Marcel Lhermitte | Apuntes de deporte: persuasión, oportunismo y política
La ceremonia de clausura nos confirmaba que, un año más tarde de lo previsto, los juegos olímpicos de Tokio 2020 llegaron a su fin. Estados Unidos fue el más laureado de la cita, pero China obtuvo solo una medalla de oro menos que los norteamericanos. El crecimiento del poderío de la potencia asiática comienza a verse también en el deporte. ¿Qué tiene que ver esto con la comunicación política? Mucho.
Las imágenes en blanco y negro nos muestran a las delegaciones desfilando como soldados que van a la guerra. Muchas de ellas con el brazo derecho extendido al frente. Saludan a la máxima autoridad que se encuentra en el palco: el führer Adolf Hitler. Es el 1 de agosto de 1936 en Berlín. El objetivo principal de la cita olímpica es demostrar la superioridad física de la raza aria.
La historia nos contará que Hitler fue derrotado, que un atleta afroamericano –Jesse Owens– ganó cuatro medallas de oro en algunas de las principales disciplinas olímpicas, pero el frío medallero dirá que Alemania fue el vencedor con un total de 89 medallas (33 oros), por encima de Estados Unidos que obtuvo 56 preseas (24 doradas). China no aparecía entre los diez primeros siquiera.
La definición por obtener la sede de las Olimpiadas de 1980 se dio en el marco de la Guerra Fría. En 1974 se postularon dos ciudades: Moscú y Los Ángeles. Finalmente, los soviéticos obtuvieron la responsabilidad de organizarlas y con ello la “obligación” de demostrar su supremacía sobre los estadounidenses, pero estos optaron por no participar y de esta forma tratar de boicotear el evento. El medallero lo ganó el comunismo internacional: el más laureado resultó la URSS, segundo Alemania Oriental, tercero Bulgaria y cuarta Cuba.
Al boicot estadounidense se sumaron muchos países, que decidieron no participar de los juegos en suelo soviético, bajo el argumento de que la URSS había invadido a Afganistán en 1979. Entre las naciones que apoyaron la iniciativa de los norteamericanos estaban Alemania Occidental, China, Israel, Japón, Canadá, Argentina, Bolivia, Chile, El Salvador, Haití, Honduras, Panamá, Paraguay, Uruguay, etc. Varios de los países latinoamericanos estaban siendo gobernados por dictaduras que tenían como enemigo común al comunismo internacional, y habían sido propiciadas y/o respaldadas por Estados Unidos.
Otros países como Puerto Rico, Australia, Bélgica, Dinamarca, España, Francia, Reino Unido, Irlanda, Italia, Países Bajos, Portugal, Suiza, etc. participaron de los juegos pero en representación de la bandera olímpica, no de sus países, para de esta forma expresar el apoyo al boicot estadounidense.
Para 1984 fueron los soviéticos los que decidieron no acudir a los juegos olímpicos de Los Ángeles, debido a que en 1983 Estados Unidos invadió Granada para derrocar al gobierno local. La invasión norteamericana no mereció ningún tipo de condena de parte de los países que participaron del boicot de Moscú. Las naciones que decidieron no acudir a la cita fueron: Afganistán, Albania, Alemania Oriental, Angola, Bulgaria, Checoslovaquia, Corea del Norte, Cuba, Etiopía, Hungría, Irán, Laos, Libia, Mongolia, Polonia, Vietnam y Yemen del Sur, además de la URSS.
Históricamente las Olimpiadas, al igual que los Mundiales de fútbol o el deporte en general fue utilizado por los gobiernos y los distintos líderes para ganar réditos políticos, como método de distracción o como herramienta para generar consensos. Los regímenes fascistas se han caracterizado por ello. Una prueba fehaciente fue el Mundial de 1934, organizado por la Italia de Mussolini, el Mundial de 1978, de la Argentina de Videla o el Mundialito de 1980 de la dictadura uruguaya.
Las potencias mundiales buscan demostrar su poderío colgando todas las preseas posibles en los cuellos de sus atletas, mientras que los países en desarrollo generalmente no invierten en deporte y dependen de las condiciones naturales de sus deportistas, pero cuando estos consiguen una participación destacada son recibidos por gobernantes que intentan obtener una transferencia de éxito por algo en lo que –por lo general– no tienen demasiado mérito.
Incluso en épocas de campañas electorales cotizará al alza la foto de un candidato con un deportista destacado o con una delegación triunfante, así como también el apoyo expreso de los atletas a determinado proyecto político.
La popularidad del deporte y el éxito o celebridad de los atletas representa gran parte de la satisfacción de los pueblos, fundamentalmente de los sectores más populares y por lo general menos politizados, ahí radica gran parte del interés de los políticos para hacer llegar mensajes a sectores de la sociedad que de otra forma les sería más difícil.