Iñaki Gil de San Vicente.- Esta introducción al libro citado de Roque Dalton ha sido realizada por encargo de Ediciones El Bastón. La obra puede adquirirse contactando con su oficina, cuya dirección electrónica es www.edicioneselbaston@gmail.com
Ediciones El Bastón es una iniciativa que se propone editar y reeditar obras que fomenten el pensamiento crítico.
Desde este espacio entendemos la formación teórica como un pilar fundamental de la vida militante. No renunciamos al debate, al contrario, creemos que hay que entablar la Batalla de Ideas: es por eso que nos proponemos rescatar a los clásicos del pensamiento revolucionario y fomentar la difusión de aquellas personas que, huyendo de análisis ligeros y cómodos, intentan enriquecer nuestra tradición.
No nos proponemos cambiar el mundo publicando libros. Sabemos que no basta con leer cuando el objetivo estratégico es la revolución socialista. Nuestro aporte es un hilo más en la cuerda roja mellada que nos une. Una herramienta. Un punto de apoyo desde el cual abordar la Batalla Cultural. Una rama. Un Bastón con el cual seguir caminando hacia la utopía.
- PRESENTACIÓN: LA CUESTION DEL PODER
- RAZÓN ÉTICA POR EL PODER
- RAZÓN ESTÉTICA POR EL PODER
- RAZÓN POLÍTICA POR EL PODER
4.1. GUERRA INTELECTUAL POR EL PODER
4.2. GUERRA POR EL PODER DE CLASE
«Supongamos incluso que el correo de mañana traiga una penosa noticia: el estallido de la insurrección fue reprimido una vez más. Exclamaremos entonces, una vez más: ¡Viva la insurrección!»
Lenin
«Temo que las procesiones, el mausoleo y los homenajes, reemplacen la sencillez de Lenin. Tiemblo por él, como por mis propias pupilas: ¡Que no profanen su belleza con estampas de confitería!».
Maiakovsky
1.- PRESENTACIÓN: LA CUESTION DEL PODER
Muchas personas hemos escrito sobre Lenin, y otras muchas contra Lenin, pero solo Roque Dalton podía escribir Un libro rojo para Lenin. La cuestión del poder, optar por el poder revolucionario o por el poder reaccionario recorre a todas estas reflexiones sobre Lenin En la práctica no existe poder reformista en cuanto tal, sino delegación condicionada y transitoria que el capital hace de formas secundarias de su poder en el reformismo. Según sea la efectividad del reformismo para alienar y amansar a las clases y pueblos explotados, a las mujeres trabajadoras, a la juventud rebelde, según sea esta efectividad del siempre fiel reformismo, el capital le prolongará el disfrute de subpoder tolerado en cada contexto y coyuntura de lucha de clases.
Roque y Pancho fueron asesinados en 1975 por el sectarismo reaccionario de una parte de la dirección del ERP salvadoreño, justo tres años después de publicar esta obra maestra. Leyéndola comprendemos las razones básicas de tamaña brutalidad porque nos revela la personalidad de un revolucionario que tuvo la osadía de pensar dialécticamente, de ir a las contradicciones y estudiarlas en su desenvolvimiento aunque para ello tuviera que rescatar a autores excomulgados como Trotsky o bastante mal vistos entonces como Lukács, o al manipulado Gramsci por el eurocomunismo; también desmitificó a Stalin y sus referencias a Fidel y Raúl Castro, Mao, Ho, el Che, Kim Il Sung, etc., se hicieron desde una perspectiva que rompía con el gradualismo de la «coexistencia pacífica».
Pese al secreto mantenido sobre estos crímenes por la dirección militar del ERP; pese a las manipulaciones, mentiras e infundios lanzados contra ellos, a pesar de todo tenemos disponibles en la red la declaración de las FARN del 1 de marzo de 1980 en la que se narran los acontecimientos con todo lujo de detalles, y el posterior documento del 12 de octubre de 2006, Según estas y otras versiones todo parece indicar que parte de la dirección del ERP se oponía a una adecuación de la estrategia armada consistente en relacionar más estrechamente la acción militar con la potenciación y ampliación de las luchas populares, sociales, culturales.
La feroz masacre de la insurrección popular salvadoreña de 1930-32, las enseñanzas de las luchas de liberación antifascista en la Europa ocupada en 1940-45, las lecciones de las lucha de liberación antiimperialista inmediatamente posteriores como la vietnamita, la china, la argelina, la cubana y un largo etcétera, las respuestas socioeconómicas y político-militares del imperialismo durante la «guerra fría» para mantener y ampliar su poder en el mundo como el Plan Cóndor y otros en nuestra América, la degeneración de la URSS y el impacto del XX Congreso del PCUS, el asesinato del Che y la política internacionalista de Cuba, la nueva oleada de lucha de clases dentro del imperialismo desde finales de la década de 1960 coincidiendo con la intensificación de las guerras antiimperialistas y el agravamiento de la crisis mundial de 1968-73…, semejante historia debió influir en un Roque que en 1970 comenzó un largo viaje por países socialistas.
Todo esto fue llevando a una parte creciente del ERP a una concepción necesariamente insurreccional pero basada en y a la vez supeditada a la creciente concienciación y organización de las más amplias luchas populares. Una teoría de la lucha armada en la que la insurrección debe ser entendida como el arte de acertar cuándo ha llegado el momento crítico para asaltar al poder burgués siempre sobre la base de la más potente organización del pueblo explotado. Un arte complejo sabedor de la interpenetración de muchos procesos y su mutua concatenación, en vez de una fría técnica que desprecia el nivel de radicalidad del pueblo y el poder alienador y represor de la burguesía. Frente a una visión fría del insurreccionalismo basada en la peor interpretación del blanquismo y del comunismo utópico, casi como golpe militar realizado por una minoría selecta y alejada del pueblo, en contra este mecanicismo de manual, dentro del ERP iba cogiendo fuerza la concepción, absolutamente correcta, que exigía que la lucha armada estuviera siempre en interacción y conexión con las luchas obreras, populares, sociales, culturales, etc., evitando caer en sectario aventurerismo distanciado del nivel de conciencia y organización del pueblo.
Como es lógico, la forma organizativa del ERP mantenida hasta entonces se veía afectada por esa discusión: por un lado, si se quería seguir con el esquema militarista la forma organizativa debía ser muy cerrada, muy estanca, con pocas aberturas para evitar la penetración policial y la penetración ideológica del reformismo pero también de otras corrientes revolucionarias; por el lado opuesto, si se quería impulsar el movimiento popular el partido debía facilitar la creación de organizaciones con la suficiente libertad de acción como para ganarse la confianza de sectores con poca o débil conciencia, a la vez que tenían que acercarse a otras fuerzas sociopolíticas lo que exigía una distinción de tareas entre el aparato estrictamente armado y el resto de organizaciones.
Más adelante veremos cómo Roque Dalton insiste en su obra en la necesidad de atraer sectores sociopolíticos diferentes recurriendo a los aciertos en este sentido de otros movimientos de liberación nacional. La permanente referencia de Roque a la formación teórica amplia de la militancia también busca el mismo objetivo de facilitar tanto el fortalecimiento del pueblo expresado en una multiplicidad de organismos que le permiten vencer los medios de coerción física, moral e ideológica de la clases dominante, como aumentar el prestigio del partido en su interior y su capacidad de dirección y vanguardia. Es imposible intentar convencer a otras corrientes en el fragor de los movimientos, sindicatos, colectivos, asociaciones, etc., sin una militancia suficientemente preparada, capaz de debatir, argumentar, proponer, respetar, ganar legitimidad y referencialidad.
Es imposible lograr estos objetivos porque la militancia ignorante, no formada, es fácil presa de la demagogia reformista o ultraizquierdista: se trata del mismo riesgo pero en sentido opuesto. Sin embargo, el peor efecto de la ignorancia teórica es que la militancia que no sabe qué ocurre, por qué y qué soluciones existen, se vuelve impositiva, sectaria, dogmática, volcándose en el autoritarismo dirigista para ocultar su incapacidad teórica y su miedo al debate. Pretende llenar esos vacíos cada vez más grandes mediante una prepotencia hueca que termina produciendo rechazo y aislamiento.
