Marcel Lhermitte | Un reflejo oscuro de la realidad
Desde hace un buen tiempo tenía pendiente la lectura del voluminoso libro biográfico de Nelson Mandela, El largo camino hacia la libertad. En sus páginas encontré mucha información que me sirvió para reafirmar el concepto que tenía del histórico líder sudafricano, para descubrir facetas que desconocía y para razonar sobre uno de los principales objetos de estudio de la comunicación política: el rol de los medios de comunicación.
No es mi intención realizar un análisis del texto, sino tan solo utilizarlo como disparador. Antes de llegar a la mitad del libro, encontré una frase que me llevó a hacer un alto, releerla y tomarme unos segundos de reflexión: “… la prensa solo es un reflejo oscuro de la realidad. La información que suministra es importante para un luchador por la libertad, no porque revele la verdad, sino porque deja al descubierto los prejuicios y los puntos de vista tanto de quienes elaboran el periódico como de quienes lo leen”.
Un poco de contexto. Esta frase la dijo Mandela poco tiempo antes del Proceso de Rivonia, en pleno régimen de apartheid promovido por el gobierno conservador de derecha del National Party, a principios de la década del 60. Se trataba de una época en que la población negra tenía coartados sus derechos civiles y estaban a la orden del día la violación de los derechos humanos. La prensa sudafricana tampoco se destacaba por la libertad de expresión.
Así y todo, la prensa era una de las principales herramientas que utilizaban para informarse los dirigentes del Congreso Nacional Africano, más allá de los contactos personales y de las reuniones de colectivos dirigentes.
De las palabras de Mandela surge algo inevitable de pensar, que se aplicaba en ese entonces, tanto como antes o ahora mismo. Cada medio de comunicación revela “los prejuicios y los puntos de vista” de sus responsables y sus consumidores. Dicho de otra manera, los medios de comunicación son empresas comerciales que tienen intereses –políticos y sociales–, que se promueven y defienden a través de una línea editorial, que responde a una ideología particular.
No deberíamos asombrarnos ni escandalizarnos cuando encontramos medios de comunicación que cumplen con ese rol de defensa del establishment, como le sucedía a Mandela. No sorprende que un periódico oficialista analice la popularidad de un presidente destacando un 45% de apoyo a su figura, al tiempo que cuando años antes le tocó al mismo medio ser opositor resaltaba que al mandatario en funciones había un 45% de ciudadanos que no lo apoyaba. El vaso medio vacío o medio lleno, se mostrará de acuerdo al interés editorial del medio, para beneplácito de su público, que generalmente comulgará con la visión política que le ofrecen.
Estas estrategias empresariales y editoriales de los grandes medios de comunicación, desde hace un buen tiempo, empezaron a ser enfrentadas por los políticos que no eran favorecidos o directamente eran atacados por los formadores de opinión. A través de iniciativas que podemos definir como populistas, en el sentido técnico de la palabra, algunos líderes como Hugo Chávez en Venezuela, Tabaré Vázquez en Uruguay, Nayib Bukele en El Salvador, los Kirchner en Argentina, entre tantos otros, situaron a algunos medios en un imaginario eje del mal.
Ese enfrentamiento con líderes de alta popularidad llevó a que los medios de comunicación no salieran indemnes de la batalla, sino por el contrario, que fueran dañados en donde más les duele –o al menos debería dolerles–: la credibilidad.
Pero los medios de comunicación más allá de la línea editorial son empresas comerciales, y como tales necesitan para su subsistencia de los ingresos, generados en gran medida por la publicidad estatal y por los avisadores privados, que en ocasiones también es el sistema político. Es más, se puede hablar de un período de zafra justamente en las campañas electorales, por lo que allí se entra en la contradicción de defender una ideología política pero sin cortar el ingreso de divisas que podrían provenir de los opositores.
Poco sabido es por los ciudadanos que en muchos medios de comunicación de América Latina las entrevistas o notas a los candidatos son exclusivamente pagas. No existe un interés periodístico sino puramente comercial. La lista de precios llega a los comandos electorales, con costos diferenciados en caso que se quiera comprar una tapa, una entrevista, una página completa o una nota destacada. También existe la posibilidad de escribir uno mismo la nota o hacer los asesores el reportaje sin siquiera tener contacto con los periodistas. Todo es posible. Todo tiene un precio. Todo se compra y se vende.
Todo vale, también la manipulación utilizando estas acciones legales y valiéndose del desconocimiento de los consumidores de información, simples ciudadanos que desprevenidos caerán en estrategias políticas y comerciales, sin que ninguna normativa, nada ni nadie los ampare o los advierta de estas iniciativas, que no dejan de ser una estafa.