Don Mitxel | Soy un meapilas
Recuerdo los domingos de Ramos de mi infancia como un día de auténtico júbilo, aunque no precisamente por la entrada de Jesucristo en Jerusalén a lomos de un pollino, sino porque mi señor y difunto padre nos agenciaba unas palmas con las que acudíamos a misa, todo contentos mi hermano y yo, pues juntarse en la iglesia con otros críos armados también de ramos daba unas posibilidades inmensas para aguantar aquellos otrora tediosos 45 minutos, que tal domingo como hoy se trastocaban en minutos donde te lo jugabas todo a la pericia: golpear la testa de Juanito con la rama sin que el párroco se coscara de nada, mientras tu compinche le informaba al agredido que el agresor había sido Isidoro, y así se entablaban gloriosas disputas que un año a punto estuvieron de da dar al traste con tan cristiana festividad, pues Dios es bondad infinita, pero a mi párroco no le tocaras demasiado los cojones.
En fin, leo que la Ertzantza, en cumplimiento de las leyes del confinamiento, ha mandado para su casa al cura de Balmaseda que recorría la calles del pueblo distribuyendo agua bendita en este Domingo de Ramos, que no se si será milagrosa, pero es bendita. Y he pensado en mi señora y anciana madre, que se encuentra ahora mismo sola y lejos de mí, y he pensado que le hubiera hecho mucha ilusión ver al cura del pueblo desde su ventana y hacer los rezos o las danzas de la lluvia que mejor consuelo le den en su soledad. Incluso hubiera soltado a buen seguro una lagrimilla.
Pues sí, a lo mejor es que soy más meapilas que este lehendakari que habla como un cura -porfa, porfa, porfa, escuchen su última homilía, creo que la del viernes- , pero tengo el suficiente sentido común como para saber que el párroco de Balmaseda no estaba poniendo en riesgo a nadie y estaba consolando a muchas personas en un momento de especial necesidad, sobre todo esos ancianos que se nos siguen muriendo sin una mano a la que asirse.
Que una cosa es defender una sociedad laica y un confinamiento cuasi religioso, y otra ser un gilipollas asintomático sin la más mínima cintura.
Pueden ir en paz.
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