Una vez más, el llamado sentido común y la lógica formal que, sin duda, valen para andar por casa y resolver los problemillas inmediatos en su aislamiento y quietud, han mostrado su impotencia para enfrentarse al automovimiento de las contradicciones en lucha. De la misma forma en que el Brexit, la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, rompió los esquemas de la política oficial y aplastó el positivismo lineal de la sociología como «ciencia neutral», neokantiana y de orden, fallando estrepitosamente en sus pronósticos, ahora también las certidumbres han saltado por los aires al estallar en la superestructura político-electoral los problemas insolubles que debilitan al Estado español desde el siglo XVII.
De las elecciones parlamentarias del 22 de diciembre de 2015 a las del 27 de junio de 2016, la fuerza sociopolítica de masas de la derecha dura que sostiene al Partido Popular en el Gobierno del Estado ha aumentado en 690.655 personas, de 7.215.530 a 7.906.185. No son simples votos, son personas que asumen los valores del capital por las razones que fueran, que aceptan e imponen que sus vidas y las de las clases y naciones explotadas padezcan durante otros cuatro años, como mínimo, una cotidianidad en empeoramiento agudizado. Peor aún, una parte de ese incremento proviene de un giro a la derecha dura desde la derecha aparentemente moderna, que denunciaba la corrupción, la ineficacia burocrática y el creciente atraso tecnocientífico y cultural: hablamos de Ciudadanos, un partido ayudado económicamente por Estados Unidos. 376.677 de sus votos han vuelto a la derecha dura, al PP, en medio año, y los restantes, los 3.500.446 aún fieles, presionan a su dirección para que garantice de algún modo al PP su acceso al gobierno.
¿Cómo es posible que aumente el apoyo electoral al Partido Popular que ocupa el Gobierno del Estado, fuerza corrupta en su esencia que aplica el derechismo duro de la devastación social, la aniquilación de la democracia y de los derechos nacionales, la represión multiplicada, la pasividad institucional ante corrupciones, robos y expolios casi inconcebibles…? ¿Cómo es posible que una sociedad empobrecida al extremo de que casi el 34% de su niñas y niños malviven ya en la pobreza y muchas sufrirán subalimentación este verano al cerrarse los comedores de las escuelas públicas, esta sociedad mendicante dé el poder gubernativo al partido de la minoría cada vez más enriquecida?
Más aún: ¿qué flujos sísmicos han impulsado a que la derecha dura del PP y la derecha falsamente modernista de C’s hayan llegado a sumar un total de 11.406.531 votos en la defensa de los valores e intereses esenciales del capital, sin contar a otras derechas que se camuflan en reivindicaciones regionalistas y autonomistas, como las medianas burguesías catalana, vasca, gallega, canaria, aragonesa, andaluza, etc.? Al margen de sus diferencias puntuales, la confluencia de las derechas ha superado aquellos 10,8 millones de votos que el PP obtuvo en 2011, el mayor triunfo electoral de su historia, pero algo inferior a los 11,289 millones de votos del PSOE en las elecciones de 2008. Yendo al fondo: ¿qué ha hecho que la mal llamada «izquierda», el PSOE, se haya desplomado hasta los raquíticos 5,424 millones de 2016, o si se quiere, qué ha hecho que la derecha subiera de los 10,278 millones de 2008 a los 11,406 de ahora? Sin duda, la respuesta es que la crisis mundial desatada oficialmente en 2007 impactó de manera brutal sobre las insolubles quiebras internas que el Estado español arrastra desde el siglo XVII.
Ahora bien, antes de pasearnos por el fondo, como buceadores, tenemos que detenernos en otro de los grandes ridículos de la rentable industria sociológica: Unidos-Podemos, que ha perdido algo más de un millón de votos que se han abstenido, quedando por debajo del PSOE, cuando, según algunos profetas, podía incluso ganar las elecciones con muy raspada mayoría, pero ganarlas. Aunque el grueso de los adivinos asalariados no se atrevió a tanto, sí daban como muy probable que Unidos-Podemos fuera la segunda fuerza, abriendo la posibilidad de un acuerdo con el PSOE y otros grupos para desbancar a la derecha en el gobierno central. Días después de conocerse los resultados, la dirección de Unidos-Podemos seguía sin reponerse de los martillazos de la realidad. Dejando de lado el abstencionismo de izquierdas, el centro-reformista, PSOE y Unidos-Podemos, ha perdido 247.583 votos en seis meses.
