Jaime Pastor.- Más allá del “cambio de actitud” que se ha querido ver en Pablo Iglesias, la reunión celebrada este miércoles 30 de marzo entre los líderes del PSOE y de Podemos ha puesto de manifiesto de nuevo que el panorama político sigue bloqueado: la obstinación del primero en la defensa de su pacto programático con Ciudadanos contrasta, una vez más, con la insistencia de Pablo Iglesias en la propuesta de un gobierno “a la valenciana” pidiendo, eso sí, que en ese caso C’s se abstuviera, algo prácticamente imposible. No parece, en efecto, que las concesiones formales (como la renuncia de Pablo Iglesias a ser vicepresidente en un hipotético gobierno y algunas rebajas en las exigencias programáticas, no explicitadas públicamente) para abrir un diálogo en los próximos días y semanas ayuden a ocultar las profundas diferencias entre, por un lado, unas fuerzas -PSOE y C’s- que solo aspiran a la refundación de un régimen en crisis sumiso a la austeridad ordoliberal de la eurozona y, por otro, las que, como Podemos, las confluencias catalana, gallega y valenciana y UP-IU, no se resignan a esos límites y mantienen en sus programas la voluntad de continuar el proceso destituyente iniciado el 15M de 2011. Unas diferencias que quedaron reflejadas en las alternativas programáticas que, pese a su relativa automoderación, presentó Podemos frente el acuerdo PSOE-C’s/1, e incluso en las críticas que éste recibió desde economistas afines al área socialista/2; por no mencionar las que llegaron de las distintas fuerzas políticas soberanistas frente al rotundo No al referéndum en Catalunya que proclaman, junto con el PP, estas presuntas fuerzas del “cambio”.
El “realismo crítico”, y no el de la “realpolitik”, obliga a reconocer que no existe la relación de fuerzas necesaria para forjar un “gobierno fuerte por el cambio” y que, por tanto, a Podemos le queda la tarea de hacer frente a la hipótesis, aunque improbable, de la formación de un gobierno PSOE-C’s que en el último momento consiguiera la abstención del PP; o, en caso contrario, prepararse a unas nuevas elecciones que ayuden a ir mejorando esa relación de fuerzas en el plano electoral pero también y sobre todo en el socio-político y cultural.
Es cierto que, por mucho esfuerzo discursivo que se haga, no es fácil contrarrestar la beligerancia de la gran mayoría de los medios de comunicación, los partidos del régimen e incluso dirigentes sindicales en criticar a Podemos por su “irresponsabilidad” en la necesidad de garantizar la “gobernabilidad” y la “estabilidad política”, queriendo presentarle como culpable de la repetición de las elecciones generales. Pero esto es así porque, por primera vez desde la “Transición”, los grandes poderes económicos –de aquí y de fuera- que están detrás de esa campaña no están tan preocupados por la “inestabilidad” (al fin y al cabo, gobiernan “los mercados”) como por la entrada en el parlamento de fuerzas de disenso. Son éstas las que han provocado la crisis del ya viejo bipartidismo turnista y que ahora constituyen una amenaza a la “democracia del consenso” que entonces se instauró y que ahora se quiere recomponer con un cuatripartidismo que exigiría la domesticación de Podemos. Es, por tanto, una disputa en torno al sentido común que ha sido hegemónico hasta ahora la que se ha iniciado en sede parlamentaria, tomando el testigo de la que había sido iniciada por el 15M y los nuevos espacios de desobediencia civil y de prácticas instituyentes que se han ido desarrollando desde entonces.
Ésa es la responsabilidad que tiene hoy Podemos: demostrar que no está dispuesto a colaborar en una operación restauracionista de lo que ahora sería una agonizante “posdemocracia de consenso” y reafirmarse en su disposición a responder a lo que es, más que un escenario de “ingobernabilidad”, un clima de fin de régimen y de estado de excepción financiero -y, ahora, también securitario y xenófobo en Europa-, con el trasfondo de una crisis civilizatoria que exige un cambio de rumbo radical. Un desafío enorme que habrá que asumirlo junto con las nuevas “mareas sociales” y olas de cambio que están llegando ya de distintos lugares, incluidas las nuevas socialdemocracias anglosajonas, con Jeremy Corbyn y Bernie Sanders, y la juventud que vuelve indignada a las calles en Francia frente a contrarreformas que recuerdan lo peor del siglo XIX. Por eso la “mirada larga” es más necesaria que nunca para evitar “pasos cortos” por caminos que nos desvíen del horizonte de un Cambio con mayúsculas.
¿”Nación de naciones”?
Otra cuestión que parece necesario abordar es la relacionada con la revisión que desde la pasada campaña de las elecciones catalanas del 27-S de 2015, se ha hecho de la hipótesis populista dentro de Podemos mediante el reconocimiento de la realidad plurinacional dentro del Estado español, la apuesta por la confluencia con distintas fuerzas políticas y sociales “periféricas” respetando su propia especificidad y la consiguiente reclamación del “derecho a decidir” y del referéndum para Catalunya en los programas de las elecciones generales del pasado 20-D; una posición que se ha mantenido luego en su propuesta de pacto de gobierno al PSOE, al menos hasta ahora.
