Carlo Frabetti.- Con sus poderes casi divinos, Superman podría acabar fácilmente con las guerras, el hambre, el cambio climático…, y sin embargo se dedica a ayudar a la policía de Metrópolis en la captura de malhechores de poca monta y a evitar accidentes locales. Lo más inverosímil de las aventuras del “hombre de acero” no es que pueda volar sin ningún medio de propulsión o fundir metales con la mirada, sino el uso banal y anecdótico que suele hacer de sus superpoderes.
El Papa es el jefe supremo de la Iglesia Católica y el monarca absoluto del Vaticano. Se supone que es elegido por inspiración divina y que es asesorado directamente por el Espíritu Santo en sus decisiones pastorales, y que en consecuencia es infalible cuando habla ex cathedra. Ejerce su doble autoridad -material y moral- sobre 1.200 millones de católicos y sobre las innumerables propiedades de la Iglesia, lo que lo convierte en el hombre más poderoso e influyente del mundo. En el Estado español, donde los bautizados -y por ende oficialmente católicos- son más del 90 % de la población (aunque afortunadamente los practicantes son muchos menos), el nacionalcatolicismo de Franco sigue siendo la ideología dominante (y la causa de que el PP siga siendo el partido más votado a pesar de sus abominables crímenes de guerra y de paz), y las fallidas desamortizaciones del siglo XIX no lograron impedir que la Iglesia siga siendo la mayor propietaria de bienes inmuebles.
Al igual que Superman, el Papa podría acabar en un santiamén (nunca mejor dicho) con el hambre y el sufrimiento de millones de personas. ¿Por qué no lo hace? Algunos creen, ingenuamente, que una tupida trama de fuerzas oscuras se lo impide: el generoso e intachable Francisco I querría poner fin a la pedofilia, la misoginia y la corrupción en el seno de la Iglesia, pero no le dejan. ¿Quién no le deja? ¿Es el Opus Dei el que reprime la vocación evangélica de Francisco, es la Conferencia Episcopal, los jesuitas, la mafia…? ¿Y cómo se explica, entonces, que el Opus Dei, la Conferencia Episcopal, los jesuitas y la mafia permitieran que Jorge Mario Bergoglio llegara a Papa?
Hay que ser muy tonto para no ver la burda maniobra de lavado de cara que supone, después de una oleada de clamorosos escándalos sexuales y financieros, la apresurada elección de un Papa campechano que adopta el nombre del más humilde de los santos; y más tonto todavía para no darse cuenta de que la banda de pederastas, misóginos y ladrones que controla la Iglesia sigue intocada e intocable, pese al castigo mediático de un par de chivos expiatorios.
Como sugiere su nombre de hortera ítalo-argentino, Jorge Mario es un casposo galán de telenovela basura cuya función es seguir idiotizando a los millones de seguidores del culebrón eclesiástico, que han perdido, tras un lavado de cerebro milenario, toda capacidad crítica. Francisco I forma parte de la reciente hornada de “caras nuevas” con las que, a distintos niveles y en distintos lugares, los poderes establecidos intentan cambiar de imagen para que nada cambie: Obama, Rivera, Sánchez, Iglesias… Un Papa sencillo y bonachón, un presidente de Estados Unidos negro, un líder de extrema derecha que posa desnudo, otro del PSOE educado y apuesto, un candidato a la presidencia con coleta… ¿Qué más queréis?
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