Begoña Zabala.- Si hay algo que concita rechazo unánime, condena, repulsa… en las filas de la clase política, especialmente en las filas dirigentes y presentes en las instituciones, es la violencia machista contra las mujeres, en su expresión más brutal como es el asesinato, la agresión física brutal o la violación sexual.
Más de una vez se ha señalado desde el movimiento feminista lo paradójico que resulta la unanimidad de los políticos y políticas a la hora de rechazar y condenar esta violencia masculina, e incluso de legislar para eliminarla, frente a la creciente y dolorosa inoperancia de las medidas, no ya para erradicar la violencia como pretende alguna legislación, sino ni tan siquiera para que se reduzca de forma significativa.
La otra paradoja importante en este tema es la que hemos podido vislumbrar, un poquito, este verano, en algunos sucesos festivos en varios puntos de Euskal Herria. Se producen agresiones verbales; se insulta a las mujeres; se verbaliza frente a las mujeres rudos deseos de posesión, violencia sexual y agresión de los varones en expresiones máximas de dominio sexista; se las excluye de forma violenta, también simbólica, de los espacios de la fiesta… Cuando se las quiere ridiculizar, descalificar o excluir se las llama putas o zorras, sexualizando el adjetivo, recordando y calificando lo que desprecian de la sexualidad de las mujeres, a pesar de servir para la satisfacción de sus deseos sexuales. A pesar de ello, los siguientes desprecios e insultos, suelen ser precisamente los contrarios: la falta de prácticas heterosexuales, por descontado que con ellos mismos, derivan en la consideración de amargadas, frígidas y feminazis. Y cuando todo esto se produce, y la reacción de las mujeres, individualmente o de forma colectiva, osa traspasar la a la esfera pública, al rechazo, al señalamiento, a la denuncia pública… la reacción se vuelve ultraviolenta y descalificativa. ¿En qué quedamos? ¿No era el rechazo unánime ante la agresión?
Es paradójica la conducta del “macho man”, sobre todo cuando actúa en cuadrilla, o con los agravantes de defensa y ataque tribal. Puede condenar los ataques sexistas contra las mujeres, de forma inequívoca, pero sólo cuando se trate de una violencia explícita que es considerada ahora como delito. Cuando se trata de todos los millones de actos sexistas que de forma diaria configuran la violencia sexista y preparan el camino y recorren el iter de la agresión violenta, entonces se los considera como bromas, costumbres, libertad de expresión. En los términos más concienciados, puede ser una “pasada”, peor no pasa de ahí.
Interesa mucho clarificar qué suponen todas estas expresiones violentas y agresiones sexistas en la conformación de las relaciones de dominación, y cómo se responde frente a ellas. Se trata de alterar el recorrido de la violencia en el inicio del discurso, cuando se dedica a preparar el camino para la naturalización de la violencia contra las mujeres, en su momento de sumisión, miedo y no respuesta.
En el espacio político
No es un secreto señalar que nos encontramos en una precampaña electoral, hacia el 20-D, de dimensiones mediáticas, un tanto agigantadas, por esta pretendida importancia. Las formaciones políticas nos señalan la importancia crucial del momento. El voto es imprescindible. Es la oportunidad, el momento único, sin ninguna discusión. It´s now or never, (Ahora o nunca) parece la melodía. Sobre todo nos piden el voto nuevas formaciones que aparecen en el espectro político, pues ahora sí están ellas, ahora sí se justifica que no pasemos de la POLÍTICA, ahora nosotras, también, tenemos que trascender nuestro espacio y repolitizar nuestra actividad.
Sin embargo, intervención tras intervención, aparición tras aparición, entrevista tras entrevista, este asunto que hemos señalado que concita tanta unanimidad, sobre todo “cuando toca hablar de él”, no aparece, no ya solo en lo titulares, sino ni tan siquiera en la última línea de lo que denominan programa o ideas fuerza.
Es decir, repolitizar nuestro discurso, pasar al campo de la política, participar también desde el movimiento en esta magna cuasi-farsa mediática, no pasa por verbalizar ni medio minuto de una de lo que denominan con frecuencia “la lacra más grande de este siglo”. O sea lo que nosotras llamamos la violencia sexista y machista, de dominación masculina contra las mujeres, para perpetuar la dominación patriarcal, que hunde actualmente sus raíces en el sistema capitalista patriarcal, que recorre el universo que conocemos en diferentes y graves manifestaciones, de brutales agresiones contra las mujeres, no es objeto en ninguna de sus manifestaciones ni de un minutillo de la entrevista o el debate estrella a dos, tres o cuatro líderes del momento.
A veces, y casi suena a escarnio, cuando toca la aparición mediática, si ha habido un asesinato machista en esas fechas, o alguna bestial actuación sexista, un recuerdo al inicio, un homenaje fugaz a la víctima, pone el tinte del dolor humano, para pasar inmediatamente al discurso formal y ardiente de lo que realmente importa: la gran política de le economía, de la Europa, de la Unidad de la Gran Nación, del empleo, del trabajo… y ahí no entra esta violencia.
Esto ¿debe señalarse como una paradoja de la política en tiempos electorales o es más bien la negación de la política feminista en estos espacios?
El movimiento feminista ha hecho esfuerzos y ha ensayado muchas fórmulas para entrar en este juego de la política electoral y formal. No sin muchos debates, desencuentros y por supuesto con diferentes perspectivas. Desde estar en los partidos de izquierdas que nos proponen cotas importantes de políticas feministas, pasando por montar organizaciones propias de feministas en las candidaturas, o por participar puntualmente en formaciones para el momento electoral.
A los propios partidos de izquierdas se les ha requerido de forma insistente, desde sus filas, la participación de las mujeres en las listas, y se ha llegado incluso a legalizar sobre el asunto.
El resumen sarcástico de este proceso, es a veces ver en qué puestos van las mujeres y si representan mitad y mitad de la planilla, o qué porcentaje.
Yo no quiero entrar en este tema ahora, el de los porcentajes y cuántas mujeres y cuántos hombres, que tiene sus intereses y sus trampas. Lo que ahora queremos poner sobre la mesa es el mensaje, no la mensajera.
A veces me pregunto si, por una casualidad o creencia, todos estos líderes de los partidos, que salen a todas horas en los medios diferentes, incluidos por supuesto las redes y espacios internáuticos, dedicasen la mitad o la parte proporcional que corresponde a las mujeres en los puestos de dirección y de sus listas, a hablar, discutir, reflexionar, denunciar, convencer, persuadir, politizar, repolitizar… todo el entramado de la violencia sexista, y sus manifestaciones, nosotras las feministas podríamos de verdad pensar que se está planteando en serio el atajar la dominación patriarcal.
De momento sólo podemos señalar que es una grave contradicción, y para nosotras representa una importante traición, el que no aparezca como primer tema de preocupación de los aspirantes a las instituciones, que esta sociedad que pretenden desmontar, se mantiene, de forma muy importante, subordinando a las mujeres por parte de los hombres, y esto de forma hiperviolenta,, en todos los ámbitos de la violencia. Es la misma traición que sufrimos las pacifistas, cuando vemos que para construir la paz, nos mandan los ejércitos y las policías. Y la guerra y la violencia que asolan nuestra sociedad no forman ni siquiera parte de medio minuto del discurso. Bueno sí, acabo de ver que una fuerza emergente de izquierdas ha puesto en sus listas a una generalote del ejército español, que apoya la OTAN… Todo un imaginario contra la violencia, también contra la violencia sexista.