Iñaki Gil de San Vicente.- Han tenido lugar en Galiza tres charlas-debate sobre otras tantas cuestiones de actualidad: Las tareas de la organización revolucionaria; ¿España se hunde? Una visión desde Euskal Herria; y Marx y nosotras/os. Las tres atañen a cuestiones centrales de la lucha revolucionaria en sí misma, al margen de las naciones y fases capitalistas en las que ésta se libre. Pero en el ahora mismo, en lo inmediato, son tres puntos críticos de debate en las naciones oprimidas por el Estado español y en las izquierdas de este mismo Estado, que a su vez se encuentra inmerso en una crisis «nueva» en la historia del modo de producción capitalista.
Antes de seguir conviene sentar las bases de apreciación de la «nueva» crisis sistémica que ya fueron adelantados en sus elementos centrales. Pero la novedad de la crisis actual ha de ser estudiada dentro de la naturaleza histórica del modo de producción capitalista en cuanto «esencia», en el sentido de la lectura de Hegel por Lenin, dentro del desarrollo de sus contradicciones antagónicas, lo que demuestra la «posibilidad y la necesidad» de su estudio científico como momento de la praxis revolucionaria. En este estudio, la cuestión de la crisis socioeconómica y/o política es una de las fundamentales porque exige un método de pensamiento que integre al menos cuatro contradicciones parciales –descenso del beneficio, desproporción entre el Sector I y el Sector II, infra-consumo y sobre-acumulación— que, a largo plazo, se rigen por la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia descubierta por Marx.
Luego volveremos a esta ley por su importancia filosófica y ética, que no sólo económica; ley tendencial ferozmente atacada por el reformismo y la burguesía desde su primera enunciación definitiva al publicarse en 1885 el Libro III de El Capital, porque, en su concisa brevedad, sintetiza el concepto de praxis revolucionaria como la consciencia interviniendo en las calderas de las contradicciones irresolubles para orientar su salida hacia un sentido determinado o hacia su contrario: hacia el socialismo y el comunismo, o hacia el capitalismo y el imperialismo. Es esto lo que emerge de la teoría de la crisis.
Vamos a ordenar las tres ponencias en una sola con el siguiente orden: primero veremos la valía del marxismo en el momento actual lo que nos aporta; después, avanzaremos hacia el problema español intentando usar el método marxista; y por último, nos detendremos en el problema organizativo para encarar el problema español. Lo hacemos así porque para analizar el segundo, el imperialismo español, y el tercero, la necesidad de organizaciones de vanguardia, necesitamos de una visión panorámica, histórica y radical, y esa sólo nos la ofrece el método marxista. Por otra parte también en lo estatal y en lo organizativo veremos la actualidad del método marxista.
LA ACTUALIDAD DEL MARXISMO
Debemos dejar de cometer el error del individualismo metodológico, forma de interpretar la historia que fortalece a la ideología burguesa en especial en los debate teóricos, donde exclusivamente se confrontan a individuos descontextualizados, como si fueran púgiles ideológicos en un ring aislado del mundo. Según eso, no existiría una permanente confrontación mundial entre explotadores explotados desde el origen del capitalismo e incluso, a otra escala, desde el origen de la explotación humana, sino un cuadrilátero ideal en el que un solo púgil, Marx en solitario porque ni siquiera Engels es citado, ha de vencer uno a uno, o a varios a la vez, ideólogos del capital. El individualismo metodológico nos aboca a «la larga lucha por poseer a Marx» en la que cada corriente, moda intelectual o persona se declara como único heredero del revolucionario.
