Iñaki Errazkin | Votos útiles e inútiles
Creo que fue Eduardo Galeano quien dijo que los seres humanos somos, simultáneamente, una mierda y una maravilla. Una gran verdad que se hace especialmente evidente en la cosa política.
A un mes de las elecciones generales “más importantes de la historia”, como se ha dicho de todas desde las celebradas de aquella manera en junio de 1977, el panorama para las libertades es más que sombrío. Tras una complicada legislatura, repleta de gravísimas situaciones imponderables como la pandemia, lo cierto es que el balance de la acción gubernamental, aun siendo manifiestamente mejorable, ha resultado positivo para los intereses de la mayoría de la población, que no nada precisamente en la abundancia.
He dicho en alguna ocasión que el PSOE es el PP de paisano, así que nadie piense ni por un segundo que yo confío en el partido que fue capaz de fundar los GAL, que asesinó sin despeinarse, que nos estafó con el tema de la OTAN, que robó a mansalva, que miente los días pares y los días nones, y que va a terminar no yendo a misa los domingos y fiestas de guardar.
Pero los partidos son fiel reflejo de sus líderes de turno y de las coyunturas imperantes, y su pulsión hegemónica los lleva a adaptarse a lo que toque y a cambiar sus principios sin mayor problema, emulando al gran marxista Groucho. Y en política, si no se gobierna no se tiene poder, por lo que se busca la estabilidad que proporciona la mayoría numérica con más ansia que un jabalí olfateando trufas.
En este preciso momento, las personas que nos consideramos de izquierdas y que pretendemos transformar para bien esta sociedad rejoneada y desnortada estamos enfangados en el lodo producido por tantos malos polvos que dirigentes, dirigentas y dirigentos han echado en el pasado reciente salpicándonos de lleno con sus miserias y dislates. Fuera de Euskal Herria y Catalunya, los líderes y lideresas de izquierdas y fiables se pueden contar con los dedos de una oreja, e incluso en esos territorios hay grados, que los tréboles de cuatro hojas escasean.
La izquierda española puede y debe canalizar su propia identidad, pero, cuando apela al voto útil contra el fascismo, da coces contra su aguijón, pues la serie de despropósitos que ha protagonizado hace que haya mucha gente de bien de ese sector social que, por primera vez, piensa dar su apoyo a un experto PSOE reconocidamente socialdemócrata y jacobino porque teme meter en la urna una papeleta de Sumar, igual de socialdemócrata y jacobino, pero bisoño como partido y compuesto por turistas políticos ya conocidos que ahuyentan bastante más que atraen.
Desde un punto de vista tan pragmático como desiderativo, y sabiendo que toda la oferta política a la siniestra del partido que encabeza Pedro Sánchez solo aspira a puestos de muleta, el mejor escenario sería un PSOE fuerte, pero no demasiado, para que, si no opta por la «Große Koalition» con el PP (que todo es posible), dependiese de los apoyos de las izquierdas independentistas vasca y catalana, que han demostrado ser las únicas que no han perdido el oremus y que mantienen una visión global de la jugada. Las muletillas hispanas, claro, también serían bienvenidas siempre que no resten.