvo hijos con ellas.
Para entender esta relación contradictoria con la sexualidad, el autor hace referencia a una anécdota muy conocida de la biografía del profeta. Se trata de la batalla contra los judíos Quraiza. Cuando Mohamed y sus soldados ganaron la batalla, uno de sus soldados pidió permiso al profeta para disfrutar carnalmente de una de las mujeres que tomaron como prisionera de guerra. Era Safiya y la rehén tenía una belleza singular. El profeta no se la concedió porque dijo que era para él. Por lo tanto, tuvo acceso carnal a ella sin que mediase su consentimiento aquella misma noche. Hoy lo denominaríamos violación. Al día siguiente, cuando Mohamed salió de su tienda de campaña se encontró a ese soldado delante de la puerta haciendo guardia. El soldado le confesó que se quedó fuera vigilando porque temía que Safiya se vengase de él asesinándolo porque el profeta había decapitado a su marido, a su hermano y a toda su tribu judía. Abdel-samad interpreta este hecho histórico en clave de guerra y dominación. La guerra islámica significa ocupación, asesinato de los varones, esclavización de sus mujeres y conquista de sus úteros para multiplicar el número de musulmanes dejándolas preñadas. La religión se transmite por vía paterna en el islam, al contrario que en el judaísmo donde se transmite por vía matrilineal. El autor relata que los soldados islamistas suelen hacer lo mismo actualmente cuando entran en pueblos cristianos en Siria e Iraq y lo siguen considerando como buena tradición islámica hasta el día de hoy.
La sexualidad no se entiende sin la virginidad en el islam. El culto a la virginidad es algo que el islam heredó del judaísmo en el cual las relaciones extramatrimoniales son objeto de sanción penal severa. Pero el culto a la virginidad ha sido exacerbado, si cabe, en el ámbito islámico. Precisamente porque 11 de las esposas del profeta no eran vírgenes, aconsejó a sus colaboradores lo siguiente: “Casaos con las vírgenes porque sus úteros son más capaces y sus labios son más dulces y además son más fáciles de formar”. De esto se deriva que el himen tiene un estatus jurídico singular según la ley islámica. Citando a Thomas Maul que ha examinado la jurisprudencia en Irán, afirma Abdel-Samad que la virginidad de una mujer vale más que su vida. Al igual que a una mujer le corresponde la mitad de la herencia que a un hombre, cuando esta es asesinada el perpetrador solo tiene que pagar la mitad de lo que debería pagar por un hombre a los familiares de la víctima. Ese pago se denomina dyya. Y lo interesante es cuando en lugar de asesinato se producen lesiones. El artículo 297 establece que el asesinato de un hombre equivale a 100 camellos. La misma tasa se estipula para los testículos, el izquierdo vale 66,6 y el derecho solo 33,33 camellos porque la shariaconsidera que el testículo izquierdo es el responsable de transmitir el sexo masculino. Por lo tanto, concluye Abdel-Samad que la vida de una mujer vale menos que el testículo izquierdo de un hombre. Pero si alguien le perfora su himen por violación, le corresponden 50 camellos además de la dote que le hubiese correspondido si se hubiese casado. Es decir, su himen es más valioso que su vida. La relación extramarital de la mujer se sanciona con la lapidación. Ahora bien, si esa mujer firma un contrato de matrimonio de duración limitada antes del coito, se puede acostar con quien quiera tantas veces como quiera sin salirse del corsé islámico chiíta de Irán. Es una práctica muy extendida entre los hombres iraníes. Abdel-Samad concluye con cierta amargura que las sociedades en las que domina el islam están bañadas de miseria y doble moral. El matrimonio, cuya única función es la reproducción del islam, es un contrato civil que estipula derechos y obligaciones para los contrayentes, correspondiéndole la vigilancia de su cumplimiento al estado.