Naturalmente, una militancia no sectaria, dialéctica, crítica y formada intelectualmente es incompatible con una organización dogmática, burocrática y verticalista. Si algo tiene la teoría leninista de la organización es democracia interna y disciplina consciente, asunción del debate interno como derecho/necesidad colectiva garantizada estatutariamente, y medidas que garanticen que la dirección sea destituida o cambiada parcial o totalmente con métodos democráticos. No vamos a extendernos ahora en la descripción histórica de las diferencias insalvables que enfrentan a la organización marxista tal cual ha actuado en realidad con las organizaciones estalinistas. Una de esas diferencias es que la organización marxista necesita de la personalidad crítica de cada uno de sus miembros, mientras que la estalinista necesita de la obediencia acrítica. En el texto se ofrece unas demoledoras y premonitorias palabras de Marx al respecto.
Pero la formación teórica, la agilidad en la comprensión de los cambios políticos, la conquista de la legitimidad como vanguardia que debe ganarse y mantenerse día a día, dependen de la compresión histórica a largo plazo. Aquí, en esta cuestión decisiva, Roque también demuestra su profundo conocimiento de Lenin y del marxismo. Si sabemos que las contradicciones del capitalismo tienden indefectiblemente a su agudización, si sabemos que la acumulación ampliada de capital encuentra cada vez más dificultades internas, que el imperialismo debe endurecer sus agresividad para mantener el poder de los EEUU y de sus peones burgueses, si tenemos esta perspectiva histórica basada en el estudio marxista del modo de producción capitalista, entonces la teoría de la organización de Lenin actualiza su valía.
La tesis de la actualidad de la revolución no dice que ésta vaya a estallar inopinadamente dentro de unos momentos, despertándonos del opio de la «normalidad democrática», sino que la humanidad ha entrado en una fase histórica en la que sólo la revolución socialista puede superar los antagonismos que, ahora, la conducen al desastre. La tesis de la actualidad de la revolución que Lukács extrajo como una de las gotas de quintaesencia de Lenin, sostiene que la revolución en un proceso mundial surcado por estallidos críticos, por retrocesos, estancamientos y acelerones, en medio de la aparición de lo nuevo y de la resistencia fanática y feroz de lo viejo a desaparecer.
En este proceso, cada pequeña y aparentemente insustancial resistencia, reivindicación, movilización, etc., porta en sí la semilla roja de la revolución, es un acto latente de revolución en ciernes aunque se presente incluso bajo el ropaje de petición reformista porque muestra un malestar objetivo independientemente de su interpretación subjetiva. Marx cita las palabras de un ministro de interior de Bismarck que acertó a decir que el socialismo latía en cada huelga obrera. Decía la verdad porque el capitalismo de su época estaba entrando en la fase de la actualidad de la revolución. Por esto precisamente, Bismarck y otras facciones burguesas comprendieron que había que abortar todo germen socialista antes de que arraigase y se propagase al tomar conciencia subjetiva de ese malestar objetivo, abortarlo mediante la complementación de reformas sociales, prestaciones públicas, seguros asistenciales con diferentes medidas y golpes represivos a cada cual más violento: la zanahoria y el palo.
La dialéctica entre la conciencia-en-si y la conciencia-para-si, a la que luego volveremos, funciona aquí a pleno ritmo y es decisiva para la tesis de la actualidad de la revolución y, por ello, para la teoría de la organización revolucionaria. Partimos del hecho de que las contradicciones antagónicas internas tienden a crear malestar social objetivo poco o nada teorizado. No se puede negar esta tendencialidad objetiva, la confirma la historia humana basada en la explotación y en la injustica: tarde o temprano emerge la resistencia a la opresión. Es inevitable. Bismarck dirigió la estrategia burguesa de intentar apagar la brasa roja de la conciencia mediante reformas y represiones: por esto su policía infiltró a un conocido artista en el grupo organizador de un decisivo Congreso Socialista con el objetivo logrado de propagar el reformismo pacifista, la creencia en el Estado neutral y defensor de los derechos sociales.
El capital debe impedir que la conciencia-en-sí, empírica, débil, frecuentemente inconsciente, muy espontánea en sus estallidos de justa ira pero bastante desorganizada y carente de perspectiva histórica, política y teórica, empiece a transformarse en conciencia-para-sí, políticamente lúcida y teóricamente asentada en tesis de la actualidad de la revolución y del papel decisivo de la subjetividad organizada como fuerza material organizada. Se produce así una lucha permanente entre política burguesa y política proletaria en la que el Estado del capital interviene planificadamente con la zanahoria y el palo, con el consenso reformista y la represión reaccionaria. Roque Dalton nos citará dos incuestionables ejemplos de entre los miles disponibles de esta sistemática intervención contrainsurgente.
En la medida en que las crecientes dificultades de realización del beneficio a nivel mundial, en la medida en que actúa la ley de caída tendencial de la tasa media de ganancia, en la medida en que tiende a retroceder la productividad del trabajo a la vez que sigue creciendo la deuda mundial impagable, se estanca el consumo y se asienta la deflación y la depresión, en la medida en que la crisis socioecológica se agudiza y se agotan los recursos energéticos y materiales, en esta medida la actualidad de la revolución se vuelve más perentoria y con ella la necesidad de las organizaciones comunistas.
Organizaciones y partidos comunistas sabedores de que llegará el momento en el que serán golpeadas por la represión, en el que la clase dominante intentará reducir o aniquilar las libertades y los derechos que el pueblo trabajador ha conquistado y recuperado con sus sacrificios, en el que el reformismo girará hacia el centro-derecha apoyando y legitimando la represión de la militancia revolucionaria, en que facciones del capital impulsen al neofascismo y den alas al racismo y al terrorismo patriarcal creando el miedo paralizante y dificultando lo más posible la alianza del pueblo trabajador precarizado y empobrecido dirigido por la clase obrera con la pequeña burguesía arruinada para impedir que caiga en la demagogia neofascista.
La actualidad de la revolución explica por qué vuelven a escena estas realidades que el crédulo democraticismo pacifista e idealista había asegurado en solemne acto de fe que estaban superadas para siempre, que jamás serían reactivadas por la burguesía, que habíamos entrado irreversiblemente en la eterna edad de oro de la perpetua paz kantiana.
La teoría de la organización explica que desde ahora mismo hay que adelantarse en la medida de lo posible, necesario y conveniente a estas seguras crisis futuras con formas organizativas que de un modo u otro, preparen política, ética y psicológicamente a la militancia para salir victoriosa en esos conflictos inevitables. Lenin, Engels y Marx tenían y tienen razón frente a Kautsky, Martov, Bernstein y Lassalle.
En su libro Roque Dalton reflexiona creativa y críticamente, como debe ser, sobre estas cuestiones decisivas en el desarrollo que habían tenido hasta entonces. Como vemos, por tanto, al final eran muchos y cualitativos los puntos en choque y parte de la dirección militarista, desbordada, ordenó su asesinato y el de Pancho en 1975: fue como volver, a los crímenes de la socialdemocracia al dirigir y apoyar los asesinatos de obreras y obreros, a las grandes purgas estalinistas, a la cobardía colaboracionista de los partidos comunistas oficiales con las llamadas «burguesías nacionales» para frenar en seco y con sangre los avances de sus pueblos y, por no extendernos, fue lo mismo que por entonces empezaban a hacer los eurocomunistas para «asegurar la democracia» traicionando al movimiento obrero y popular y ayudando a reprimir sus luchas armadas.
No es este el sitio ni el momento para mostrar cómo esta larga y terrible historia de traiciones ha ayudado sobre manera a salvar al capitalismo exhausto en situaciones de crisis revolucionaria. No es este el momento para reflexionar cómo sería ahora el mundo si no se hubieran producido esas traiciones, o si habiéndose intentado no hubieran surtido efecto porque, previamente, la izquierda revolucionaria se había organizado lo suficiente para hacerlas fracasar. Sí es el momento para aprender de los errores impidiendo que volvamos a sufrir esas traiciones.
Las razones que explican su edición en los Països Catalans son políticas, estéticas y éticas, las mismas que estructuran el libro de Roque y las que le llevaron a ser coherente con sus ideales incluso en el momento de ser asesinado.
2.- RAZON ÉTICA POR EL PODER
Desde la siempre importante batalla ética, Roque nos recuerda en el apartado 14 que existe una unidad profunda entre el quehacer político y la rectitud ética: «El deber de todo revolucionario es ser por lo menos más revolucionario que la burguesía más «revolucionaria»». Y en el 35 cita a Lenin: « La preponderancia moral es indudable, la fuerza moral ya es aplastante; sin ella, por supuesto, no podría hablarse siquiera de revolución. Es una condición indispensable, pero todavía insuficiente. Y si llegara a transformarse en fuerza material, suficiente para quebrar la resistencia, muy, pero muy seria de la autocracia (no cerremos los ojos ante eso), quedará demostrado por el resultado de la lucha. La consigna de la insurrección es la consigna de la solución del problema por medio de la fuerza material, y en la cultura europea contemporánea, ésta sólo lo es la fuerza militar.»
