El Parlamento Europeo ha convertido a Venezuela en uno de sus referentes principales, en cuanto a debates de política internacional. Y lo ha hecho para fijar, las más de las veces por impulso del Partido Popular Europeo, una actitud oficial de leal acompañamiento a la política dictada por el Departamento de Estado norteamericano. La Eurocámara se pronunció por última vez sobre Venezuela el pasado mes de marzo, al calor de una circunstancia sin duda grave, como es la detención de representantes institucionales a los que la Justicia venezolana atribuye un plan para derrocar por medios violentos a un gobierno elegido por las urnas. Esta hiperactividad del Parlamento Europeo -seis debates sobre Venezuela en cinco años- resulta sorprendente por distintas razones. Particularmente a la vista del contexto cercano, con un conflicto militar candente en Ucrania. El Europarlamento que, dicho sea de paso, no condenó el golpe de Estado en el origen de la crisis ucraniana, no ha sentido necesidad de debatir periódicamente sobre sus consecuencias, ni siquiera a la luz de informes como el emitido el pasado 17 de abril por la portavoz del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. En ese informe, Ravina Shamdasani constataba que ese conflicto en suelo europeo ha dejado en un año un balance provisional de al menos 6.116 muertos y 15.474 heridos. Hacia el sur no faltan otros motivos de desvelo. El Mediterráneo, ese mar que se traga la vida de miles de personas, condenadas a huir de la guerra y la miseria a la que les condenan el intervencionismo económico-militar occidental es el más cruel espejo del relativismo en materia de derechos humanos al que se prestan esos socios europeos tan solidarios con la cruzada de EEUU contra Venezuela. El precedente claro del diferendo UE-Venezuela se sitúa en las Antillas. Renunciando a mantener con Cuba una posición autónoma con respecto a Washington, Bruselas ha practicado durante décadas la anti diplomacia con respecto a la isla. Por extraer algunas enseñanzas. Con el veto al diálogo político con La Habana “hasta no darse un cambio significativo en materia de derechos humanos” -formato que se formalizó en la etapa aznarista- la UE ha perdido doblemente: de una parte, esa política le ha hecho ceder influencia en un continente en expansión y llamado a jugar un papel destacado en el concierto del mundo multipolar; y, por si ello fuera poco, Bruselas ha quedado, a la postre, desplazada del tablero, por la reanudación de relaciones entre La Habana y Washington. El precipitado desembarco del presidente francés, François Hollande, en la isla, tras el comienzo del deshielo Cuba-EEUU, apenas ha servido para remarcar la posición obsoleta en que la receta del no diálogo -tan del gusto del PP- ha dejado a la UE. Sin aprender de ese error diplomático, la Unión Europea sigue jugando a la escalada de tensión por cuenta de Washington en la crisis interna venezolana. Y, de no mediar un cambio de rumbo, los socios europeos volverán a recoger pérdidas por su mala inversión. De encasquillarse en la cuestión venezolana, Bruselas corre el riesgo de perder una buena oportunidad de oxigenar sus relaciones con un continente que, guste o no a la antigua Metrópoli, ha elegido en esta fase histórica reconciliarse con su propia piel y actuar en base a una lógica de integración continental. De hecho, esa América en mutación no encuentra ya demasiados motivos para mirar a una Europa que, en palabras de Pepe Mujica, es presa “de la pasión de haber sido y ya no ser, el epicentro de la civilización”. Frente a la creciente soberanía política latinoamericana el stablishment europeo sólo ha respondido -como en Cuba, en Venezuela- con un mensaje “de tufo neocolonialista y vacío”, por seguir empleando las expresiones del ex presidente uruguayo, Y ese discurso, desconchado e inadaptado, que se repite en las distintas resoluciones que el Parlamento Europeo ha aprobado sobre Venezuela, pierde definitivamente el último atisbo de mesura y se adereza de todos los extremismos posibles cuando es el Parlamento español el encargado de fijar posiciones que se asemejan a sentencias. Ello hace más incomprensible todavía la actitud que mantiene con respecto a Venezuela el PNV, que no ha dudado en sumarse de forma acrítica a esa política diplomática fallida que alienta el PPE. Lejos de mantener una visión propia, acorde a los estrechos lazos que unen a venezolanos y vascos; lejos de defender, por descontado, una actitud exigente en materia de derechos y libertades pero, al tiempo, respetuosa con la soberanía de Venezuela, la posición elegida por el PNV