Javier Gutiérrez | El inusitado apaciguamiento y alguna que otra paradoja en México.
Parece un cuento de hechiceros pero es la pura realidad. ¿Cómo un pueblo puede ser acallado, apaciguado mediante un televisor o un partido de fútbol? México tiene un tema muy viejo y arraigado en este sentido. Un país que desde los años cincuenta es un país muy avezado a un mundo deportivo que cada día que pasa, se vuelve cada vez menos noble como siempre se nos ha contado, en los ideales de los olímpicos, en la nobleza de una clase de educación física.
Sin embargo, basten unas cuantas reflexiones para hacer ver que el máximo organismo de un deporte que es tan seguido en México, tiene aquí su negocio gigantesco, desde los derechos de televisión que son pagados en cifras millonarias por los países del mundo a donde sean trasmitidas (quizá será a todo el mundo). O quizá baste reflexionar sobre las cifras estratosféricas que resultan de organizar un mundial, como el caso de Brasil, que aún envuelto en protestas, gastó nada más que once millones de dólares.
Once millones de dólares que, en un país que no se puede comparar con un país de primer mundo, bien podrían hacerle falta para educación o para sanidad, o para mejorar la situación de seguridad ciudadana, que al final de cuentas es y aparentemente será una de las asignaturas pendientes en el país carioca, y así también en los países de Latinoamérica que, en política criminal como represión de sanciones, tiene una de las deficiencias más graves al presentar las problemáticas securitarias propias de cada entorno.
Ahora bien, si aterrizamos el problema a México, es aún peor, porque el deporte más importante es el fútbol, importante en el sentido de lo que significa, sus adeptos, su infraestructura, se habla con más importancia y se sabe más sobre los temas de conocer cómo o quien tiene los derechos de trasmisión de su equipo, es más importante para este pueblo mexicano saber cómo terminó el partido de su equipo favorito que saber cuáles son los precios de los alimentos de la canasta básica.
Es más importante saber del fútbol que incluso saber leer con fluidez o suficiencia. Es más importante que saber, por ejemplo, que existe una agenda de temas en cuestiones de políticas públicas en donde el gobierno mexicano, ayer o en estos días, sin ir más lejos contravino la ley fundamental de este país, al modificar la naturaleza de un bien y un recurso natural que le debe pertenecer a la nación, es decir, al pueblo (aunque administrado por el gobierno).
Ahora no, de un plumazo el agua es de un tercero ajeno, prohibiéndose el uso de 300 cuencas acuíferas en el país de las 756 que existen, mientras que existe un país que esta idiotizado con el fútbol. Estos datos provienen de medios mexicanos no controlados o no censurados. Ese es el México de hoy, un México lleno de estas paradojas, donde hay detenidos por error por casos como el de Ayotzinapa. Aunado a esto, se debe de sumar el gran e importante circo político.
Un circo que hace uso de debates que verdaderamente carecen de contenido. Y donde existe una suerte de mesianismo político, al estilo del mundo árabe y donde seguimos con el pensamiento mágico de la devoción del advenimiento de aquel (o aquella) presidente (o presidenta) que habrá de ayudar a cambiar la situación de un país que sucumbe a la delincuencia, que tiene negociaciones por detrás de las espaldas de todos. Y todos en una “fiesta futbolera” que se hace muy fuerte cuando todos pretenden dejar de ver sus realidades.
Aquí una paradoja más que está muy ligada con el fútbol, muy vinculada a un país tan futbolero, en el que, según la FAO, ocupa los primeros puestos en índices de obesidad. Es decir, México que no mueve ni los ojos para leer, en donde solo 50 de cada 100 personas leen un libro al año, solo uno. Es decir, sin la más mínima voluntad de querer enterarse de qué sucede en este país, no entendiendo lo que escriben y teniendo redacción y lectura de muy pobre nivel, y por ende comprensión también.
Es paradójico también, hablando de lo fútbolístico, de lo deportivo (si cabe) que como aficionados y testigos de un evento de esta categoría, en un festejo de esta categoría se quemen banderas del equipo rival, rival en la cancha. Proyectando el odio e incluso formando un alter ego ganador, un alter ego que sin afán de ser ofensivo y sin afán de ser grosero, reflejan un oscurantismo en su día a día sin logros ni éxitos, o quizá logros tan pequeños que una victoria de un equipo de fútbol, sin ser tan importante, lo magnifican.
Una vida de personas que a veces dejan de comer para poder ir a un estadio de fútbol cuando juega su equipo favorito, en donde incluso suelen faltar al trabajo cuando hay un partido que consideren importante en la televisión cuya entrada quizá algún partido político les ha regalado, o que quizá compraron con algún que otro sacrificio. Y hablo así de este país y del fútbol porque el estrato social de los fanáticos es de bajo a medio, con una cifra de 24. 1 millones de fanáticos.
Cifra que al menos en México se suele incrementar cuando hay un mundial, surge un algo patriotero en este país cuando juega México, que en ese momento todos (o la mayoría) desconectan el cerebro y se meten en un partido de fútbol que tiene incluso repercusiones económicas adversas, debido a que, si es un partido entre semana, incluso se deja de trabajar. Yo no soy un detractor precisamente del fútbol, se me dirá que quizá debiera de disfrutar más la vida, o se me tildará de incoherente pues quienes me conocen, saben que soy un fan del fútbol.
Pero no es que haga uso de incoherencia, sino que solo es la expresión de un deseo de que no muera el activismo, que no muera ese deseo de pensar diferente, un afán de gritar oponiéndome a esa apabullante masificación que impera en un país que se va hundiendo en un abismo que es visto cada vez más de cerca, que es visto como un lugar normal. Un abismo que es imaginado como uno de esos entornos naturales que conforman las vidas de los que conformamos la población fija del país. Es solo eso.