Como es su costumbre a lo largo del libro el autor recurre a otros autores que cree más capacitados que él para expresar las mismas ideas. Lukács es uno de ellos, y en lo referente a la ética podemos leer en el apartado 86 que:
«Ya hemos subrayado que la más severa selección de los miembros del partido, en cuanto a la claridad de su conciencia de clase y a su absoluta entrega a la causa de la revolución, ha de ir unida a la íntegra fusión con la vida de las masas que sufren y combaten. Y todo intento de atender a una sola de estas exigencias, descuidando su polo contrario, termina en una petrificación sectaria de los grupos, incluso de los compuestos por auténticos revolucionarios…».
La doble moral, la ética del egoísmo individualista es la base de la corrupción, que es una característica esencial del capitalismo. Las luchas contra ella desde la misma justicia burguesa responden a las pugnas cainitas entre facciones del capital que, según contextos y circunstancias, transitan mediante miles de vericuetos de la ley a los espacios grises e imprecisos, y de aquí a los declarados ilegales o criminales, para volver luego a la virtud de la legalidad, siendo lo más frecuente que ley, alegalidad e ilegalidad se solapen y convivan a la vez bajo la apariencia de normalidad, o en palabras de Lenin citadas por Roque en el aparatado 47: «… con esa sinceridad inimitable de la gente de ‘buena sociedad’ en la que ‘todos’ ejercen la prostitución política…».
Pero Roque no plantea la reivindicación ética reducida a una simple denuncia de la doble moral burguesa, sino que va a la raíz: es la militancia revolucionaria organizada la que primero ha de practicar la ética marxista tanto en el interior del partido como fuera, en la vida cotidiana, en las relaciones permanentes con las clases explotadas. Las masas descubren al instante la falta de coherencia en el comportamiento de la izquierda, su falsa ética que dice una cosa y hace otra, a veces la contraria.
La fusión entre ética y política es, además, central en el problema de la «verdad» como núcleo de la emancipación humana. No es casualidad, por tanto, que Roque lo desarrolle en el apartado 93 cuando analiza las relaciones entre la realpolitik y la política de la verdad en un imaginario debate con Zinoviev:
« …digo a las masas la verdad en cada viraje de la revolución, por muy pronunciado que éste sea. Y usted, por lo que creo entender, teme decir la verdad a las masas. Quiere hacer política proletaria con recursos burgueses. Los dirigentes que conocen la verdad ‘en su medio’, entre ellos, y no la participan a las masas porque estas son ‘ignorantes y torpes’, no son dirigentes proletarios. Uno debe decir la verdad. Si sufre una derrota, no debe intentar presentarla como una victoria; si va a un compromiso, decir que se trata de un compromiso; si ha vencido fácilmente al enemigo, no aseverar que le ha costado demasiado trabajo; y si le ha sido difícil, no vanagloriarse de que le ha sido fácil; si se ha equivocado, reconocer el error sin temer por su prestigio, pues únicamente al callar los errores puede menoscabarse el prestigio de uno; si las circunstancias obligan a uno que cambie de rumbo, no debe procurar presentar las cosas como si el rumbo siguiera siendo el mismo; uno debe ser veraz con la clase obrera, si cree en su instinto de clase y en su sensatez revolucionaria; y no creer en eso es ignominioso y mortal para un marxista. Es más, aún engañar a los enemigos es algo complicadísimo, un arma de dos filos, admisible sólo en los casos más concretos de táctica inmediata de combate, pues nuestros enemigos no están, ni mucho menos, aislados de nuestros amigos por una muralla de hierro, aún tienen influencia en los trabajadores y, duchos en engañar a las masas, procurarán — ¡con éxito!— presentar nuestra astuta maniobra como un engaño a las masas. No ser sinceros con las masas por ‘engañar a los enemigos’ es una política necia e insensata. El proletariado necesita la verdad y nada es tan pernicioso para su causa como la ‘mentira conveniente’, ‘decorosa’, de mezquino espíritu.»
Roque habla de la «política de la verdad» y aunque no emplea el término «ética» en párrafo y en el libro entero, salvo despiste nuestro, es innegable su presencia activa interna no sólo en esta cuestión decisiva, sino también y a la fuerza en la misma concepción ética del sentido de la vida vivida conscientemente hasta su último segundo. En el apartado 32, recurriendo a las palabras de J. Díaz, nos dice lo siguiente: «Nadiezhda Krupskaya, que pasó junto a él todavía ocho largos meses, cuenta en sus recuerdos que Lenin, antes de morir, le indicó que le releyera un viejo cuento de Jack London en el que un hombre que se sabe condenado por los hielos piensa en la forma de morir dignamente. Se llamaba El amor a la vida y era el mismo cuento que, herido, pensando que iba a morir, recordaría en el combate de Alegría del Pío el comandante Ernesto ‘Che’ Guevara.»
Morir dignamente es el último acto de libertad personal, de ética de la independencia vital que, a pesar de todas las adversidades, lograr reafirmarse a sí misma desde sus propios criterios de existencia de la vida. Marx dijo que la lucha contra la opresión era su ideal de felicidad, indicando que esa felicidad sentida durante toda la vida consciente no puede ser echada por la borda, traicionada, en los últimos instantes de la vida, en una traición a sí mismo. Y a la recíproca sucede otro tanto: si se quiere morir dignamente hay que haber vivido con dignidad, luchando contra la injusticia siquiera en los momentos críticos, en los que el presente y el futuro.
La degeneración reformista hacia la «normalidad», el deslizamiento acomodaticio de la izquierda hacia su integración en el sistema al que antaño combatió a muerte, esta desintegración política es a la vez ética. Y como ha demostrado la historia, también es degeneración burocrática, verticalista, cimentada en la irracional sumisión crédula y acrítica a la autoridad. En una carta a W. Blos de finales de 1876, Marx afirma que:
«No soy una persona amargada, como decía Heine, y Engels es como yo. No nos gusta nada la popularidad. Una prueba de ello, por dar un ejemplo, es que durante la época de la Internacional, a causa de mi aversión por todo lo que significaba culto al individuo, nunca admití las numerosas muestras de gratitud procedentes de mi viejo país, a pesar de que se me instó para que las recibiera públicamente. Siempre contesté, lo mismo ayer que hoy, con una negativa categórica. Cuando nos incorporamos a la Liga de los Comunistas, entonces clandestina, lo hicimos con la condición de que todo lo que significara sustentar sentimientos irracionales respecto a la autoridad sería eliminado de los estatutos».
Pero, como cualquier marxista, Roque sabe por su experiencia que la ética revolucionaria, crítica y autocrítica por esencia, no se aprende leyendo libros, sino en la acción, en los problemas duros e inciertos que nos presenta la vida y ante los que debemos responder optando por una u otra salida. Casi al comienzo del libro, en el apartado 2, Roque se pone a sí mismo como ejemplo de que el contenido ético de la praxis marxista sólo puede aprenderse y mejorarse en esa misma praxis: «Yo era aún católico militante y, sin embargo, antes de regresar a El Salvador, después de la larga travesía soviético-europea, fui interrogado al salir de Lisboa, impedido de bajar a tierra en Barcelona y las Islas Canarias, perseguido en Caracas (donde desembarqué por error de las autoridades pérez-jimenistas del puerto de La Guaira), detenido por el FBI en Panamá, etc. Comencé a saber que Lenin, y todo lo que se relacionaba con él, era algo muy serio. Muy serio».
Lenin es «algo muy serio». La praxis le llevó a Roque a superar el catolicismo militante y a volcarse en algo tan serio como el leninismo, con su ética marxista. Emmanuel Berl tiene escrito en La muerte de la moral burguesa que: «El burgués es fundamentalmente espiritualista. Y el revolucionario es fundamentalmente materialista. Esta vieja batalla no está cerca de su fin. “No me gustan las personas que gritan: abajo el dinero. Terminan siempre por gritar: abajo el espíritu”, decía Duchesne. He ahí la línea de defensa burguesa. “No me gustan las personas que gritan: viva el espíritu. Terminan siempre por gritar: viva el dinero; por defender, en nombre del espíritu, castas y privilegios”. Es, justamente, la línea de ataque revolucionario. La de Lenin, la de Marx».
Ahora bien, atacar al dinero y al espíritu, que es lo mismo, supone atacar a la base de la civilización del capital, declararle la guerra a muerte. La casi extinta izquierda del Estado español ha abandonado la lucha práctica contra el espíritu y el dinero, pero también la lucha ética contra estos monstruos. Por esto es imprescindible leer a Roque Dalton.
