Vázquez de Sola.- A veces no es fácil ser fiel a las leyes y que la ley te proteja. Es el caso de José Ortega, albañil (al que pueden ver en la fotografía).
Militante del Partido Comunista en tiempos de Franco, asumió la consigna relativa a la Reconciliación Nacional, corroborada más tarde por la Ley de Amnistía, que libraba de toda culpa a cuántos hubieran podido extralimitarse en la defensa del Glorioso Alzamiento y su Caudillo por la Gracia de Dios. Por eso, Pepe Ortega, supo callar su rabia cuando veía pasear libremente por La Línea de la Concepción o San Roque (Cádiz), a quien había procedido a su hábil interrogatorio —así llamada la tortura en los cuartelillos— justo a finales de la dictadura y próximo al nacimiento de su continuación. Junto a Ortega, su amigo José Llaves no pudo soportar con tanto estoicismo las sesiones de azotes, ahogos provocados, vejaciones… Acabó en un psiquiátrico y murió prematuramente.
Pepe Ortega es un hombre fornido, hubiera podido tomar venganza, sorprender a su inquisidor en un callejón y hacerle todo lo que el otro antes le hizo a él. Pero no. Él sería incapaz de tal bajeza. Él es un hombre, no una bestia carroñera.
Lo grotesco acaeció cuando el ayuntamiento de La Línea de la Concepción, poco al tanto de las leyes democráticas, ignorando que la Ley de Memoria Histórica prohíbe ensalzar, ni aun conservar, símbolos fascistas, dignificó —es un decir— al esbirro del fascismo autor de las sevicias sufridas por él y su amigo Llaves, junto a otros detenidos. No pudo soportarlo y escribió a un periódico, narrando su tortura y llamando torturador a quien lo había sido, de lo que aún daban testimonio sus heridas hasta en el fondo de su alma. El medio de información publicó su misiva en la conocida modalidad de “cartas al director”.
Una vez publicada la carta, el digno funcionario se querelló, ofendido al ser calificado con el título de torturador. También hubiera podido ser tratado de victimario, verdugo, sayón, esbirro, sádico, psicópata, ejecutor… o evocar el presunto y ofensivo oficio que la madre del interfecto hubiera podio ejercer, o aliviar sus intestinos sobre los difuntos más queridos y recordados del polizonte. Pero no lo hizo. Simplemente le recordó su pasado, del que bien pudiera sentirse orgulloso, puesto que el Ayuntamiento de su ciudad, por unanimidad, reconoce sus méritos y celo en el ejercicio de tan digna profesión.
El próximo 12 de mayo, Pepe Ortega se verá de nuevo frente al celoso guardián de nuestra democracia. ¿Osará reconstruir ante el juez las escenas protagonizadas por él en el cuartelillo?