Marcel Lhermitte | Triunfos, derrotas y una definición que se prevé voto a voto
Gestos adustos y autoproclamaciones de triunfo. Si podemos encontrar una variable que incluya a la mayoría de quienes compitieron en las elecciones nacionales uruguayas del pasado 27 de octubre seguramente sea esa: gestos adustos y preocupación de varios integrantes del oficialismo y la oposición, pero con mayoría de candidatos que se autoproclamaron triunfadores ante sus militantes.
Antes del acto eleccionario, las encuestas marcaban un claro favoritismo de la opositora fórmula frenteamplista, conformada por Yamandú Orsi y Carolina Cosse, que incluso, a los más optimistas, permitía soñar con un triunfo en primera vuelta, pero en caso de no ser así, al menos, obtener una mayoría parlamentaria en ambas cámaras y posicionarse para la segunda vuelta con un guarismo que hiciera pensar que el balotaje fuera prácticamente un trámite.
En lo previo, del lado del oficialismo las cosas no se veían tan bien, ya que la sensación que se había instalado era que la fórmula del Partido Nacional, conformada por Álvaro Delgado –delfín del presidente Luis Lacalle Pou– y la tránsfuga Valeria Ripoll no movilizaba a muchos de los militantes nacionalistas, algunos de los cuales incluso optaron por abandonar el partido luego de la polémica proclamación de la candidata a vice.
En filas del Partido Colorado, el candidato presidencial Andrés Ojeda –al que debemos reconocerle la campaña más creativa, pese a que sus contenidos programáticos fueron dejados en segundo plano–, terminó generando la percepción de que fue el gran triunfador de los comicios, a pesar de que su colectivo consiguió solo el 16% y quien resultó ser más votado en sus tiendas –y con una buena diferencia– fue el exministro Pedro Bordaberry.
Luego, dentro de la coalición multicolor que respalda al actual gobierno, se constataron dos fracasos: el de Cabildo Abierto, el partido del general Guido Manini Ríos –que había sido una de las sorpresas de la pasada elección presidencial, consiguiendo tres senadores–, que apenas obtuvo dos diputados; mientras que el Partido Independiente del ministro Pablo Mieres solo llegó a obtener una diputación.
Uno de las grandes sorpresas, que integra el colectivo de triunfadores de la jornada, sin duda alguna, resultó ser el outsider antisistema Gustavo Salle con su partido Identidad Soberana, ya que obtuvo dos diputaciones, superando en bancas al Partido Independiente e igualando a Cabildo Abierto, por lo que en este momento es el cuarto partido con más bancas en la Cámara Baja del Uruguay.
En esta cita ante las urnas había dos cosas en juego: primero, la posibilidad de conseguir un balotaje para las fuerzas del oficialismo versus ganar en primera vuelta para la oposición y, segundo, obtener mayorías parlamentarias tanto para el Frente Amplio como para la conservadora Coalición Multicolor.
Respecto al primer punto, la fuerza política de izquierda uruguaya desperdició una oportunidad de ganar en primera vuelta, al realizar una campaña electoral chata, con poca y, por momentos casi nula, presencia mediática de Orsi. Resultó ser una campaña que pareció más preocupada en no equivocarse que en tratar de obtener un triunfo que evite el balotaje, cosa que pudo haber sido perfectamente posible.
En cambio, la Coalición Multicolor no solo salió airosa de la primera vuelta, sino que, al sumar los votos del Partido Nacional, el Partido Colorado, Cabildo Abierto y el Partido Independiente (46.94%) superó por tres puntos porcentuales al Frente Amplio (43.95%), lo que hace que se instale la percepción de pérdida del favoritismo, de la sensación de ganadores, que supo tener la fórmula Orsi – Cosse.
Con respecto a las mayorías parlamentarias hay dos lecturas sumamente interesantes. La primera de ellas es que el gran vencedor fue el Frente Amplio, que consiguió 16 de 30 senadores y 48 de 50 diputados, por lo que tendrá mayoría en la Cámara Alta, pero no así en la Cámara Baja.
Pero Identidad Soberana, el grupo de Salle, con sus dos diputados, es quien se quedó con la llave de las mayorías en la Cámara de Representantes y, de acuerdo a la reputación de su accionar político, seguramente haga valer sus bancas para que, si depende de ellos, no existan mayorías para nadie, por lo que la gobernabilidad de una Presidencia que sea del Frente Amplio o de la Coalición Multicolor contará con problemas para obtener acuerdos legislativos en la Cámara Baja.
Aquí hay un punto a tomar en cuenta. El Frente Amplio obtuvo mayorías en el Senado a pesar de haber tenido menos votos que cuando accedió a la Presidencia en los gobiernos de Tabaré Vázquez y José Mujica, por lo que es notorio que el sistema D’hont, que premia a los partidos mayoritarios, atentó contra la coalición de partidos oficialistas, ya que en estas instancias compiten por separado. Por lo que la herramienta creada por el actual presidente Lacalle Pou, que tiene como único objetivo frenar al Frente Amplio, en esta ocasión fracasó.
Lo que se viene
El último domingo de noviembre los uruguayos volverán a las urnas para definir en segunda vuelta quién será el presidente que suceda a Lacalle Pou. Habrá dos modelos en pugna. Por un lado, el continuismo de la Coalición Multicolor, luego de un gobierno que estuvo plagado de constatadas irregularidades y escándalos políticos; y, por otro lado, el cambio que representa el Frente Amplio.
Sobre el resultado final, se espera que sea absolutamente cerrado, por lo que la campaña electoral y las percepciones que deje el debate presidencial obligatorio constitucionalmente, estarán definiendo.
El Frente Amplio ha dejado de ser el favorito claro desde la percepción, no así desde las matemáticas y la lógica, ya que el piso de la coalición de izquierdas se encuentra en el 43.95%, mientras que el piso de la coalición de derechas es exclusivamente los votos obtenidos por el Partido Nacional, que apenas asciende a 26,76%.
El resto de los votos que recibió la coalición multicolor serán captados mayoritariamente por la fórmula Delgado – Ripoll, pero no todos; mientras que las adhesiones a Identidad Soberana, que son un 2.69% –a pesar de que su líder llamó a no votar por ninguna de las dos opciones– estarán en disputa, al igual que el 4.93% de votos en blanco y el 1.49% que votaron otras opciones minoritarias (que seguramente se definirán por quien juzguen la opción “menos peor”).
El escenario está abierto, para el Frente Amplio ya no vale jugar a no equivocarse, mientras que para la fórmula blanca estará el desafío de demostrar la capacidad de captar la máxima cantidad de votos posibles de los colectivos que integran la Coalición Multicolor y de presentar una alternativa con un mensaje mejor que no sea exclusivamente impedir el triunfo de la coalición de izquierdas, como han repetido hasta el hartazgo varios de sus líderes.
Las reputaciones personales, la credibilidad, el trabajo militante, las estrategias políticas y la credibilidad, en estos pocos días de campaña electoral, el 24 de noviembre hablarán.