3.- RAZÓN ESTÉTICA POR EL PODER
Roque comienza diciendo en el apartado 2: «Independientemente de su estructura, la idea de este poema nació en mí como surgen todos los poemas para los poetas: como una necesidad expresiva acuciante. Esa necesidad fue estimulada muy particularmente por la polémica que se ha llevado a cabo en los últimos años sobre los problemas fundamentales de la revolución latinoamericana (fuerzas motrices, carácter de la revolución, papel del imperialismo, vía de la revolución, formas de lucha y organización, etc.), que en el fondo ha sido, aunque muchas veces no se entendió así, una polémica sobre el leninismo».
Mientras Roque viajaba de La Habana a Hanoi, saltando de revolución en revolución entre 1970 y 1973, F. Tomberg afirmaba en Estética Política que «Aunque no podamos decir exactamente qué es el arte, sabemos siempre con certeza cuándo estamos ante él». Roque se dio cuenta que Lenin, además de ser un artista de la política elevó el arte de la insurrección a cotas no superadas, también fue un artista en el sentido estrictamente estético decisivo, el del arte emancipador de la cultura popular. Poco más adelante, Tomberg sostiene que los artistas deben implicarse en las luchas sociales ayudándolas en su avance mediante el especial aporte de sus aptitudes creativas, y escribe:
«Ayudar a esos hombres a fortalecer su dignidad personal o a recuperarla, y no abandonarlos en sus reivindicaciones de una vida más humana, a ello puede contribuir en gran medida el arte. Pero sólo puede hacerlo si el artista renuncia a su concepción burguesa, a su papel de productor de bienes privados; si se identifica más como perteneciente a la gran masa de obreros asalariados y no retrocede ante la lucha de la colectividad por su liberación (…) Debe reconocer y fomentar el carácter político de sus acciones. Tiene, expresa con mayor claridad, que reconocer a las acciones estéticas un orden político»
Este es el objetivo de la estética de Roque Dalton. Lo primero y decisivo que hace es reconocer en el apartado 1 que «Lenin fue un poeta, hermano, un poeta» y en el apartado 23 reproduce un poema de Lenin escrito inmediatamente después de la derrota de 1905. Con ello adelanta el núcleo de la reflexión sobre el contexto social en el que el En-si del artista, de Lenin en este caso, se fusiona intrincadamente con su Para-sí, con su autoconciencia, creando una realidad estética que actúa como fuerza simbólica subjetiva que puede penetrar en la fuerza simbólica objetiva, multiplicándola:
«Extirpemos de raíz
el poder de la autocracia.
¡Morir por la libertad es un honor,
vivir en las cadenas una vergüenza!
Echemos por tierra la esclavitud,
la vergüenza del servilismo.
¡Oh, libertad, dadnos
la tierra y la independencia!».
¡Lenin poeta! ¿Por qué no? Esta sola pregunta irrita y aterroriza al imperialismo porque confirma que ese odiado Lenin que confunde el arte con la política es cualitativamente más humano que los artistas burgueses «puros» arrodillados ante el dinero. Sin embargo, la calidad humana del artista se mide precisamente por eso, por su capacidad de producir libertad mediante su arte. El siempre necesario E. Bloch ha comparado en El Principio Esperanza, Vol. III el problema de la injusticia y de la justicia en El Quijote y en Fausto: «Cervantes dedicó a su héroe un epitafio en el que le calificaba de espantajo que salió a librar al mundo de las injusticias por la fuerza de su brazo (…) librar al mundo de la injusticia, de su alienación, de la asfixiante trivialidad. Esta especie de incondicionalidad no es verdadera en el sentido de lanzarse de cabeza contra el muro, pero sí como la negación más enérgica de que tiene que haber un muro».
A diferencia de El Quijote, que refleja la añoranza por un mundo moribundo, el de la pequeña nobleza feudal arruinada que no puede ya transformarse en burguesía comercial en expansión, Lenin expone la decisión de luchar hasta derribar el muro a pesar de la derrota, porque representa a una clase explotada y un pueblo oprimido que lucha por su independencia. Para el «arte puro», sin «contaminación política» la poesía de Lenin es tendenciosa. Efectivamente, lo es y además conscientemente tendenciosa e inserta en la cultura popular, la creada por el pueblo trabajador explotado.
Adolfo Sánchez Vázquez ha escrito en Las ideas estéticas de Marx, que «en todos los tiempos el arte verdaderamente popular ha estado siempre en estrecho contacto con la vida humana, con el pueblo y, por tanto, revela un profundo contenido ideológico. Es un arte tendencioso. Lejos de dominar a lo largo de la historia del arte, la gratuidad e irresponsabilidad artística -que hoy se eleva a principio rector de la creación- aparece sólo en una fase tardía de la sociedad burguesa, como una negativa del artista a servir la moral, la política o la religión burguesas».
La fuerza estética de Roque radica en que estudia a Lenin también en su potencial artístico precisamente desde los parámetros éticos y políticos de la cultura popular oprimida. Recordemos que Lenin había dicho en Notas críticas sobre el problema nacional que:
«En cada cultura nacional existen, aunque no estén desarrollados, elementos de cultura democrática y socialista, pues en cada nación hay una masa trabajadora y explotada, cuyas condiciones de vida engendran inevitablemente una ideología democrática y socialista. Pero en cada nación existe asimismo una cultura burguesa (y, además, en la mayoría de los casos, ultra-reaccionaria y clerical), y no simplemente en forma de ‘elementos’, sino como cultura dominante. Por eso, la “cultura nacional” en general es la cultura de los terratenientes, de los curas, de la burguesía (…) El significado de la consigna de cultura nacional depende de la correlación objetiva entre todas las clases del país dado y de todos los países del mundo».
Pero desarrollar y enriquecer los elementos democráticos y socialistas que palpitan dentro de la cultura nacional y debajo de los elementos reaccionarios de su cultura burguesa, este proceso exige a la vez creación artística, formación política, crítica ética de la cultura mercantilizada y, como síntesis, práctica revolucionaria. Roque Dalton plasma esta unidad dialéctica entre revolución y arte desde el apartado 1: «Las palabras para el canto de las conciencias», y luego añade «Para los asesinos de mi patria, para los carceleros de mi patria, para los escarnecedores de mi patria, quiero el odio de Lenin, quiero el puño de Lenin, quiero la pólvora de Lenin».
O así: «»El camarada Lenin fue quien ordenó a los destacamentos revolucionarios armarse ‘por sí mismos y con lo que puedan (fusil, revólver, bombas, cuchillos, manoplas, garrotes, trapos impregnados en kerosene para provocar incendios, cuerdas o escaleras de sogas, palas para construir barricadas, minas de piroxilina, alambres de púas, clavos contra la caballería, etc., etc.)’. Y fue quien agregó: ‘En ningún caso se deberá esperar la ayuda indirecta, de arriba, de afuera: todo deberá obtenerse por medios propios’ (1905).»». Y Roque nos recuerda en el apartado 17 el exhorto de Lenin a la juventud: «Lo que aquí hace falta es una energía endiablada, energía y más energía».
«Todo deberá obtenerse por los medios propios» y con una «energía endiablada»: he aquí una directa referencia a la teoría marxista de la insurrección como un arte, tal vez como el arte más bello y decisivo de todas las bellas artes. Roque nos remite en el apartado 65 al resumen que hace Lenin de la teoría de Marx del arte de la insurrección, remarcando el valor de la cita de Danton que Marx aplaude: «Audacia, audacia y siempre audacia». También nos remite al resumen que hace Trotsky en el apartado 27: «Ello supone una correcta dirección general de las masas, una orientación flexible ante las circunstancias cambiables, un plan meditado de ofensiva, prudencia en los preparativos técnicos y audacia en dar el golpe.». ¿Se imagina alguien a un artista, un científico, un filósofo… o cualquier otra persona que quiera crear algo nuevo que reniegue de la audacia y se quede en el conservadurismo? Sin audacia y sin energía nunca se llega a la verdad ni a la libertad.
Las relaciones entre arte y ciencia siempre han sido objeto de debate en la medida en que no se parte de una base filosófica materialista y dialéctica. Si la insurrección fuera una ciencia exacta entonces bastaría con aplicar la técnica del error y del acierto expuesta en el manual de turno de la lógica formal hasta, tarde o temprano, llegar al socialismo. Pero la insurrección es un arte específico que exige la lógica dialéctica, porque las contradicciones siempre crean situaciones nuevas que van por delante de la mejor teoría, que es gris comparada con la policromía de la vida, parafraseando a Goethe. La contingencia, el azar, la sorpresa son vías presentes en la lucha revolucionaria y por ello, como en el arte, la capacidad creativa y heurística de los «medios propios» es decisiva.
