Albert Sabater Pla| Inmigración. Como molinos de viento.
A pesar de que la empatía intercultural cada día gana más adeptos, aún hay quien pone en entredicho algunos de los obstáculos que hacen de la inmigración una lacra para aquellos que han vivido en sus propias carnes el tener que emigrar de la tierra que les vio nacer para ir a un lugar en el que nunca tendrán la certeza de recibir un trato agradable, o por lo menos equiparable al que gozan los ciudadanos autóctonos del lugar. Y es que para tratar temas de extranjería no hay nadie mejor que alguien que haya sufrido las dificultades y contratiempos de una vida dispar, inusual e insólita para defender, comprender y expresar los sentimientos, problemas que les afectan y plantear las mejores soluciones y remedios para sortear, o por lo menos hacer menos traumático el hecho de ser inmigrante.
Una de las losas con las que deberá cargar el inmigrante durante toda su vida es el hecho de que a pesar de obtener la nacionalidad en algún momento de su vida, siempre será visto por la sociedad del lugar en la que se ha instalado como alguien distinto, como un extranjero, y es que por mucho que se integre en la sociedad, la diferencia cultural, el deje en su forma de expresarse, su color de piel o el simple hecho de saber que no ha nacido, o es hijo de alguien que no ha nacido, en el lugar, siempre será objeto de diferencia con los ciudadanos autóctonos.
El paternalismo protector que los partidos políticos, y parte de la sociedad, ejercen sobre el sector inmigrado es más un lastre que una ayuda que consiga eliminar los conceptos negativos y dificultades con las que se encuentran estos ciudadanos día a día, convirtiéndose en un retroceso y no en la evolución real que necesitan y merecen. Colocar uno, dos, cincuenta o cien personas inmigradas en puestos de responsabilidad de los partidos políticos no es una solución al problema de los inmigrantes si no se solucionan los problemas raciales, de convivencia, de aceptación, porque incluso dentro de la propia inmigración, unos sectores son afectados por problemas muy distintos a otros pudiendo encontrarse en posiciones antagónicas cuando un tema no les afecta directamente.
En muchas ocasiones, los inmigrantes se sienten como Quijotes luchando contra molinos de viento, con la impotencia de no conseguir a través de los canales democráticos, ni la ayuda real que necesitan ni el soporte necesario al no ser comprendidos conforme a sus necesidades particulares en cada caso.
El “enemigo” es grande, y a veces, aún sin intención, solo por desconocimiento empático de la causa, está en casa, por que por mucho que se pueda sentir afinidad con sus reivindicaciones, realmente quien mejor las puede defender son ellos mismos.
La inmigración necesita encarecidamente tener voz propia. Su voz. No necesita que nadie hable por ella, porque nadie mejor que ella puede expresar sus propias necesidades.
La inmigración necesita ser escuchada, a pesar de no comprender o entender sus reivindicaciones y merece que sean valoradas y tenidas en cuenta.
Porque la inmigración es un “ente” con vida propia, problemas propios, sentimientos propios, únicos por los que nadie debe hablar en su nombre.
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