Catalina de Erauso | El genocidio yazidi del 3 e agosto de 2014: cinco años después
Llama mucho la atención que los grandes medios de comunicación en España hayan obviado el genocidio yazidí ocurrido en Iraq y Siria en 2014. Si bien tanto la prensa seria como la prensa amarilla suelen informar o desinformar sobre el califato islámico, rara vez se encuentran referencias al genocidio yazidí. Y no es fácil escribir un relato que contenga informaciones de verdad para hacer una primera aproximación a la magnitud de ese crimen cometido por algunas personas que muchos fieles musulmanes les quitan su calidad de islámico. Entre otras cosas es complicado porque cada día que pasa encuentran a mujeres yazidíes con sus hijos que pudieron escapar de la barbarie islámica. Algunas personas víctimas de ISIS, DAESH u otros grupúsculos islámicos violentos no pueden todavía hablar sobre lo que les ocurrió porque están traumatizadas.
No es el primer genocidio al que sobreviven los integrantes del grupo religioso Yazidi que viven a día de hoy en Iraq y Siria. Este es el número 74 a lo largo de toda la historia. Actualmente, se calcula que hay cerca de un millón de yazidíes entre los que viven en sus enclaves originales y dispersados por todo el mundo. El grupo religioso profesa una religión monoteísta y habla mayoritariamente Kurmansh, una lengua indoeuropea emparentada con el idioma farsi o persa. Después del genocidio de 2014, los integrantes de esa etnia viven dispersados por toda la geografía del planeta. En Alemania hay unos 200.000 donde vive la actual premio Nóbel de la Paz Nadia Murad. La sociedad yazidí es patriarcal y uno se convierte en yazidí por nacimiento cuando ambos padres pertenecen a ese grupo religioso. En esta religión ancestral tan o más antigua que el judaísmo, los miembros de la comunidad deben participar en rituales de pertenencia al grupo como el de cortar tres mechones de pelo a los hijos varones. El sheikh guarda uno de ellos y se lo dedica a los antepasados. Los otros dos los guardan los padres. También adoran la culebra negra y según su creencia no es un ser malévolo. Al contrario, cuida de las casas y a los yazidí les está prohibido matarlas. El lugar sagrado de este grupo religioso se encuentra en Lalish, asaltado en 2014. Si bien los yazidís creen que son los únicos que profesan la religión verdadera, tienen relaciones pacíficas con los miembros de otras religiones porque Dios les ha otorgado la capacidad de decidir sus comportamientos de los que son únicos responsables. Sin embargo, la convivencia con otras religiones ha sido conflictiva en determinadas etapas de su historia. Así, los musulmanes suníes con quienes han compartido espacio geográfico a lo largo de muchos siglos los han acusado una y otra vez de ser adoradores del demonio. Dependiendo del discurso de los mandatarios de determinadas religiones, la etnia yazidí ha sido diezmada en numerosas ocasiones a lo largo de la historia.
El genocidio más reciente ha tenido lugar en 2014 cuando guerreros del Estado Islámico entraron en Shingal, una población de unos 90.000 habitantes, en su mayoría yazidíes y arrasaron la ciudad con la ayuda de colaboradores locales. No fue una invasión ni casual ni espontánea. Fue con premeditación o alevosía. Lo primero que hicieron al entrar en ese municipio fue separar a mayores de jóvenes. A las mujeres y hombres mayores los asesinaron. A muchos de ellos los decapitaron y enterraron en fosas comunes. Circulan fotos en internet de los decapitados a veces con sus verdugos. A los hombres porque, según ellos, no servían de nada y a las ancianas porque no las podían vender ni violar. A las mujeres las separaron de sus hijos. Las mujeres y niñas mayores de 8 años han sido víctimas de las atrocidades de los soldados de ISIS, grupo islámico violento en el que había muchas nacionalidades, como saudíes, emiratíes y también europeos. Estos soldados vendían en mercados improvisados y también por internet a mujeres y niñas yazidíes que tomaron presas. Hay fotos en internet de niñas yazidíes de unos ocho años maquilladas como prostitutas y vestidas con ropa interior sensual y rellenos en los pechos que se ofertan por 8.000 dólares con el reclamo de que son vírgenes. Cuando se cansaban de su esclava sexual, comerciaban con ella y la revendían. También hay vídeos de hombres barbudos charlando distendidamente en un salón y vestidos con túnica blanca donde se escuchan los gritos de una mujer que está siendo violada en la habitación contigua. Ninguno de los hombres tiene el instinto de ir a ayudar a la mujer que sufre. Antes al contrario, se reían de sus gritos. ¿Tal vez en el placer que sentía el violador? En otro vídeo que circula por las redes se puede observar cómo unos barbudos engalanados con ametralladoras están exultantes de júbilo porque en ese día les toca la parte de su premio por haber luchado por Alá. Ellos afirman que ese premio está permitido en su religión. Y no es una falsa interpretación del libro sagrado. Es cierto. Con una risa socarrona pregunta uno de ellos: ¿Dónde está mi chica yazidí de ojos azules?