En la creación estética el artista ha de responder permanentemente a las novedades invisibles, subjetivas, emocionales, caóticas siempre, que le golpean desde su interior y le asaltan desde fuera, y ha de ordenarlas según su conciencia o su alienación, según, sea persona emancipada y libre, o adore al dinero y sea esclavo del fetiche mercantil. Estas posibilidades antagónicas y reales que se enfrentan en su interior reflejan las contradicciones objetivas en la que vive, «reflejo» en el sentido creativo de novedades y realidades que Lenin reivindica en sus Cuadernos filosóficos.
Quiere esto decir que Un libro rojo para Lenin se inscribe en la praxis que crea lo nuevo en respuesta a la lucha de contrarios vivida desde la sensibilidad estética y teórica, o para decirlo en las palabras de Lukács, desde la dialéctica entre la conciencia-en-sí y la conciencia-para-si del «hombre normal» llevada a la dialéctica entre el En-sí y el Para-sí del artista como momento previo al salto al Para-nosotros, es decir, cuando el arte individual se transforma en arma de emancipación colectiva.
Lukács expone en Estética, Vol. 3, La peculiaridad de lo estético, «la intrincación del En-si y el Para-nosotros característica de la esfera estética», insistiendo luego en la importancia de la conciencia Para-sí del artista como nudo de esa intrincación. Muy correctamente, Lukács recuerda que el Para-sí fue un descubrimiento de Hegel que Marx, Engels y Lenin concretaron y superaron pero que ha sido posteriormente abandonado pese a su crucial importancia. Nos recuerda que en Miseria de la filosofía Marx basa en esta categoría el proceso de constitución del proletariado en clase como Ser-para-sí, clase con praxis revolucionaria.
Lukács sostiene que, en la creación estética se imbrican intrincadamente muchos factores objetivos y subjetivos que, al materializarse en la obra de arte, muestran la autoconciencia del artista como proceso: «Cuanto más amplia es la realidad y cuanto más profundamente la capta el individuo en su acción y su reflexión, tanto más auténtica y ampliamente puede desplegarse su autoconciencia (…) Las fronteras del espacio y del tiempo –del llamado principium indiviationis- se destruyen, y –en principio al menos- se suscita una capacidad ilimitada de vivenciar todo lo humano».
Roque recorrió esta vía hasta crear la obra que comentamos en la que se destruyen las fronteras espacio-temporales que en esos años separaban a nuestra América de Lenin, y luego, durante el resto de su vida hasta caer asesinado por el sectarismo falsamente izquierdista, mantuvo aquella autoconciencia ética que le permitió escribir esto al inicio del apartado 2: «La primera cuestión es la estructura misma del poema como conjunto de contenido y forma. Se trata de hacer un poema a Lenin y al leninismo para América Latina, que no sea un himno, sino un intento de, dijéramos, vivificación poética de su pensamiento revolucionario, que no sea un «canto que se eleve al cielo», sino que sea «entre otras cosas un canto», pero un canto que surja de las ideas, que sirva para poner estas ideas en renovado contacto con la tierra y los hombres».
También en el apartado 2 Roque explica que: «Hay un riesgo en el collage: la variedad de niveles de elaboración que supone. En el producto final podemos mostrar zonas cuya integración no es adecuada a la unidad mínima establecida por la mayoría del conjunto logrado, etc. Pero ese riesgo puede ser al mismo tiempo una sugerencia de salida, de solución, para un poema sobre el leninismo en América Latina. Desde el punto de vista meramente formal, la inconclusión perenne del poema lo dejaría siempre abierto, susceptible de nuevas incorporaciones o de nuevos tratamientos al material ya incluido, de acuerdo a los dictados de la vida misma. En atención a los elementos de contenido, la opción por la apertura permanente es aún más valedera, ya que el leninismo se dinamiza en la historia, al mismo tiempo que la cambiante realidad»
Fijémonos en esto: «ese riesgo puede ser al mismo tiempo una sugerencia de salida, de solución (…) la opción por la apertura permanente es aún más valedera, ya que el leninismo se dinamiza en la historia, al mismo tiempo que la cambiante realidad». Aquí tenemos el potencial creativo del arte como política y como ética: la solución de las crisis viene impulsando la apertura permanente de activa y dinamiza la historia, lo que exige la asunción ética del riesgo. Este principio es esencialmente dialéctico y vale para la ética, la estética y la política. Como veremos luego, la teoría de la organización es inseparable de esta dialéctica de la totalidad en movimiento.
Concluimos este capítulo aprovechando el debate imaginario que Roque nos transcribe en el apartado 71 que muestra la dialéctica entre lo artístico y lo político recurriendo fundamentalmente y nada menos que al problema de la caracterización del leninismo. Roque sostiene que la arquitectura estética de su poema, abierta a lo nuevo y al desarrollo como hemos visto, no conlleva sin embargo la rotura de la unidad del leninismo –y nosotros diríamos del marxismo- como podría achacársele desde un pétreo dogmatismo, sino al contrario, permite comprender la riqueza de matices concretos del leninismo.
Comprendemos mejor el problema de la unidad y diversidad del leninismo si recurrimos a I. Mészáros en La teoría de la enajenación en Marx, cuando nos explica el problema de la unidad estética en medio de tanta y tan creciente diversidad de modas artísticas. El secreto radica en el núcleo antropológico del «realismo» estético humano como base de su antropogenia. El realismo es necesario para existir y va unido a la «creación» de los sentidos humanos en su dialéctica con la naturaleza: la capacidad estética puede mostrarse con múltiples corrientes y modas muy diferentes en su forma, pero todas ellas nos remiten a la materialidad social última de la antropogenia basada en el realismo como único método de la especie humana para sobrevivir en la naturaleza, de la que forma parte. Este criterio es fundamental para discernir las diferencias entre el arte como fuerza progresista y revolucionaria, y el «arte» como mercancía alienadora.
4.- RAZÓN POLÍTICA POR EL PODER
Pues bien, esta misma lógica explica las relaciones entre el poema, el leninismo como unidad, y las formas concretas de leninismo que los pueblos aplican en sus luchas de liberación. Según sostiene Roque en el apartado 71:
« ¿Hay dos leninismos? Creo que no. Y creo que no necesariamente se desprende de mi poema una concepción tal. Hay un solo leninismo (…) es un hecho que cada enfoque es un mundo, cada enfoque se vuelve específico de acuerdo, precisamente, con la realidad concreta en que un partido o grupo de partidos actúan; y así hay, y eso no es sólo bueno sino que natural, sobre los problemas sociales de hoy, enfoques soviéticos, chinos, vietnamitas, cubanos, franceses, chilenos, etc.). Lo que sí es verdad es que el leninismo, integral e indivisible, como unidad dialéctica de pensamiento, es susceptible (precisamente por su unidad) de ser considerado en sus elementos, momentos, etapas, problemas predominantes de acuerdo con la sucesión del devenir histórico, matices, etc. El leninismo es un complejo resultante de la historia, no una impenetrable bola de acero. (…) Si aceptamos la unidad esencial del leninismo podremos ver estas etapas como tales y evitaremos cortes mentales o de otro tipo, que a nada conducen en la teoría ni en la práctica. Y, lo que es más importante, podremos comprender que ambas etapas son revolucionarias y no antagónicamente contradictorias entre sí: una posibilita la otra, son parte de un mismo pensamiento enfrentando realidades distintas dentro de un mismo proceso revolucionario histórico»
Si en estética la cohesión elemental es el «realismo» que debe subyacer a todas las modas particulares que quieran hacer arte emancipador. En el marxismo y en el leninismo la unidad esencial, del marxismo, es la concreción teórica de la necesidad de la lucha estratégicamente orientada para tomar el poder, destruir el Estado del capital y construir un Estado obrero basado en la democracia socialista que es forma positiva de llamar a la dictadura del proletariado, un Estado obrero con conciencia de autoextinción según se avanza al socialismo y al comunismo. En el apartado 69 Lenin dice que «Lo fundamental en la doctrina de Marx es la lucha de clases: así se dice y se escribe muy frecuentemente. Pero no es exacto. De esta inexactitud se deriva con gran frecuencia la tergiversación oportunista del marxismo, su falseamiento en un sentido aceptable para la burguesía. En efecto, la teoría de la lucha de clases no fue creada por Marx, y es, en términos generales, aceptable para la burguesía. Quien reconoce solamente la lucha de clases no es aún marxista, puede mantenerse todavía dentro del marco del pensamiento burgués y de la política burguesa. Circunscribir el marxismo a la teoría de la lucha de clases es limitar el marxismo, tergiversarlo, reducirlo a algo que la burguesía puede aceptar. Marxista sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado».
