Marcel Lhermitte | Desde Pedro a Yamandú, ¿merece la pena todo esto?
Hay una vieja serie que está en YouTube y que siempre recomiendo: El puntero. En ella vemos mucho del rol que juegan esos caudillos populares de la política local argentina y su relacionamiento clientelar con la comunidad. Recuerdo que me impactó mucho la actuación de Rodrigo de la Serna, en su papel de Lombardo, pero hubo un capítulo en particular que me quedó grabado para siempre. Fue cuando este personaje, luego de que su grupo perdiera todo su poderío, se preguntara, palabras más, palabras menos, ¿qué pasó? ¿cuándo dejamos de ser lo que éramos?
Esa pregunta es la que muchos nos hacemos, y cada vez más, ante los sucesos que empiezan a darse y multiplicarse en la política del mundo entero. ¿Qué está pasando? ¿Por qué están cambiando los códigos? Y ante esos cuestionamientos, llega la una interrogante muy de fondo: ¿Vale la pena seguir adelante o es mejor dar un paso al costado?
Más allá de afinidades ideológicas o no, es notorio que el presidente de España, Pedro Sánchez, es uno de los líderes mundiales que más entienden el juego político. Prueba de ello es el sexenio que lleva en la titularidad de un gobierno al que le ha tocado superar una pandemia mundial, varios procesos eleccionarios –incluso alguno con desventajas en las encuestas– y sortear una que otra crisis.
Sánchez aparenta una solidez sin igual. Los embates de las fuerzas conservadoras encabezadas por el Partido Popular y Vox suele superarlos sin mayores dificultades, desde la acción o desde el debate, pero el pasado miércoles 24 de abril, por primera vez pareció ser golpeado por la munición de la desinformación, al punto de reconocer en una carta pública lo siguiente: “la pregunta que legítimamente me hago es, ¿merece la pena todo esto? Realmente no lo sé”.
El resumen de esta historia, que sirve de disparadora para esta columna, dice que Sánchez se tomó cinco días de reflexión, luego de que a su esposa, Begoña Gómez, se le abriera una causa judicial por tráfico de influencias y corrupción, tras la denuncia realizada por el colectivo de ultraderecha Manos Limpias, en base a recortes de prensa.
Este hecho, que parece poco si se lo observa con detenimiento, fue la gota que desbordó el vaso de la paciencia del presidente español, que veía como la ultraderecha se valía de la justicia para atacar a su familia.
Finalmente, la historia es conocida, Sánchez no dimitió luego de esas jornadas de reflexión, y volvió a sus funciones con la guardia en alto y expectante ante lo que son estrategias de desestabilización habituales de la derecha española que, en este caso atacaron a la familia del jefe de Estado, pero en otras ocasiones fueron contra dirigentes de otros partidos que ocupaban cargos en el gobierno.
Manipulación y desinformación
Este tipo de estrategias de manipulación y desinformación también se están dando más habitualmente en América Latina. El último ejemplo fue la denuncia de Romina Papasso, la recientemente expulsada dirigente del partido de gobierno uruguayo, que junto a una cómplice inventaron un hecho y protagonizaron una denuncia falsa contra el precandidato frenteamplista Yamandú Orsi.
La historia, digna de un guion de un thriller político de Hollywood, narraba que algunos años atrás Orsi había requerido los servicios sexuales de una travesti dentro de su auto y que al no lograr una erección se habría rehusado a pagar y además le habría propinado un golpe que le hizo perder el conocimiento a la trabajadora sexual.
Aquí también la historia ya es conocida, finalmente ambas travestis, en medio de shows mediáticos reconocieron la trama y el fin: se buscaba dañar la candidatura de quien es el favorito para convertirse en el presidente de los uruguayos, lo que les valió finalmente la apertura de un proceso judicial a ellas.
Otro punto a lamentar de este suceso fue la posterior declaración ante la prensa del presidente Luis Lacalle Pou, quien negó que exista una “operación política” en este caso en concreto, cuando quienes ejecutaron el delito ya lo han confesado. Se trató de una operación realizada por (en ese entonces) una dirigente del Partido Nacional contra un precandidato del Frente Amplio con el único objetivo de perjudicarlo electoralmente.
Entonces, siguiendo estos dos ejemplos, de tantos que se están dando en el mundo y tal como cuestionó Sánchez, ¿vale la pena?
Las estrategias de desinformación, la judicialización de la política y la manipulación son cada vez más habituales, no solo en campaña electoral, sino en la política en general, por lo tanto, quienes deciden ingresar a la política lo deben tener muy claro.
Pero, ¿quiénes son los responsables de estas estrategias de desinformación y de la manipulación política?
Las investigaciones que existen sobre este fenómeno demuestran que las estrategias mencionadas vienen casi en su totalidad desde el mismo sistema político, léase gobiernos y partidos, así como también desde otros centros de poder, como el empresariado y los poderes fácticos, que en muchos casos son los responsables de financiar las acciones.
Por lo tanto, nos encontramos ante iniciativas que hacia la tribuna son condenadas por los referentes de un sistema político que es el mismo responsable de las acciones que critican, fundamentalmente quienes se encuentran en el oficialismo y cuentan con más herramientas legislativas para regular este tipo de casos.
El apelar a técnicas de desinformación o a manipulación está reñido con la ética de quienes trabajamos en comunicación política y gestionamos campañas electorales, pero es evidente que muchos estrategas utilizan estas herramientas para ganar votos y son cada vez más habituales, debido a que tenemos una ciudadanía infoxicada, existe suma facilidad de viralización de contenidos en redes sociales e incluso la reciente aparición de la inteligencia artificial puesta al servicio de estas malas causas funciona como un plus.
A esto debemos agregar que la Justicia, en muchos de los países de Iberoamérica, no ofrece las garantías necesarias, sino que está cooptada por colectivos poderosos a los cuales en varias circunstancias les son afines, como es el caso de Guatemala y otros tantos.
Lamentablemente este tipo de acciones que padecemos habitulamente llevan a que las ciudadanías descrean cada vez más del sistema político, de la política y de los políticos en general. El valor de la democracia cada vez se hunde más y no parece tener una solución a corto plazo.
¿Merece la pena?
Entonces, ¿merece la pena? La respuesta final es que sí, claro que vale la pena, porque la política es la principal herramienta para realizar cambios en las sociedades y mejorar la vida de las personas, porque la participación es la base que solidifica la democracia y porque no podemos permitir que un grupo de personas quiera secuestrar un sistema para crear otro en beneficio propio.
En el debe nos queda reclamar a nuestros dirigentes una legislación que proteja a los ciudadanos de la desinformación y la manipulación política, pero eso está en manos de los gobiernos, los congresistas y los partidos. En cuanto a la ciudadanía en general, por más que las cosas se vean mal y se perciban hostiles, lo importante es no relegar espacios de participación, porque quizás en un futuro no tan lejano –como sucedió antaño– se pierdan y sean muy difíciles de recuperar.