Javier Lezaola.- La misión de los gánsteres económicos consiste en estimular a los líderes de los países para asegurarse el sometimiento de éstos a la ‘corporatocracia’ estadounidense. Así vive Venezuela desde 2001. Todo vale y todo tiene el mismo fin: derrocar al díscolo presidente de la República Bolivariana de Venezuela y sustituirlo por alguien que hinque de una vez la rodilla ante el Imperio.
La misión de los gánsteres económicos (‘economic hit men’ o EHMs) consiste en estimular a los líderes de los países para asegurarse el sometimiento de éstos a la ‘corporatocracia’ estadounidense, esa especie de Santísima Trinidad integrada por la Administración, la banca y las multinacionales. Cuando los gánsteres económicos fracasan en su cometido, entran en acción los ‘chacales’, cuya misión consiste en desestabilizar el país hasta derrocar (o hasta eliminar físicamente) al líder díscolo. Y cuando los ‘chacales’ fracasan en el suyo, entran en acción los militares.
¿Les suena? No es un relato de terror; tampoco una teoría de la conspiración. Es la hoja de ruta revelada por el gánster económico John Perkins, arrepentido tras los atentados del 11S al tomar conciencia de la estrecha relación existente entre sus tres décadas como EHM y el futuro que se cernía (y se cierne) sobre la generación de su hija adolescente.
Imaginen ahora un escenario en el que no se sabe bien dónde acaban los EHMs y empiezan los ‘chacales’ ni dónde acaban los ‘chacales’ y empiezan los militares, un escenario en el que a veces ni siquiera se sabe bien dónde acaban los EHMs, los ‘chacales’ y los militares y empiezan las ‘guarimbas’ de la denominada oposición democrática y las intoxicaciones de la denominada prensa libre.
Algo así vive Venezuela desde 2001, cuando Hugo Chávez duplicó los cánones que pagaban las compañías extranjeras por explotar el petróleo venezolano y acabó con el sometimiento de los directivos de la empresa estatal Petróleos de Venezuela a esas compañías, que vieron cómo se les acababa el chollo.
Chávez sabía lo que le esperaba. En 1953, EEUU había derrocado al primer ministro iraní Mohammad Mosaddeq (siguiendo paso por paso la hoja de ruta revelada por Perkins) por un ‘delito’ similar: la nacionalización del petróleo del país.
Perkins cuenta en su libro ‘Confesiones de un gánster económico. La cara oculta del imperialismo americano’ (imaginen lo que costó publicarlo y distribuirlo) que durante sus viajes a la Amazonia conoció de cerca las dos versiones de la realidad de Venezuela: la de los venezolanos “cuyos negocios estaban viéndose arruinados por el régimen de Chávez” y la de los venezolanos “del otro extremo del espectro social, que veían en Chávez a un salvador”. Pero lo que de verdad le interesaba no es si Chávez era buen o mal dirigente (parafraseando a Campoamor, todo es según el color del cristal con que se mira, y como muestra, esas dos versiones tan opuestas e irreconciliables), sino “la marcha de los acontecimientos en Caracas”, que consideró “sintomática del mundo creado por nosotros, los gánsteres económicos”. Lo que de verdad interesaba a Perkins es “cómo reaccionaría Washington ante un líder” (entonces Chávez, ahora Maduro) “que se plantaba como un obstáculo en la marcha de la ‘corporatocracia’ hacia el Imperio global”.
La participación de la Administración Bush en el golpe de Estado de 2002 (que Chávez logró neutralizar en 48 horas) dejaba poco lugar para las dudas. Los cables de Wikileaks que demuestran la estrategia estadounidense de desestabilización política de Venezuela y su estrecha relación con la denominada oposición democrática, la “emergencia nacional” que la Administración Obama decretó en 2015 y prorrogó en 2016 (y en la que, como si se tratara del mundo al revés, se califica a Venezuela de “amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional y la política exterior de EEUU”) o las toneladas de alimentos básicos acaparados por la patronal venezolana para desabastecer al país y desestabilizarlo despejan las pocas dudas que podrían quedar.
Todo vale y todo tiene el mismo fin: derrocar al díscolo presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro, y sustituirlo por alguien que hinque de una vez la rodilla ante el Imperio.