Los testimonios de las mujeres que lograron escapar son desgarradores. Cuentan cómo las exponían como si fuesen ganado para que los compradores potenciales pudiesen catarlas en los mercados públicos. Cuando eran compradas, pasaban a ser sus esclavas, esclavas sexuales. Narran cómo las violaban. A veces solo el comprador, otras veces en grupo. Las víctimas cuentan cómo ellas se oponen a las violaciones con gritos y movimientos. Ellos parecen ser ajenos al estado anímico de las mujeres que están violando. Algunas de las supervivientes cuentan cómo unos soldados de ISIS comentaban que iban a violar a una niña de 9 años. Una yazidí de mayor edad les dijo que no lo hicieran, que la violasen a ella. Los soldados de ISIS violaron a la niña de 9 años, cuenta con los ojos empañados de lágrimas. ¿Por qué las violan, me pregunto? La respuesta no es fácil. Es una mezcla de patriarcado machista primitivo, supremacismo xenófobo y analfabetismo profundo. Pero lo peor de todo es que la violación de mujeres que se consideran infieles, y las mujeres yazidíes lo son según su criterio, está legitimada en el Corán. La legitimación viene de que los creyentes musulmanes les está permitido mantener esclavas. Y esas las pueden tomar, es decir, violar. Esas pautas de comportamiento han pasado de una generación a otra. Ni cristianismo, ni hinduismo, ni judaísmo ni, cómo no, la religión yazidí legitima la violación de mujeres y niñas. Si nos paramos a pensar que las decapitaciones y la venta de esclavas tuvo lugar en lugares públicos, hay que preguntarse si las personas que fueron testigos de estas atrocidades intentaron ayudar a las víctimas yazidíes. Las supervivientes relatan que los vecinos suníes no les socorrieron cuando las bandas de ISIS asaltaron Sinjar. Antes al contrario, algunos vecinos aprovecharon para delatarlos ante la banda de sádicos recibiéndolos con comida como bienvenida. Y lo peor de todo es lo que algunas supervivientes relataron. Las esposas de los combatientes de ISIS eran, como mínimo, tan crueles como ellos. Una superviviente cuenta cómo una esposa mantuvo quieta a una esclava yazidí para que su propio marido la violase. Sin palabras.
Pero ¿qué supone para una mujer yazidí haber mantenido relaciones sexuales con un hombre que no es su marido? Este comportamiento ha significado a lo largo de toda la historia la expulsión de la comunidad yazidí. Ahora bien, las supervivientes al holocausto yazidí no solo fueron violadas en múltiples ocasiones de forma individual o grupal, sino que algunas de ellas tuvieron hijos fruto de las violaciones. Algunas han vuelto con tres hijos. Y han vuelto porque el líder religioso de la comunidad les ha permitido retornar al haber llegado a la conclusión que las mujeres que sobrevivieron nada pudieron hacer en contra de esas agresiones. La comunidad yazidí tendrá que aprender a lidiar con este asunto y a honrar a las supervivientes de forma adecuada. Cuando vuelven a sus comunidades de origen, las supervivientes yazidíes suelen quemar los velos que les impusieron sus verdugos en público. El problema al que se enfrentan ahora es el de la adscripción religiosa porque estos niños son biológicamente hijos de yihadistas del ISIS. La religión islámica se transmite por línea patrilineal mientras que la yazidí por ambas líneas. Tanto padre como madre deben ser yazidíes. Pues bien, por si el genocidio no fuese poco, las autoridades iraquíes están inscribiendo a estos niños como musulmanes. ¿No está el gobierno de Iraq admitiendo que los yihadistas del ISIS son musulmanes de pleno derecho al inscribir a esos niños como musulmanes? Lo comento porque hay muchas voces que afirman que nada tienen que ver con el islam. Las madres de esos niños se niegan a educarlos como musulmanes porque ellas no profesan esa religión ni confiesan con ella. Y es que la comunidad yazidí no es una comunidad abierta porque los matrimonios interreligiosos están prohibidos y el proselitismo es inexistente. Nadie puede convertirse al yazidismo si proviene de otra religión. Y esa es la gran diferencia con el islam. La divulgación del islam, la jihad, es una obligación de todo musulmán. La pueden realizar con la palabra, con sus hechos o, si todo ello no funciona, con la espada. Y la violación es una forma de divulgar y propagar el islam, pues fruto de esas violaciones nacen niños que según su criterio son musulmanes. Además, practicaron conversiones forzosas al islam en niños y mujeres que tomaron presos. Los niños supervivientes relatan cómo les hacían recitar versos coránicos de memoria y eran castigados si se equivocaban. Los que no quisieron convertirse fueron ejecutados sin piedad y enterrados en fosas comunes. Algunas mujeres yazidíes que se negaron públicamente a convertirse se suicidaron porque no querían abrazar la fe islámica.
En estos momentos, la comunidad yazidí por medio de sus representantes está pidiendo al gobierno iraquí sin mucho éxito que persiga a los militantes de ISIS, pero el gobierno no está haciendo demasiados esfuerzos. Armenia ha sido el primer país del mundo en reconocer el genocidio yazidí. Vergonzosamente, Europa está todavía mirando al vacío.
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Con dibujo en carboncillo de Hisham Haji Badal, superviviente del genocidio Yazidi de 2014 de Shingal.
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