En el apartado 84 Roque nos da el otro componente del secreto de la fuerza del leninismo, además de su unidad interna: «Usar la propia cabeza para encontrar el propio camino», que es una forma poética de expresar lo dicho por Lenin de que el «alma del marxismo es el análisis concreto de cada situación concreta». Si la construcción del poder de los soviets, de los consejos obreros que se guíen por la Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado de 1918 es el hilo rojo leninista, los «enfoques» soviéticos, chinos, vietnamitas, cubanos, franceses, chilenos, etc.), como dice Roque en 1973, y enfoque catalán, gallego, vasco, andaluz, palestino, etc., como decimos nosotros en 2016, son las expresiones espacio-temporales en las que se plasma esa esencia en diferentes formaciones económico-sociales. Roque nos recuerda en el apartado 11 las palabras de Ho «Mi único argumento era: ‘Si no condenáis al colonialismo, si no apoyáis a los pueblos coloniales, ¿qué clase de revolución pensáis emprender? (…) En un principio el patriotismo más que el comunismo me llevó a Lenin. Paso a paso, combinando el estudio con la práctica, llegué a la conclusión de que sólo el socialismo y el comunismo pueden liberar de la esclavitud a las naciones oprimidas y a los trabajadores del mundo.»
La categoría dialéctica de lo universal, la esencia del leninismo; lo particular, su plasmación en áreas socioeconómicas, culturales y políticas determinadas como nuestra América a diferencia de África; y lo singular, la especificidad de El Salvador de Roque Dalton frente a la Argentina o Cuba o Bolivia del Che, es vital para entender las interacciones entre la liberación nacional concreta y la lucha antiimperialista mundial en pos del comunismo. Es esta categoría filosófica la que nos explica por qué y cómo los componentes progresistas de la cultura popular, los componentes socialistas de la cultura nacional, etc. además de dar contenido de clase al independentismo también fortalecen su internacionalismo proletario. Todas las burguesías odian esta realidad y la combaten a muerte con todos sus medios: el antagonismo entre la nación trabajadora de la que hablaba Marx y la nación burguesa se muestra aquí en su virulencia plena.
Roque ejemplariza esta dialéctica en el apartado 59: «Los oligarcas locales, lacayos del imperialismo; la empresa de publicidad Mc Cann Ericksson, a través de La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy; el Centro Cultural «El Salvador-Estados Unidos» y la Agencia Internacional de Desarrollo; la televisión salvadoreña — dependiente, a través de la Central American TV Network, de la American Broadcasting Company (ABC), de Estados Unidos—; la nunciatura Apostólica Romana; etc., etc., acusan a los marxistas-leninistas salvadoreños, a los comunistas salvadoreños que luchan por la liberación nacional, de propagar ideas exóticas, extranjeras, rusas, chinas, cubanas. O sea: que las ideas que sirven a los pobres para liberarse de los ricos que los explotan y para liberar a la patria de la opresión de esos ricos y sus amos extranjeros, son llamadas por los opresores: exóticas, extranjeras, antinacionales».
Una táctica histórica de las burguesías es desprestigiar y combatir el independentismo socialista para imponer el nacionalismo burgués, vendido al imperialismo, colaborador necesario con este para mantener la explotación interna, táctica reforzada por otras diseñadas por la contrainsurgencia imperialista. En el apartado 9 Roque ofrece trozos de prensa militar norteamericana de 1973:
« «… La defensa de la democracia, de la libertad, de la propiedad privada y la familia, implica una guerra permanente y total. Esto es bien sabido, por sobre todos los eufemismos de la política concreta. Las formas de esa guerra cambian de acuerdo a cada etapa e incluso a cada momento de una etapa, y de acuerdo a cada zona del mundo. Al énfasis en lo militar sucede el énfasis en lo político o lo propagandístico para luego volver al énfasis en lo militar-definitorio. Lo importante es comprender que esta guerra continuará hasta la destrucción total del adversario como tal (lo cual no necesariamente es sinónimo de destrucción física), puesto que se trata de la guerra de la verdad (…) Su expresión más perfecta, aún en desarrollo, es el modo de vida norteamericano (…) Mientras quede en actividad un elemento insurgente comunista es imposible aceptar que hemos culminado con éxito la campaña antiinsurgente. Los objetivos de ésta son totales.
«(…)
« Hay una teoría de la lucha, un arte operativo, una mística y una tradición que hacen que detrás de cada guerrillero vietnamita o guatemalteco, que detrás de cada estudiante-combatiente uruguayo o brasileño, que detrás de cada insurgente angolano, estén presentes, en una u otra medida, Lenin, Mao Tse Tung, el Che Guevara, en tanto pensadores, en tanto creadores de métodos racionales para actuar en la lucha de clases. Los niveles de cultura política, de madurez en la concepción con que cada uno de esos elementos acuden a contactar el pensamiento revolucionario, no deben crear falsas esperanzas. Una constante revisión de las fuentes clásicas es obligatoria para determinar, en cada coyuntura, los grados de avance o retroceso enemigos.»»
Es tanta la importancia de estas estrategias contrainsurgentes que Roque insiste en el apartado 57:
«Pregunta:- Puntualice algunos de esos “elementos de desacumulación de fuerzas” que, frente a la ideología marxista-leninista, toman ustedes en cuenta para la planificación de las operaciones psicológicas en América Latina…
«Respuesta de John Cavadine (experto en guerra psicológica. Nacido el 17 de mayo de 1913. Fue un analista del Departamento de Justicia y del FBI. Agregado a la embajada de Estados Unidos en San Salvador y en Santiago de Chile):- Entre otros, el hecho de que importantes sectores de creadores de opinión pública del continente, intelectuales que trabajan en planificación económica, sociología, medios masivos de comunicación, publicidad, etc., y que son los portavoces de los gobiernos y de los sectores más progresistas de la industria, han asimilado y aprendido a manejar la ideología marxista-leninista para combatirla con sus propias armas y su propio lenguaje. Así mismo, el hecho de que los marxistas-leninistas con mayor grado de organización y con mayor tradición nacional, oculten por razones tácticas (ya que se hayan a la defensiva) los aspectos más “candentes” de las doctrinas de Marx y Lenin, por no hablar de Mao, Guevara, etc., que son los aspectos que precisamente despiertan más la adhesión activa de los sectores descontentos de la población. Reducir al mínimo las posibilidades del conocimiento real, a partir de sus propias fuentes, de la ideología enemiga, es un objetivo constante de la actividad de guerra psicológica. Ambos hechos apuntados concurren a esa finalidad. Lo que amplía el campo libre que deberá ser llenado por la ideología democrática… ».
4-1.- GUERRA INTELECTUAL POR EL PODER
Las dos citas nos dan una idea muy precisa sobre cómo era la lucha teórico-política, cultural e ideológica mundial en el momento de la redacción de Un libro rojo para Lenin, y lo que es la guerra intelectual por el poder. Desde entonces se ha intensificado y ampliado a pesar del hundimiento de buena parte del llamado «bloque socialista», una de cuyas razones fue el monopolio de un Lenin embalsamado al que, como en el antiguo Egipto, se le había extraídos sus entrañas rojas y su cerebro dialéctico. Sin embargo, Roque nos dice en el apartado 71 que: «… leer a Lenin no es comprar a Lenin, adquirirlo en propiedad exclusiva, hacerlo tambor secreto de nuestra iglesia, cuyos sonidos sólo a nosotros nos cabe descifrar, ponerlo a prueba de toda comprensión o interpretación ajena. Leí a Lenin, luego Lenin es mío y nadie más tiene derecho a él, acceso a él sino a través mío, a través de su nuevo y definitivo Mahoma. Por el contrario, Lenin está abierto a la vida más que nunca. Lo que no es una simple frase al viento, sino una experiencia practicable por todos».