Hay otros muchos relatos sobre el profeta recogidos en los hadices que rezuman animadversión contra las mujeres o, tal vez, misoginia manifiesta según Abdel-Samad. En este sentido, se sabe que el profeta llevó a su esposa preferida a un campo de batalla. A la vuelta, Aishe –que era una niña- se perdió y después fue encontrada en la tienda de camellos de otro hombre. Antes de que el profeta llegase a Medina, ya se hablaba de este tema insinuándose que Aishe le había sido infiel. Cuenta Abel-Samad que el profeta estaba dolido y estuvo llorando varios días. Un primo suyo le aconsejó que repudiara a Aishe, pero en ese momento le llegó una revelación divina que le aseguró que fueron los infieles quienes habían divulgado esa falsedad y Aishe no fue castigada por ese desliz. Algo parecido se repitió en las filas de sus esposas. Algunas de sus esposas acusaron a otra de haber mantenido relaciones sexuales con un esclavo. Cuando el verdugo fue a ejecutarlo constató que estaba castrado. Es a partir de este momento en el que Mohamed les impuso nuevas normas de vestimenta y comportamiento a todas sus esposas. Les obligó a cubrirse por completo y no podían hablar con otro hombre a no ser que mediara un muro entre ellos. Los islámicos tradicionalistas siguen favoreciendo este tipo de comportamiento hasta nuestros días porque fue la forma de actuar de Mohamed y él es el ejemplo a seguir. Abdel-Samad considera que el velo es un reflejo de la desconfianza del hombre hacia la mujer y también de la mujer hacia el mundo exterior.
El párrafo que sigue es casi la traducción literal del último párrafo del capítulo que se resume aquí. Hace hincapié sobre la miseria y doble moral en lo relativo a la sexualidad en el mundo islámico en vista de las vulneraciones de los derechos a la integridad física de las mujeres. Menciona los ataques con ácido a mujeres que no llevan velo así como crímenes de honor y lapidaciones que son comportamientos misóginos totalmente normalizados en sociedades musulmanas. Añade que, en los países como Afganistán, Egipto o Irán, en los que la sexualidad se tabuiza, las agresiones sexuales en la vía pública a plena luz del día alcanzan dimensiones inaceptables. Los islamistas convencen a hombres jóvenes de alistarse para la Guerra Santa en Siria porque les cuentan que allí está permitido el sexo por la Guerra Santa. En la guerra de Siria combaten muchos hombres jóvenes de estados musulmanes, mayormente del norte de África. Los sabios sunitas suelen apoyar la Guerra Santa sexual porque entienden que es lícito ese proceder al haber permitido el profeta practicar el sexo a sus soldados con las mujeres tomadas presas sin que medie el matrimonio tras una larga batalla para que pudiesen descargar su tensión sexual. Abdel-Samad ironiza diciendo que aquí se deroga la prohibición del sexo extramarital porque lo que se persigue es un bien mayor: la Guerra Santa. Se trata de motivar al soldado jihadista y promover sus fantasías sobre el paraíso que le espera si fallece en la Guerra Santa.
El capítulo contiene muchos más detalles que es imposible resumir en un artículo. Valga como resumen, que muchos hombres extremadamente pobres ven el paraíso como el lugar donde podrán alcanzar lo que añoran y jamás lograrán en vida al no disponer de patrimonio suficiente para optar a una sola mujer o a una vida medianamente digna. En el séptimo cielo les espera la abundancia material y la plenitud sexual. Por tanto, sufrir en la tierra es un mal menor comparado a la felicidad eterna a venir, les susurran los sabios en asuntos divinos. Han asumido el papel de pasar penurias porque la responsabilidad divina de guardar la honra de la familia recae sobre el varón y esa tarea los mantiene ocupados de por vida. El honor está estrechamente ligado al aparato reproductor de las hembras que ellos custodian con celo. Con mucho acierto indica Abdel-Samad que el control del vientre de las mujeres en la tierra y, por ende, su sexualidad siempre fue una de las prioridades de los regímenes fascistas.
Habrá otras dos entregas sobre este libro muy informativo y escrito de una forma amena. Para leer todo el libro, tendrán ustedes que esperar a que se traduzca al castellano.
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