Don Mitxel | El pazo de la verdad
En una democracia emanada de la victoria sobre el fascismo no harían falta triquiñuelas legales para arrebatar a los Franco no solo el Pazo de Meirás, sino hasta la primera leche que mamaron de aquel regimen infame y genocida que solo pudo imponerse en España con la ayuda de sujetos tan poco recomendables como Hitler y Mussolini.
Mientras en Alemania los paisanos que se apellidaban Hitler decidieron cambiarse de apellido aunque no tuvieran parentesco alguno con el Führer, aquí los descendientes del Caudillo pasean su desvergüenza por el papel couché y hasta por programas ligeros de televisión; y lo mismo te atropellan un guardia civil (no en Altsasu, por supuesto) que pleitean contra el Estado.
Mientras aquí los Franco decidieron hacer negocio con los aparcamientos de pago en Madrid, encima del bunker donde Hitler tuvo la mejor idea de su vida, es decir, la de descerrajarse un tiro en la cabeza, existe hoy un anodino parking donde los berlineses dejan sus coches ajenos a lo que allí ocurrió años atrás. Nada parecido al valle de los Caídos ni a la tumba de Mingorrubio que nos sigue recordando la impunidad de los asesinos, mientras los miembros de la Resistencia siguen enterrados en mil cunetas.
No, el Pazo de Meirás no se le regaló al jefe del Estado español como se nos quiere hacer creer, sino al Caudillo y jefe de la España Nacional, pues en 1938 el único y legítimo jefe del Estado español era don Manuel Azaña.
Otra cosa es si con estas triquiñuelas legales contra los Franco acabamos confesando la verdad, que esta España no es sino la heredera de la España Nacional y quizás por eso tengamos una monarquía y no una República.
Y esto ya es mayor vergüenza que lo del Pazo.