Nadie puede apropiarse en exclusiva de Lenin para imponer una versión falsa, obligando a los demás a que repetirlo eternamente excepto si se quiere acabar con el leninismo. J. Acanda González dice en Paradigmas y Utopías, Lenin que: «Repetir a Lenin al pie de la letra es la mejor manera de traicionarlo (…) Lenin nunca se repitió a sí mismo (…) es un hombre que se hace autocríticas en la medida en que la realidad critica su teoría». Por su parte V. Strada añade en La polémica entre bolcheviques y mencheviques sobre la revolución de 1905 «…las posiciones de Lenin estaban en continuo movimiento, aunque eran fieles a una rigurosa lógica interna». ¿De qué lógica interna se trata? J. Salem nos la aclara en Lenin y la revolución: «La revolución es una guerra, y la política es, de manera general, comparable al arte militar».
Volvemos al problema del arte. Lo hemos visto en sus formas estética y política, en su expresión insurreccional, pero ahora nos encontramos de nuevo con el arte pero en su expresión extrema: el arte de la guerra revolucionaria. Clausewitz demostró que la guerra es la continuación de la política por otros medios, y Mao que la política es una guerra pero sin muertos. Son muchas las mediaciones entre guerra y política, del mismo modo en que tanto en una como en otra es muy compleja y cambiante la interrelación entre tácticas aparentemente opuestas. Basta haber leído a Sun Tzu, Tucídides, Jenofonte, César, etc., para darnos cuenta del acierto de Roque Dalton cuando en el apartado 92 dice que: «Para ser leninista se necesita una escalera grande y mil chiquitas…».
La escalera grande es la estratégica y las pequeñitas las tácticas, pero vistas desde la concepción materialista de la historia que aclara mejor que Clausewitz cuantas formas de guerra y política existen: reaccionarias, injustas e interimperialistas, y revolucionarias, justas y antiimperialistas. Definir la guerra y la política exige un método interdisciplinar resumido por Roque en el apartado 2: «el leninismo para la toma del poder (teoría de la revolución) está inserto en una teoría del imperialismo, en una teoría de la historia y de la sociedad, en una filosofía, etc.». La verdad es concreta, objetiva, relativa y absoluta, lo que exige la coordinación interdisciplinar, como acabamos de ver. Relacionar la teoría del imperialismo con la filosofía, con la historia y con otros conocimientos requiere de una especial formación intelectual, una formación marxista inaceptable e incomprensible para casi la totalidad de la casta intelectual, pese a que los intelectuales a sueldo de los aparatos estatales de contrainsurgencia puedan acceder a un saber memorístico y formal, externo, de la teoría marxista, como hemos visto arriba.
Semejante formación en el dominio del método dialéctico marxista sólo puede ser daba por un partido que sea él mismo la dialéctica organizada políticamente. Roque Dalton cita a Lukács en el apartado 86:
«Porque en la esencia de la historia radica la producción constante de lo nuevo. Esta novedad no puede ser calculada siempre de antemano con la ayuda de alguna teoría infalible: ha de ser reconocida en la lucha, a partir de sus gérmenes primero, siendo luego aprendida a nivel consciente. La tarea del partido no es, en modo alguno, imponer a las masas un determinado tipo de comportamiento elaborado por vías abstractas, sino aprender por el contrario, incesantemente, de la lucha y de los métodos de lucha de las masas. No obstante, también debe ser activo en su aprendizaje, preparando las siguientes acciones revolucionarias. (…) Si no lo hace así, será sobrepasada por la evolución de las cosas, una evolución a la que, en tal caso, no habría comprendido y en consecuencia no podría dominar. De ahí que todo dogmatismo en la teoría y toda rigidez en la organización sean funestos para el partido… La organización leninista es dialéctica en sí misma — o sea, no es únicamente el producto de la evolución histórica dialéctica, sino al mismo tiempo su impulso consciente—, en la medida en que es, a la vez, producto y productora de sí misma.».
Sin embargo, por su idiosincrasia social como casta asalariada, los intelectuales odian la organización revolucionaria y tampoco pueden sobrepasar el umbral del pensamiento débil que se detiene en la frontera que separa lo superficial y aparente de lo antagónico e irreconciliable. En el apartado 73 Roque dice: «Lenin me dejó un consejo con Máximo Gorki «¡Ay, ay, perecerá usted sí no escapa de ese ambiente de intelectuales burgueses! ¡Le deseo de todo corazón que escape lo antes posible!»». Al igual que existen artistas y políticos de izquierdas y de derechas, también sucede lo mismo entre los intelectuales. El joven Lenin expresó sus ideas sobre qué debía caracterizar a un intelectual socialista, ofreciéndonos un modelo que ha acrecentado su importancia ahora en la que la intelectualidad se ha convertido en una casta asalariada a cargo del gasto público del Estado o del gasto privado de la burguesía. Roque las cita en el apartado 13:
«La intelectualidad socialista sólo podrá pensar en una labor fecunda cuando acabe con las ilusiones y pase a buscar el apoyo en el desarrollo efectivo y no en el desarrollo deseable de Rusia, en las relaciones económicas sociales efectivas y no en las probables. Su labor TEÓRICA deberá, además, dirigirse al estudio concreto de todas las formas del antagonismo económico existente en Rusia, al estudio de su conexión y de su desarrollo lógico; deberá descubrir este antagonismo, en todas partes donde está encubierto por la historia política, por las particularidades del orden jurídico, por los prejuicios teóricos establecidos. Deberá dar un cuadro completo de nuestra realidad, como un sistema determinado de relaciones de producción, señalar la necesidad de la explotación y de la expropiación de los trabajadores en este sistema; señalar la salida de este orden de cosas que es indicada por el desarrollo económico».
«Descubrir el antagonismo en todas partes» es lo mismo que aflorar a la superficie la unidad y lucha de contrarios que existe en todo proceso una vez que en su interior las diferencias se han transformado en oposiciones y, luego, éstas en contradicciones irreconciliables. El leninismo rescatado por Roque Dalton insiste en que lo antagónico sólo se resuelve mediante la revolución. Marx dijo que cuando chocan dos derechos, el burgués y el proletario, decide la fuerza. La burguesía practica su derecho a la explotación asalariada para producir plusvalía, su derecho a ampliar su propiedad de las fuerzas productivas, su derecho de aplicar su ley en defensa del capitalismo; el proletariado practica su derecho a la huelga, a la recuperación de empresas cerradas y en síntesis, al socialismo: llegados a este punto la unidad y lucha de contrarios antagónicos estalla en forma de revoluciones y contrarrevoluciones.
El antagonismo termina apareciendo antes o después en toda realidad social basada en la explotación, opresión y dominación. Todas las esferas de la vida están marcadas por el antagonismo, hasta las más aparentemente insustanciales. Cuando Lenin sostiene que el intelectual socialista «deberá dar un cuadro completo de la realidad» se refiere a que deberá sacar a la luz toda la unidad y lucha de contrarios irreconciliables. Pero deberá hacer más que la simple enunciación de realidades: ha de proponer soluciones acordes con la materialidad objetiva de los antagonismos. Según qué grado de agudización hayan alcanzado los antagonismos y en qué coyunturas y contextos se desarrollen, las salidas, el choque de fuerzas irreconciliables puede adquirir diversas formas.
Citando al Che en el apartado 46 Roque sostiene que está mal planteado el debate entre la «vía pacífica» o la «vía violenta» al socialismo, sostiene que no es un problema de forma -‘paz’ versus ‘violencia’- sino de fondo: «Recuérdese nuestra insistencia: tránsito pacífico no es el logro de un poder formal en elecciones o mediante movimientos de opinión pública sin combate directo, sino la instauración del poder socialista, con todos sus atributos, sin el uso de la lucha armada.». Es decir, hasta antes de 1967 año del asesinato del Che, en determinadas circunstancias el tránsito pacífico a un poder socialista con todos sus atributos se puede lograr sin el uso de la lucha armada.
La militancia y la intelectualidad socialista han de manejar ágil y hábilmente los procesos antagónicos para saber aplicar la interrelación de todas las formas de lucha contra la injusticia, descartando las tácticas superadas e ineficaces en cada período. Aunque la casuística es muy amplia, podemos decir que, en general, la historia muestra que una lección bifronte que, por desgracia, termina en la misma derrota: muchos procesos revolucionarios llegan al gobierno por métodos electorales gracias al impulso de fuertes movilizaciones populares, pero más temprano que tarde esos gobiernos ceden antes las presiones burguesas; y otros procesos que resisten más, que pueden incluso avanzar algo más allá de las reformas estructurales para iniciar la socialización de las fuerzas productivas capitalistas en propiedad socialista, etc., terminan siendo objeto de una feroz contrarrevolución.