Se trata de un giro positivo que explica que incluso en ámbitos como el vasco y navarro, donde no se llegó a materializar ningún tipo de confluencia, esta formación haya obtenido un notable éxito el pasado 20D. Una revisión además que, apoyada en su articulación con el rechazo a la austeridad ordoliberal y la defensa del blindaje de los derechos sociales, puede ayudar a reconstruir lazos solidarios entre todos los pueblos del Estado superando agravios comparativos pasados y presentes. Cabe, por tanto, confiar en que se abra una nueva etapa en la que el discurso de un nacionalismo español excluyente empiece a conocer algunas grietas en su viejo edificio, pese a la obstinación del tripartito –PP, PSOE y C’s- del régimen en explotarlo al máximo entre sus respectivos electorados.
Con todo, persisten limitaciones en ese giro, debidas a que entre los dirigentes de Podemos se sigue manteniendo una concepción jerárquica de esa realidad plurinacional, reflejada en la asunción en la práctica de una vieja idea de “Nación de naciones” que ya fue esgrimida para cerrar en falso el debate constitucional de la “Transición” sobre esta cuestión/3. En efecto, es corriente escuchar a dirigentes y personas relevantes de Podemos declaraciones en las que insisten en que “Catalunya es parte de España” y que el problema consiste simplemente en encontrar un “encaje” de esa Comunidad dentro del Estado español. En el mismo sentido cabe entender la rotundidad con que dirigentes de ámbito estatal insisten una y otra vez en que si se celebrara un referéndum en Catalunya Podemos defendería la “unidad de España” frente a la independencia. De esta forma parecen querer imponer una determinada posición a su organización en esa Comunidad sin ni siquiera precisar además qué opción alternativa propondrían: ¿federación, confederación de pueblos?, ¿qué tipo de federalismo? Algunas referencias al “modelo alemán” hacen sospechar que quizás se esté pensando en un tipo de federalismo que está lejos de adecuarse a la realidad plurinacional que se dice reconocer, con lo cual acabarían coincidiendo con la propuesta, en este caso meramente retórica, de Pedro Sánchez.
Con esto no pretendo negar, repito, el efecto rupturista que la mera defensa de un referéndum sobre la independencia por parte de una formación política con posibilidades de formar gobierno en el Estado tiene frente a un régimen que lo niega. Empero, una vez dado ese paso, sería necesario ir más allá tanto por la necesidad de reconocer en condiciones de igualdad los distintos demoi que se han ido construyendo en las diferentes realidades nacionales como por coherencia con los acuerdos adoptados en el marco de las confluencias electorales “periféricas” en las que participa Podemos. De no hacerse así, nos podemos encontrar con la coexistencia de dos discursos paralelos: el que se hace desde “Madrid”, por un lado, y el que proceda de Catalunya, Euskal Herria, Galiza u otras Comunidades, por otro; algo, por cierto, que no sería más que la repetición de una historia ya vivida por Izquierda Unida en el pasado…y en el presente.
Viene a propósito recordar este debate porque está relacionado con el que se está abriendo ya, por fin, en Podemos sobre el modelo organizativo, una vez constatado, aunque sea por diferentes motivos y argumentos, el agotamiento del aprobado en Vistalegre. Porque la opción por una federalización de esta formación deberá recuperar lo mejor del 15M y las mareas (como nos recomienda, por cierto, David Harvey en una entrevista reciente/4), y también habrá de tener en cuenta las particularidades de esa realidad plurinacional y, por tanto, que la combinación del autogobierno con el gobierno compartido deberá ser el resultado de un proceso participativo y deliberativo -con los Círculos y las asambleas abiertas recuperando protagonismo- que conduzca a un acuerdo final respetuoso tanto de la pluralidad política como de esa diversidad nacional y territorial.
30/03/2016
Jaime Pastor es profesor de Ciencia Política de la UNED y editor de VIENTO SUR
Notas:
1/Para un comentario crítico: Daniel Albarracín, “Sobre la propuesta programática de Podemos: Notas al margen sobre los apartados económico, social y laboral”, 18/02/16 ( http://www.vientosur.info/?article10985
2/Antonio González, “Un plan por un empleo estable y de calidad: Análisis crítico de las medidas laborales del Acuerdo de Gobierno PSOE-C’s”, Economistas Frente a la Crisis, febrero 2016
3/ Véase el dossier “Nación de naciones? Sobre el derecho de autodeterminación. Debate”, con artículos de Xavier Domènech y Daniel Escribano, en la revista sinpermiso.info ( http://www.sinpermiso.info/print/textos/nacion-de-naciones-sobre-el-derecho-de-autodeterminacion-debate )
4/Ak Malabocas, “Entrevista a David Harvey: ‘La izquierda tiene que repensar su aparato teórico y práctico”, VIENTO SUR, 28/03/16, http://www.vientosur.info/spip.php?article11129