Sabino Cuadra .- Si para Enrique IV de Francia París bien valía una misa, hay algunos para quien Madrid bien merece un novenario entero. Un novenario, claro está, no de misas, sino de cientos de madres de todas las batallas. En un Estado como el español, monárquico, centralista y precopernicano, la capital del reino trasciende con mucho el mero hecho de ser centro político de aquel. Madrid es principio y fin, alfa y omega. Madrid es centro y todo lo demás es pura periferia.
La derechona política, mediática, serranítica, clerical, castrense, no ha aceptado el cambio de tercio municipal. Sigue pensando que aquello es suyo y no acepta lo que las elecciones municipales trajeron consigo. Y aquí vale todo. La última, la criminalización política global (social, mediática, judicial..), urdida en torno a la obra del grupo “Títeres desde abajo”, es buena muestra de ello.
Mucho se ha hablado al respecto en las últimas horas. Por mi parte, me sumo a las voces que han exigido la libertad inmediata para los titiriteros Raúl y Alfonso, el archivo del expediente judicial abierto, el respeto a la libertad de expresión y reubicar el debate en el ámbito meramente administrativo, del que no debiera nunca haber salido. No entro, por supuesto, a juzgar la actuación del Ayuntamiento de Madrid, pues existen voces más cercanas y autorizadas que la mía para ello, si bien señalo –lo que sigue es también aplicable a nuestra tierra- que no podemos dejar que sea la derechona la que nos marque el paso del debate político con sus marrullerías, sino que debemos ser nosotros y nosotras los que hagamos bailar a ésta al ritmo de nuestras partituras.
Hay algo, sin embargo, que trasciende en buena medida el debate anterior. El Estado español no es solo guinness europeo en materia de paro y precariedad. Lo es también, junto con Turquía, en el terreno de los recortes a las libertades democráticas y los derechos humanos. Muchas y contrapuestas voces nos dicen hoy que “lo prioritario es lo social”, como si esto pudiera diseccionarse gratuitamente del hecho de que vivimos en un Estado cuya cualidad democrática es ínfima. Porque lo sucedido en Madrid estos días tiene una relación directísima, no solo con el bombardeo al que está sometido su Ayuntamiento, sino con la permanencia de toda una legislación y tribunales de excepción que han cuarteado en estas últimas décadas buena parte de las libertades democráticas que arrancamos a la dictadura.
Leo en el “Programa progresista y de Gobierno” presentado hoy al resto de partidos por el PSOE, que ha desaparecido del mismo la exigencia de derogación de la Ley Mordaza que tanto cacareó en el momento de su aprobación y que hasta ayer mismo figuraba en su programa electoral. Hoy se pide ya únicamente su reforma; mañana… ¡vaya Ud. a saber!. Del partido de la Ley Corcuera y de quienes afirmaron que el “Estado de Derecho se defiende también desde las alcantarillas”, se puede esperar cualquier cosa.
Pero no olvidemos que ha sido la legislación sobre Seguridad Ciudadana anterior a la Ley Mordaza y la normativa y tribunales de excepción existentes, la base política que ha servido para perseguir y reprimir (Alfon –Vallecas-, jornaleros del SAT andaluz, “harresiak” vascas, desobedientes catalanes, militantes PAH…) a base de prohibiciones, porrazos, multas, procesamientos e, incluso, condenas, toda la disidencia surgida en los últimos años contra la contrarreforma político-social iniciada por el Gobierno de Zapatero y profundizada después por el de Rajoy. Y es esa misma normativa, esa misma doctrina del “todo es ETA” y ese mismo tribunal, heredero del TOP franquista, lo que ha servido hoy para encarcelar a Alfonso y Raúl.
He leído estos días pasados como la justicia salvadoreña, atendiendo a los requerimientos de la Audiencia Nacional española (A.N.), ha detenido a cuatro militares responsables de los asesinatos del jesuita Ellacuria y cinco compañeros más. La misma A.N. que negó y boicoteó la extradición reclamada por la justicia argentina contra Billy el Niño, el guardia civil Muñecas, los exministros franquistas Martín Villa, Utrera Molina… por crímenes contra la humanidad, es la que saca pecho ahora en el caso de los jesuitas.
Curiosamente, los mismos partidos que aplauden esta actuación son los mismos que rechazan incluir en sus programas la exigencia de derogación de la Ley de Amnistía de 1978 que permitió la transferencia íntegra de un poder judicial, policial, militar y clerical, sostén de cuarenta años de dictadura y de unos crímenes contra la humanidad reconocidos hasta por el Comité de Derechos Humanos de la ONU. Así pues, pensar que la conquista de nuestras demandas sociales podrá hacerse sin romper a la vez el espinazo de este régimen de libertades cada vez más capitidisminuidas es un inmenso error.
Pero volvamos al caso de nuestros titiriteros. La caverna se lleva mal con la disidencia cultural. Es una de las cosas que peor tolera. A lo más puede consentir alguna pegatina en la entrega de los Goya y hacerle una broma al ministro, pero que después de lo sucedido Juan Diego Boto se dirija a todo el glamurerío presente en la gala del año y a la millonaria audiencia televisiva con un “¡Buenas noches, titiriteros!”, eso es algo que no se puede consentir. Otro para la lista negra. Las amenazas recibidas posteriormente por Boto y que ninguna policía científica investigará es algo obligado a pagar. Luego vendrán los boicots directos e indirectos. De esto saben mucho también Willy Toledo, Fermín Muguruza, Soziedad Alkoholika, Los Chicos del Maiz… O les ríes las gracias y entras en su juego o se rompe la baraja.
Pues que la rompan. Lo decía al principio. Lo peor que nos puede pasar es dejar que nos dibujen la hoja de ruta. Que nos marquen los tiempos. Pasamos últimamente demasiado tiempo viendo la tele, siguiendo debates, respondiendo a sus provocaciones, leyendo Twitter y similares, hablando de encuestas, futureando sobre hipotéticos gobiernos y elecciones… Así es como nos quieren tener, pasivos, consumidores de política enlatada, entendedores de todo y de nada, pendientes de sus últimas declaraciones y propuestas… Y mientras tanto hemos dejado de ser titiriteros, de escribir nuestros propios guiones, de interpretar nuestras genuinas obras, de convertir de nuevo la calle en escenario y a la gente en protagonista.
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