Concepció Far | Una niña de quince años
Una niña de quince años, todas las de nuestras edades hemos sido tales, quiere vivir una aventura. Es una mezcla de ilusión, de ganas de fardar, de inyectarse seguridad en sí misma, estar con unos chicos mayores, futbolistas, guapos y, posiblemente, los héroes del pueblo donde vivían todos. Pero la realidad no suele coincidir con la fantasía y no salió cómo ella quería. La usaron, la violaron, como a un trapito, como esos pañuelitos finos que son bonitos porque son inusitadamente coloridos, pero, una vez utilizados, no valen para nada porque están sucios. Eso fue la niña para los de la Arandina; un trapito, una cosita no reutilizable, un juguete roto, pero ellos tienen, y tenían, la conciencia de “no haber hecho ná”.
Podemos imaginar los hechos, podemos imaginar los juegos, la oscuridad de la habitación, las salivas, los olores, las voces, pero no creo que podamos proyectar el robo de su ilusión que percibió esta niña, lo reconociera o no, porque es una niña, era una niña y sigue siéndolo, si bien después de ese día lo es un poco menos.
Y después de esos hechos viene la Justicia y después de un procedimiento penal, interminable, lleno de togas, trámites, palabras técnicas, declaraciones, ir de casa al juzgado y al revés, con todo lo que ello entraña, se sentencia una condena de 38 años a cada uno de los tres individuos, por un delito de agresión sexual a menor de 16 años a lo que se añade la cooperación necesaria de los delitos cometidos por los demás. Entiendo que la resolución judicial de referencia es justa, y es así sin que sirva de precedente, pero los tribunales de la calle, que son los más crueles, y los que saben más de la ley de la selva que de lo que pueda rezar el código penal se han pronunciado:
La culpable es la niña.
Señoras y señores, estamos hablando de una niña de quince años, QUINCE.
Yo no sé si ustedes recuerdan cuando tenían quince años, yo sí, y ha llovido ya bastante, pero era un bicho inconsciente que vivía al día de lo que me iba sucediendo y mi existencia era bella o tremenda, dependiendo de mis notas, los enfados de mis padres y de si mi amiga me había devuelto o no la revista de cantantes famosos que le había prestado. Esta niña es igual que usted, o que tú, o que yo, en el sentido de que es un bicho inconsciente (ahora ya no tanto) que seguramente temía a sus padres y por eso las cosas sucedieron como sucedieron. Pero la crueldad del pueblo de Aranda se ha cernido sobre ella como una sombra acusadora que la trata como a una provocadora que ha ido buscando guerra y la ha hallado. Insisto en que estamos hablando de una niña de quince años.
Y no solamente Aranda; en los medios y en las redes sociales la derecha y la extrema derecha han lucido sus galas inculpadoras para considerarla una fulana. Hemos podido leer tuits, posts e intervenciones tanto de hombres como de mujeres, incluso algunos de carácter delictivo, como los que han difundido documentos de audio privados, que fiscalizan a una niña violada como si ella misma hubiera desencadenado la agresión sexual que sufrió, pero a ninguno de esos personajes se les ocurre pensar que el consentimiento de una menor adolece de vicio ( y no estoy hablando de degeneraciones ) y en ningún caso es válido para mantener relaciones sexuales, ni tampoco se les pasa por la cabeza que unos mayores de edad, tres concretamente, con una manifiesta fuerza física mayor que la de la niña, podrían haber articulado una palabra muy sencilla de pronunciar y que puede evitar muchos problemas, que es la palabra NO. Ya ven ustedes, dos letritas que les hubieran evitado una condena de treinta y ocho años de prisión.
Treinta y ocho años de prisión que a los “jurisconsultos” de los Tribunales de la calle, les han parecido maléficos y han respondido manifestándose a favor de los violadores. Sí. “Esos pobres chicos que han sido víctimas de un monstruo de quince años (y repetiré hasta la saciedad lo de los quince años) que les ha obligado a comportarse de forma lúbrica y les ha arruinado la vida”; sí, la frase puede sonar exagerada, pero es lo que hay en el pensamiento de estas gentes que creen que un individuo que “siempre saludaba” es una buena persona incapaz de forzar a otra a mantener acceso genital, pero una niña sí es capaz de hacerlo con tres hombres. Demencial.
Pero quisiera volver, en la medida de lo posible, al interior de la mente de la niña de quince años (sé que soy repetitiva, pero lo hago adrede): Su autoestima por los suelos, su ilusión robada, su piel ultrajada, y su entorno en contra de ella. No sale a la calle, le da vergüenza hacerlo, advierte una hostilidad que no entiende, y lo que fue algo chulo antes de llegar aquel día, el de la violación, se ha convertido en una pesadilla. Dudo mucho que la circunstancia de que ingresen en prisión sirva para que ella se reponga. Está claro que hay un sistema penal y que lo regulado es esto, pero la angustia es un precio demasiado alto para que lo pague una niña de quince años.
Las angustias de ellos, totalmente evitables, no me interesan.