Hemos analizado rápidamente el comportamiento electoral de los dos grandes bloques sociopolíticos que juntos suman el 89,84% del voto válido. Más adelante, al final, veremos qué ha sucedido en la parte de Euskal Herria bajo dominación española. Pues bien, a partir de conocerse los resultados, como en Gran Bretaña, la casta sociológica empezó a justificarse, a echar balones fuera: la escusa más común fue decir que tanto el miedo a la izquierda y a lo desconocido, como la complejidad de Unidos-Podemos le impidieron acertar. La pedagogía del miedo es aplicada desde que existe la opresión y la injusticia, porque el miedo es uno de los más efectivos sustentadores del orden establecido desde mucho antes que el capitalismo.
Además de la pervivencia instintiva del miedo pánico a la muerte horrenda o peor todavía, a la desaparición extrajudicial con sus demoledoras consecuencias paralizantes en las y los vivos, la sociedad burguesa ha desarrollado escalas de miedos, temores, angustias… con intensidades manipulables con relativa facilidad si no existe ninguna pedagogía de la libertad que venza a la pedagogía del miedo. Es igualmente cierto que la precariedad existencial inherente a la esclavitud asalariada es otro efectivo instrumento paralizante sobre todo cuando el capital ha impuesto un alto desempleo estructural, permanente, cuando ha debilitado a la izquierda político-sindical y ha cooptado e integrado al reformismo como lubricante del sistema. Siendo lo anterior verdad, lo decisivo del orden burgués radica primero en la llamada «figura del Amo» introyectada en la estructura psíquica de las masas desde su primera infancia y, sobre todo, y como objetividad que lo determina todo, el fetichismo de la mercancía.
Culpabilizar por tanto al miedo en abstracto es una excusa limitada y pedante, porque existen responsabilidades cualitativamente más serias: ¿Alguien cree que, por ejemplo, la aceptación social masiva de la corrupción, que ya ha sido amortizada por un PP enfangado hasta el cuello, responde únicamente al miedo o, en realidad, al individualismo burgués que cimenta el orden de la propiedad? La excelente novela picaresca española y las denuncias desgarradas de muchos intelectuales a la realidad de la corrupción, sinvergonzonería y trapacerismo de la vida económica y política española, compatible con el pancismo, esta cotidianidad anclada en siglos también explica el apoyo a la derecha, y a veces lo explica más y mejor que ese miedo indefinido. ¿Alguien cree que el nacionalismo español responde solo al miedo al declive económico si se independizaran las naciones oprimidas por el Estado, y no también a la autonomía ideológica propia del nacionalismo español como fuerza material concreta? Es innegable que el terror moral que ejercita la Iglesia es una forma concreta de miedo, pero la Iglesia es una transnacional muy poderosa con suculentos negocios materiales y morales que compra egoísmos muy rentables en todos niveles de la vida.
Nos hemos referido a razones que engarzan con la compleja evolución durante siglos de aquello que se llamó «historia de las mentalidades», inseparable de la expansión burguesa que, con sus crisis, las ha destruido o transformado. La mayoría electoral de la derecha en medio de una crisis desconocida hasta ahora exige conocer el universo subjetivo que las cadenas del pasado introducen en el cerebro de los vivos, asfixiándolo, parafraseando a un Marx negado. Las débiles conquistas emancipadoras, logradas por las timoratas intentonas revolucionarias burguesas habidas en el Estado español, no construyeron cizallas suficientemente fuertes como para romper esas cadenas a pesar de los heroicos esfuerzos de las clases y naciones explotadas ahogados en sangre.
El mercado estatal no ha terminado siendo el mercado de una sola burguesía nacional, la española, sino que debe compartirlo con otras que no lo son. La capacidad productiva y tecnocientífica no ha roto amarras con la pereza intelectual del señorito y su fobia tridentina al librepensamiento. La mezcla de corrupción, honorabilidad medieval y ostentación del noble arruinado, mixtura que enloqueció al Quijote, simboliza la ética de la clase dominante. Y la lucha proletaria sufre la condena de ver cómo le venden y traicionan casi todas sus direcciones políticas y sindicales organizadas, como el caso más reciente de Unidos-Podemos.
