Catalina de Erauso | Violadores con metralletas
Se llama Lur -como todas mis víctimas- y es originaria de Afganistán. Llegó a Europa con sus seis hijos previa invitación de su marido que ya llegó unos años antes. Está condenado a la silla de ruedas porque quedó inválido luego de un trágico accidente de autobús.
Sus vicisitudes en Europa no son objeto de análisis aquí, pero su testimonio como periodista que vivió la etapa anterior a vuelta de los talibanes en 2021 a la vida política de Afganistán es de incalculable valor. Trabajó en un estudio de una televisión afgana como redactora. Su cometido periodístico consistía en leer y analizar noticias y comunicados de prensa para después escribir artículos.
Aunque los estándares de vida de Afganistán difieren considerablemente de los que estamos acostumbrados en Europa, cuenta que la vida de los afganos de su entorno era relativamente normal. Ella tenía una posición acomodada y podía pagarse una limpiadora. No hacía las tareas de la casa ella misma. Ahora sí debe hacerlo. A la llegada de los talibán al poder, intuyó que debía abandonar Afganistán rápidamente. Con cuatro de sus hijos a cuestas pudo llegar a Europa. Sus dos hijas mayores quedarían en Afganistán para tantear la situación. Una de ellas estaba en el sexto año de medicina y le faltaban 6 meses para licenciarse. Un día llegaron los talibanes a su casa y preguntaron por sus padres. No les hicieron nada. Con la ayuda de sus vecinos y unos amigos que se encontraban en Irán, pudieron huir a Teherán. Allí se quedaron 18 meses y después pudieron reunificarse con su familia en Europa.
En cuanto a la situación actual, Lur es muy escéptica. Los talibanes en el poder hacen la vida imposible a todos sus conciudadanos porque son una banda de delincuentes. Son diarias las ejecuciones de afganos que osan rechistar, también es común que les expropien sus tierras o tomen poder de sus negocios o simplemente se presenten en ellos y les roben todo lo que han ahorrado durante su vida laboral. Lo más estremecedor es cómo actúan cuando se organizan manifestaciones para protestar por su política. Suelen enviar a bandas de matones que ejecutan a los manifestantes varones o los apalizan. Con las mujeres que se manifiestan actúan de diferente forma. Las detienen y las llevan a comisaría. En comisaría están bajo su tutela y aprovechan la situación para violarlas en grupo. Mientras uno la viola, otro graba un vídeo. Cuando los violadores terminan la faena, la amenazan diciéndole que mostrarán el vídeo a su familia si osa hablar sobre ello.
Ellas están presas del miedo y no lo cuentan. A veces, su entorno intuye o simplemente sabe que una mujer ha sido violada por un talibán o por su camarilla de matones. Nadie en su círculo familiar o de amistades osa decir nada al respecto a pesar de que conocen al violador. Si alguien se va de la lengua, el imam de turno no dudaría ni un momento en lapidar a la violada porque cometió adulterio si estaba casada. Si estaba soltera, se la lapidaría igual por ser una fornicadora. Al violador no se le puede ni toser.
