Don Mitxel | Pronto se acabará lo bueno
A estas alturas del confinamiento ya no sabe uno si hablarles de los héroes sin capa o de los héroes capados, así que voy a hablarles de lo que ya procede y nadie se atreve, es decir, de todas esas personas que dedican su confinamiento a decirnos al resto cómo tenemos que llevar el nuestro, y quiero aquí remarcar que no les he llamado metomentodo, punto a favor de mi proverbial educación.
A nada que ponga ud. el televisor, conecte la radio, lea un periódico, entre en una red social -si no le han expulsado de ella – o mire el guasap de su cuñado, encontrará un sinfín de remedios científicos para que además de estar confinados, no olviden uds. que esto es un valle de lágrimas y aquí hemos venido a sufrir.
Médicos, psicólogos, nutricionistas, profesionales del ocio y del deporte, y cuñaos en general se lo recomiendan: haga ud. una dieta sana (coma todo lo que más asco le dé), no se olvide del ejercicio (reinvente su pasillo en una pista de atletismo), aproveche para examinar su interior (todo lo que vienen a ser las vísceras), hable con sus hijos (no le responderán, se está poniendo ud. pelma total), mantenga una rutina (adiós a esas grandes fiestas al borde del plato ducha), madrugue como cualquier lunes para que le dé tiempo a seguir todos estos consejos…
En fin, finalmente los sabelotodo le advertirán que va ud. directo al divorcio, consecuencia sin duda de haberse tomado en serio todos esos consejos, hasta convertirse en una persona insoportable e iracunda, incapaz de entender que tanto ud. como lo suyos deben exprimir al máximo lo poco positivo que tiene estar sometidos a esta situación.
Por todo ello, en mi casa hemos decidido que podemos prescindir de tanto listillo y montárnoslo de otra manera, verán, porque resulta que hemos convertido nuestra vivienda en un bungalow vacacional pero mucho más espacioso, con wifi particular, televisor con acceso a plataformas digitales, nuestros libros y gadgets preferidos… en fin, todo eso que a ud. le hubiera gustado llevar a un camping y nunca pudo.
Disfrutamos de unos horarios veraniegos bastante relajados, con la sola condición de asegurar esas obligaciones que todos tenemos incluso en el estío. Comemos especial que para eso ahora hay tiempo para cocinar y, aunque ir al súper del camping siempre es un poco pesado porque se forman colas, hemos de reconocer que tiene de todo, así que nadie se queda sin su capricho, que si mi helado, que si la tarta queso, que si un fideuá…
La siesta no es obligatoria, pero sería un desperdicio no echarla. Y la partidita de cartas, con el parchís por el momento nos estamos conteniendo por no abusar. En resumen, que esto es el paraíso, para colmo abres la prensa y todo son buenas noticias: cuando no baja el número de muertos es que baja el número de contagios, solo hay esperanza por doquier.
Lo disfrutamos aún más sabiendo que esto no va a durar toda la vida: pronto nos van a confinar en el curro, en el transporte público y en esa estrechez de horarios de la vida de locos que nos hacen llevar.
Y ahora ud. haga lo que le dé la gana, pero recuerde que quizás nunca más vuelva a estar confinado.
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