se ha acoplado escrupulosamente al guión hispanocentrista. Con Felipe González en vuelo a Caracas para defender a los presuntos golpistas venezolanos, es comprensible que para el PSE -y más aún para el PP-, tenga sentido convertir al Parlamento Vasco en altavoz de sendas resoluciones hostiles de la Cámara europea, con respecto a Venezuela. En tanto que apéndices de partidos estatales españoles, y defensores de intereses de orden neocolonial -léase neoliberal- en Venezuela, ello es comprensible. Pero en el caso del PNV, el pasado y presente de la relación de Euskal Herria con América Latina debería orientar a posiciones más ponderadas. Lo que no implica, por cierto, renunciar a escuchar por diferentes voces las distintas quejas y demandas que emanan de la sociedad venezolana, en relación a problemas de orden económico, social y hasta moral. Lamentablemente, la Cámara vasca ha sacrificado la oportunidad de hablar con voz propia y en tono constructivo no ya a Venezuela sino a un continente que, por no retrotraernos al franquismo, también en fechas más recientes ha expresado de muy diversas formas su solidaridad y apoyo al nuevo tiempo político abierto en Euskal Herria. La vocación de los representantes del PNV de secundar planes de oposición, incluso para el desbordamiento del marco legal venezolano, situó a este partido ya en posiciones extremistas en vida de Chávez, y ahora persiste en la misma línea, lo que le lleva a acompañar pronunciamientos ex temporáneos, que desafinan con las iniciativas de solución impulsadas en América Latina y del contexto nuevo que abre el deshielo de relaciones Cuba-Estados Unidos. En todo caso, a nuestro entender, esa actitud no refleja el sentir mayoritario de la ciudadanía. Simplemente, porque esa posición no es natural a ojos de una sociedad, la vasca, que, por enfrentarse a conflictos por resolver, tener heridas propias que sanar y estar necesitada de acuerdos internos, respalda, aquí como allí, el diálogo interno, entre diferentes, y desdeña las interferencias externas a la búsqueda de ese entendimiento. La actitud de la “Troika vasca” no es, por lo que nos toca a los independentistas de izquierda, la que nosotras defendemos, porque es una actitud que, entendemos, sólo conduce a alinear a nuestro país en posiciones intransigentes, y porque nos aleja de referencias más positivas y compartidas por otros actores internacionales. La crisis que vive Venezuela puede y debe solucionarse mediante mecanismos democráticos. Y, desde esa premisa, la labor de cooperación que desarrollan organismos de integración regional como UNASUR, pero también CELAC, Mercosur o ALBA, aporta las garantías necesarias cara a facilitar el diálogo entre venezolanos. Ese apoyo a iniciativas inclusivas, acordes a un mundo que, bien es cierto que entre sobresaltos, va dando forma a un orden multipolar, es además el mejor modo de defender los intereses de un país, Euskal Herria, que no tiene nada que ganar, tampoco en el ámbito internacional, con seguir ejerciendo de vasallo de la Corona antes imperial española. Esa posición es nefasta, no ya desde el punto de vista de los valores de solidaridad e internacionalismo, que atraviesan el proyecto político de Sortu y que se expresan en el trabajo institucional de Euskal Herria Bildu (EH Bildu), sino incluso desde un punto de vista más prosaico: la actitud de doble dependencia, hacia el eje Washington-Bruselas y hacia su franquicia española, es un atavismo a superar, porque es un elemento de obstrucción a la “externalización” de Euskal Herria, por emplear términos más comprensibles para aquellos sectores que puedan tener una visión, digamos más “utilitarista”, de la acción política exterior. Euskal Herria necesita abrir nuevas ventanas, y no cerrarse ninguna puerta, porque aspira a ocupar un lugar que aún no tiene en ese mapa internacional cambiante, y que nosotros representamos como un tejido de naciones que se respetan a sí mismas y establecen relaciones de libre cooperación y en plano de igualdad con otras naciones. Y en esa tarea estamos comprometidos los soberanistas e independentistas vascos. Con nuestro país, y con todos los pueblos que aspiran a decidir por sí mismos su futuro. Por eso no compartimos la “caza de brujas” de la Troika vasca (PNV-PSE-PP), por eso apostamos por una solución interna, pacífica y democrática en Venezuela, al tiempo que repudiamos la amenaza de EEUU, la guerra económica y, en definitiva, la larga estela de injerencias que se ciernen sobre el país latinoamericano. Autora: Maite Ubiria Beaumont, periodista y responsable de Política Internacional de SORTU