4.2.- GUERRA POR EL PODER DE CLASE
En el apartado 51 Roque cita a Lenin: «Los obreros se pusieron en masa a levantarlas, pero esto tampoco les satisfacía y preguntaban ¿y después, qué? Y exigían acciones activas». Lenin se refiere a las barricadas. Los pueblos trabajadores las levantan con más frecuencia de la que reconoce la prensa burguesa, y muchas veces haciendo la pregunta a la que se refería Lenin: ¿y después, qué? La interrogante surge de la experiencia acumulada durante el proceso que culmina en la barricada: si hemos avanzado hasta aquí en la lucha ¿debemos seguir avanzando después de la barricada, dado que esta es una defensa pasiva, estática? ¿Debemos avanzar más o detenernos para defender las posiciones antes de otro paso adelante?
Al margen de las decisiones tácticas concretas que se tomen en cada circunstancia, la teoría marxista de la revolución sostiene que siempre hay que avanzar en lo estratégico. Por boca de Lenin, Roque nos aporta una razón del principio avance como estrategia permanente en el apartado 81«La conciencia de clase proletaria no se puede dar como tal si no es por oposición a la burguesía. El desarrollo de la clase proletaria es antiburgués, tiene el carácter de negación de la clase y la dominación burguesas. La conciencia de clase proletaria como vocación de poder político tiene que ser subversiva». Por tanto, la barricada sólo es válida como puntual táctica defensiva inmersa en una estrategia ofensiva permanente para tomar el poder. Los nuevos recursos que otorga el poder conquistado deben acelerar la subversión revolucionaria de lo que queda de poder burgués.
La estrategia de la subversión permanente que inserta la puntual táctica defensiva se sustenta también en el Lukács citado por Roque en el apartado 5: «La actualidad de la revolución: he aquí el pensamiento fundamental de Lenin y el punto, al mismo tiempo, que de manera decisiva le vincula a Marx.(…) a los ojos del marxista vulgar los fundamentos de la sociedad burguesa son tan inamovibles, que aun en los momentos de su conmoción más evidente no desea otra cosa que el regreso de la situación ‘normal’, no viendo en sus crisis sino episodios pasajeros y considerando la lucha, incluso en tales períodos, como la nada razonable rebelión de unos cuantos irresponsables contra él, a pesar de todo, invencible capitalismo (… ) La actualidad de la revolución determina el tono fundamental de toda una época. Tan sólo la relación de las acciones aisladas con este punto central, que únicamente puede ser encontrado mediante el análisis exacto del conjunto histórico social, hace que dichas acciones aisladas sean revolucionarias o contrarrevolucionarias».
Desde esta visión histórica la necesidad del partido y sus tareas se actualizan aún más. Hay que aplaudir el acierto de Roque al recordarnos en el apartado 3 que: «Lenin distingue el sujeto teórico-histórico de la revolución (el proletariado como clase, que deriva del modo de producción) y su sujeto político-práctico (la vanguardia, que deriva de la formación social), que representa no ya al proletariado en sí, dominado económica, política e ideológicamente, sino al proletariado para sí, consciente del lugar que ocupa en el proceso de producción y de sus propios intereses de clase.»
El proletariado como clase explotada no cambia en lo sustancial a lo largo del capitalismo porque es uno de los dos sujetos teórico-históricos que se enfrentan a muerte en la unidad y lucha de contrarios, de lucha de clases, siendo la burguesía su antagónico. Pero el sujeto político-práctico sí varía de forma con los cambios del sistema porque es la expresión concreta de la clase trabajadora genérica en cada una de esas fases: decrece el obrero industrial de empleo seguro, aumenta el obrero de servicios precarizado, cambia la composición de sexo-genero, étnica y cultural de muchas ramas económicas, etc., y también varían las franjas trabajadoras más concienciadas y organizadas, y surgen nuevas fuerzas revolucionarias debilitándose otras, etc.
Precauciones necesarias en el análisis de la realidad móvil porque son las que, además de otros factores, explican las palabras de Fidel que Roque reproduce en el apartado 91: «… permítanme decirles algo: la revolución es el arte de unir fuerzas; la revolución es el arte de aglutinar fuerzas para librar las batallas decisivas contra el imperialismo. Ninguna revolución, ningún proceso se puede dar el lujo de excluir a ninguna fuerza; ninguna revolución se puede dar el lujo de excluir la palabra sumar. Y uno de los factores que determinó el éxito de la revolución cubana —donde nosotros éramos un pequeño grupo inicialmente, ¡un pequeño grupo!, que en condiciones difíciles llevó a cabo la lucha— fue la política de unir, unir, unir. Sumar incesantemente. Y no era fácil».
La hegemonía popular sólo puede lograse integrando, atrayendo, sumando fuerzas en base a uno de los puntos de la teoría de la organización de Lenin que Roque cita en el apartado 85:
« El partido es legal según las circunstancias, pero sus fines son esencialmente ilegales (derrocamiento de un orden social injusto que es el generador de la legalidad establecida; sustitución revolucionaria de la legalidad burguesa por la legalidad revolucionaria del proletariado).
El partido tiene que ser capaz de dirigir todas las formas de lucha de clases que se dan en el país.
El partido debe enfrentar sus tareas como una red de organizaciones y deben normar precisamente sus relaciones con las organizaciones colaterales. Citar a José Martí: «Revolucionario es el que pertenece a un club y tiene una tarea concreta en él». Remitirse brevemente a la polémica original Lenin-Mártov sobre la militancia.».
Lenin siempre se negó a hacer una teoría acabada, definitiva del partido. Desde un núcleo elemental irrenunciable, como vanguardia, seguridad, formación, prensa, centralismo, etc., cogido de Marx y Engels, del comunismo utópico y corroborado por la experiencia práctica y el saber clandestino popular, los adaptaba, extendía y ampliaba, o reducía según las necesidades del movimiento: se le ha llamado «partido-acordeón» que actuaba junto con otros dentro del amplio «movimiento de la clase» como él mismo admitió desde sus primeras obras. La llamada «hegemonía bolchevique» mucho más depurada teórica, política, y prácticamente que las innúmeras versiones dispares de la «hegemonía gramsciana», se basa en ese «partido-acordeón» inmerso en el «movimiento».
Es este el instrumento sin el cual es imposible saber por qué, cómo y cuándo se ha llegado a la situación revolucionaria resumida así en el apartado 55: « (1) La imposibilidad para las clases dominantes de mantener su dominio en forma inmutable; tal o cual crisis en las ‘alturas’, una crisis de la política de las clases dominantes abre una grieta por la que irrumpen el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle la revolución no basta que ‘los de abajo no quieran vivir como antes’, sino que hace falta también que ‘los de arriba no puedan vivir’ como hasta entonces. (2) Una agravación de la miseria y de las penalidades de las clases oprimidas. (3) Una intensificación considerable, por las razones antes indicadas, de la actividad de las masas, que en tiempos ‘pacíficos’ se dejan expoliar tranquilamente pero que en épocas turbulentas son empujadas, tanto por la situación de crisis en conjunto como por las alturas mismas, a una acción histórica independiente».
Entonces el marxismo muestra su esencia de democracia de la inmensa mayoría explotada sobre la reducida minoría explotadora. En el apartado 45 Roque reproduce parte del Saludo a la República Democrática de Baviera instaurada en abril de 1919 durante la revolución alemana de los consejos, luego ahogada en la sangre de decenas de miles de mujeres y hombres trabajadores por el ejército reaccionario de la socialdemocracia. En el saludo Lenin pregunta sobre
«…Les rogamos encarecidamente nos comuniquen con mayor frecuencia y en forma más concreta qué medidas han adoptado para luchar contra los verdugos burgueses…; si han creado soviets de obreros y servidores domésticos en los barrios de la ciudad; sin han armado a los obreros y desarmado a la burguesía; si han aprovechado los depósitos de ropa y otros productos para prestar una inmediata y amplia ayuda a los obreros, y sobre todo a los jornaleros y a los pequeños campesinos; si han expropiado las fábricas y los bienes de los capitalistas de la ciudad, así como también la propiedad capitalista de la tierra en sus alrededores; si han abolido las hipotecas y las rentas de los pequeños campesinos; si han duplicado o triplicado el salario de los peones y jornaleros; si han confiscado todos los depósitos de papel y todas las imprentas para imprimir hojas volantes y periódicos de masas;… si han concentrado la burguesía en el centro de la ciudad para instalar inmediatamente a los obreros en los barrios ricos; si han tomado en sus manos todos los bancos; si han elegido rehenes entre la burguesía; si han adoptado raciones de abastecimiento más altas para los obreros que para la burguesía; si han movilizado a todos los obreros tanto para la defensa como para la propaganda ideológica en las aldeas vecinas…»
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