Cada una de estas realidades son adaptaciones al capitalismo actual de las quiebras estructurales del Estado.
Otro ejemplo es el PSOE: su ceguera engreída e ilusoria sobre que España era una gran potencia al alza hizo que no se tomaran las mínimas medidas progresistas para aminorar en lo posible los impactos de la Gran Crisis de 2007 sobre la débil estructura española. Entre 2008 y 2011 dilapidó cerca de 6 millones de votos, y dio el poder al PP que lo va a conservar hasta 2020, como mínimo. Y por sorpresa, de las pantallas de televisión apareció Podemos como un mago que, al calor del malestar social del 15-M, prometía toda serie de maravillas con tal de que fuera entronizado con vítores y salvas en el gobierno. Se ha criticado correcta y suficientemente a Podemos como para que ahora insistamos en lo ya demostrado.
Que se haya roto la varita mágica de Unidos-Podemos no quiere decir que, una vez amortizada, el capital le cierre las televisiones y otros medios, recursos sin los cuales Podemos languidecería en muy poco tiempo porque, deliberadamente, ha negado la teoría marxista de la organización revolucionaria. Más temprano que tarde, cualquier organización que se estructure mediante la teoría menchevique, por sintetizar, termina dependiendo de los medios del poder al que dice combatir. Mientras maquina cómo librarse del sector de IU que ha embelesado con su labia después de menospreciarlos con chanzas y burlas de pésimo gusto, expulsándolo o mandándolo a galeras, la férrea burocracia verticalista de Podemos se esfuerza en comprender qué le ha ocurrido.
Como un boxeador grogui enroca en las cuerdas del rincón para aguantar hasta que le salve la campana, ahora mismo Unidos-Podemos implora el perdón de un PSOE al que humilló en el pasado, al creerse superior a él. Busca la sombra del segundo más fuerte para recuperarse y luego crecer a su costa después de haber formado un gobierno de coalición centro-reformista. Ese es su sueño. Pero en el Estado español no hay sitio para dos reformismos de diferente color y mismo mensaje: esa ha sido una de las dos grandes desgracias del Partido Comunista de España, siendo la otra haber renunciado al comunismo. Que Podemos corra la misma suerte no depende solo de la habilidad de sus trileros y tahúres de juego corto, también de los intereses del Poder, y nos entendemos.
Los dos mayores servicios que Podemos ha hecho al capital han sido: desactivar la creciente oleada de luchas, paralizándola con la promesa de que sus reivindicaciones serán satisfechas gracias al Parlamento español y europeo, y modernizar el vetusto nacionalismo español para, mediante otro embaucamiento, llevar las reivindicaciones de los pueblos oprimidos al laberinto parlamentario, para que allí se agoten en su desorientación admitiendo al final la falsa salida del Parlamento, que no es sino la puerta del Hades. Los costos pagados por la burguesía al dejar durante tanto tiempo en paz a Podemos, atacándole solo al final de campaña, costos en el sentido de que, de rebote, la existencia de Podemos ha ayudado de algún modo a despertar la conciencia de sectores alienados, este precio no ha supuesto un sacrificio para el poder. La suerte de Podemos dependerá de que siga cumpliendo estas funciones.
Unidos-Podemos ha modernizado el nacionalismo español con una demagogia que integra aportaciones que van desde la II República, hasta el europeísmo pasando por el patriotismo constitucional y la nación de naciones, etc. En una sociedad como la vasca en la que los efectos de la crisis se multiplican por la prohibición española del derecho a tener nuestro propio Estado, esta demagogia arraiga más fácilmente además de por su simplismo también por la dejadez de un sector de la izquierda abertzale en la vital lucha de ideas en un mundo en desordenado cambio acelerado. La desidia teórica de ese sector del independentismo vasco, es una de las razones de su retroceso electoral y del ascenso de Unidos-Podemos, aparte de otras como los duros efectos de la represión sistemática, la licuación de la naturaleza socialista, obrera y popular del independentismo, la inexistencia de una organización revolucionaria, etc.