Marcel Lhermitte | Reflexiones sobre el legado electoral
Una de las preguntas más frecuentes que se encuentran a la hora de hacer campañas electorales –al menos en mi caso personal– es cómo heredar determinados votos por filiación parental, afinidad ideológica o por ser señalado por un líder carismático. Algo así como cuál es la forma de captar un legado de votos que no son propios. Pero simultáneamente, en otras oportunidades, también hay quienes buscan trazar estrategias para separarse de determinadas figuras.
Lo primero que se debe aclarar es que no existen fórmulas para obtener el éxito en estos casos, por más que algunos las pregonen o, al menos, quizás yo no las conozco. Cada caso es único, estará vinculado con la reputación de la figura en cuestión, a lo que se sumará la imagen y la identidad del candidato, y tendremos que manejar además la idiosincrasia local, el sistema político y mediático, la coyuntura, etc.
Un caso que siempre me llamó la atención fue el de Uruguay –luego del advenimiento de la democracia– con los candidatos que promovieron los presidentes de la República como sus delfines políticos.
En 1989 el presidente Julio María Sanguinetti promovió a Enrique Tarigo y Luis Lacalle fue electo mandatario. En 1994 Lacalle contó con Juan Andrés Ramírez como su delfín; Sanguinetti obtuvo la presidencia y Ramírez ni siquiera fue el candidato más votado dentro del Partido Nacional, en épocas en que aún existía el doble voto simultáneo, sistema que permitía presentar más de un candidato presidencial por partido. En 1999 el candidato de Sanguinetti fue Luis Hierro López, pero la ciudadanía eligió a Jorge Batlle en las elecciones internas del Partido Colorado primero y en las presidenciales posteriormente. El candidato de Batlle, en 2004, fue su ministro del Interior, Guillermo Stirling, que obtuvo una de las votaciones más bajas de la historia del Partido Colorado; el presidente electo fue Tabaré Vázquez. En 2009, luego del primer gobierno frenteamplista, Vázquez promovió a Danilo Astori como su candidato, que terminó perdiendo la elección interna de la coalición de izquierdas con Pepe Mujica, que sería elegido mandatario. Cinco años más tarde el mismo Mujica apoyó la presidencia de Vázquez, quien fue el primer delfín uruguayo en conseguir su objetivo y llegar a la jefatura de Estado. Finalmente, en 2019 Vázquez no jugó un rol decisivo en la campaña, pero apoyó a Daniel Martínez, que sería vencido por el actual presidente Luis Lacalle Pou.
Esta larga e intrincada historia es una muestra nada más de lo difícil que es trasvasar votos de una figura a otra, y no solo en Uruguay, sino en el mundo entero.
Lo primero a entender es que cada candidato es único. Claro que viene portando una historia y un legado consigo, pero mayoritariamente es producto de su desempeño personal, más allá de que pueda contar con raíces que lo vinculan a una ideología o a una familia.
Una construcción sumamente interesante para hacerse de un legado político, que también trae aparejado una acumulación electoral, es el del peronismo en Argentina. La figura señera del general Juan Domingo Perón, tres veces presidente de la República, logró consolidar una línea ideológica, hace varias décadas, que ha servido de referencia y bandera a políticos que ocupan un gran arco ideológico, que va desde el conservadurismo hasta el progresismo.
Paralelamente, existen figuras en nuestra América Latina que han construido una sólida imagen y que cuentan con una reputación política que concita grandes adhesiones. De tal magnitud es el legado de estos referentes, que los partidos y sus figuras reivindican los valores construidos y al mismo tiempo buscan conquistar los votos del extinto dirigente.
Vale aclarar que, así como esos líderes generan una gran adhesión de parte de algunos sectores de la ciudadanía, en otros segmentos de la población, obtienen indiferencia o rechazos absolutos.
Casos concretos como el de José Francisco Peña Gómez en República Dominicana quizás sea el que cuenta con mayores consensos en su país, cuando evaluamos los distintos casos que se dieron en los países de América Latina y el Caribe, pero también hay otras figuras que han polarizado las ciudadanías, que marcaron épocas y que las figuras emergentes buscan rescatar para conseguir rédito electoral y político, así como también –lógicamente– para promover su ideario.
Los casos más claros quizás sean el de Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Álvaro Uribe en Colombia, Omar Torrijos en Panamá, los Kirchner en Argentina, Lula da Silva en Brasil, etc.
Paralelamente, se dan los casos de figuras que a todas luces intentan separarse de sus herencias y otros no tanto, a pesar de estar claramente vinculados a dictadores o figuras históricas que generaron una muy mala reputación, que no debería afectar a sus hijos, pero que en muchas ocasiones así sucede.
El caso del exsenador colorado Pedro Bordaberry en Uruguay es un ejemplo claro, que lo llevó incluso a utilizar solo su nombre de pila en las primeras campañas electorales en las que participó, para no ser asociado con su padre, el golpista Juan María Bordaberry. También se dan casos como el de la política guatemalteca Zury Ríos, hija del dictador genocida Efraín Ríos Montt, a quien define como su inspiración y que seguramente volverá a ser candidata presidencial en 2023.
Asimismo, en Chile se da un caso con características similares, cuando fracciones de ultraderecha reivindican públicamente la figura de otro de los grandes tiranos que tuvo América Latina, Augusto Pinochet, y con eso se busca no solo levantar sus postulados sino también conquistar adhesiones políticas. En las elecciones de 2017, el candidato presidencial José Antonio Kast no dudó en decir que si Pinochet viviera lo votaría a él.
Pero los votos no se transfieren en ningún lugar del mundo. Cuando votamos a un candidato es por sus propias características y acciones, por su reputación personal, por su imagen; que puede estar imbuida del espíritu de una figura de carácter superior e icónica, pero los electores siempre sabrán que su referente original no está en la contienda, quizás sí sus ideas, pero representadas por alguien más que no es él.