La realidad no es así. Al igual que sucede en la historia del pensamiento, de la ciencia, y de la filosofía dialéctica en concreto sobre el problema crucial de la verdad absoluta y relativa, cuya conquista como categoría es producto de una larga historia anterior, también sucede otro tanto con el socialismo y el marxismo. Si ambos amigos pudieron desarrollar su teoría revolucionaria fue porque estaban dentro de un amplio movimiento socialista internacional del que se alimentaban intelectualmente porque les aportaba buena parte de la herramienta teórica en bruto que ellos pulían al contrastarla con sus estudios de las luchas reales, y de esa interacción mediada por relaciones organizativas algunas de las veces clandestinas surgían sus aportaciones teóricas novedosas. Nunca hubieran surgido sin ellas. Desde esta perspectiva, el marxismo o el engelsismo u otra denominación, hubieran surgido de algún modo en aquella época porque las contradicciones objetivas estaban ya dadas. Para entender la actualidad del marxismo y las aportaciones que nos hace hay que partir de la larga corriente revolucionaria que empieza a tomar cuerpo teórico conforma avanza la década de 1840 llegando a hasta nuestros días.
Bien visto, el gran logro de Marx y Engels consiste en haber sistematizado desde la perspectiva de la lucha por el comunismo lo mejor del pensamiento humano anterior al que tenía acceso, y de haber elaborado a partir de ahí un método revolucionario enunciado en su núcleo elemental. Dado que para explicar este punto crucial necesito un espacio que desborda con creces el límite de esta ponencia, me remito a dos textos.
¿Qué aportaciones cualitativas elaboraron? Además de lo que el propio Marx reconoció como la teoría de trabajo abstracto, la teoría de la dictadura del proletariado, la teoría de la plusvalía y otras sobre las que no reivindicó «derecho de propiedad intelectual» alguno, para entendernos, como la teoría del fetichismo de la mercancía, etc.; además de estas, sí podemos decir que, en una primera instancia, Engels y él crearon tres grandes cuerpos teóricos: La crítica de la economía política, que integra la teoría de la plusvalía, de la ley del valor, etc. La crítica del Estado y de la democracia, de la política y de los límites del institucionalismo, que plantea los problemas del pacifismo parlamentario y electoralista. Y la crítica del método burgués de pensamiento en el sentido de que el fetichismo, la ideología, la abstracción mercancía, la alienación –expuestos ahora sin precisiones-, hacen que el método burgués de interpretar la realidad es una parte de la estructura de poder imperialista. Precisamente son estas aportaciones las que marcan el antagonismo absoluto con cualquier vía reformista, como se vuelve a comprobar ahora mismo.
Las tres aportaciones se caracterizan por dos cosas: una, por ser «abiertas», es decir, por estar en un proceso de enriquecimiento y autocrítica permanente en la medida en que la lucha de clases mundial las confirma en su esencia y las mejora en su forma. Alguien ha dicho que «La vitalidad de una teoría se prueba por las refutaciones que sufre y por las mutaciones de que es capaz sin disgregarse». El marxismo, como praxis colectiva sostenida en las peores condiciones imaginables, demuestra su vitalidad cada vez que los hechos desmontan una a una las sucesivas críticas que recibe. Por ejemplo, una demostración incuestionable de la veracidad histórica de la ley de concentración y centralización de capitales y de la ley de la depauperación relativa y absoluta, por citar sólo dos leyes tendenciales marxistas, la tenemos en la reciente investigación de Oxfam según la cual 62 personas acumulan la misma riqueza que la mitad de la humanidad. Pese a su desconocimiento de Marx, Piketty logra aportar datos meramente cuantitativos que con un método reformista confirman, sin quererlo él, las tesis marxistas.
Otro tanto sucede con la contradicción irreconciliable entre la producción social y la apropiación privada, la tendencia ciega a la mercantilización absoluta, el aumento de la composición orgánica del capital en detrimento del capital variable, el ascenso del militarismo y del capital-dinero hacia la financiarización, la integración de la ciencia en el capital constante y su contradicción con la esencia revolucionaria del método científico-crítico…
Fijémonos en esta última cuestión, la ideología burguesa presenta a la ciencia como un absoluto virtuoso, como una práctica limpia y neutral sólo enturbiada por la codicia avara de empresarios y militares sociópatas sin escrúpulos. Incluso hay textos en los que ni se cita el militarismo y la lógica capitalista en el devenir de la ciencia en el siglo XX, sino a los sumo las relaciones entre ciencia y cultura, denunciando suavemente la palabrería posmodernista. Sin embargo se sabe que en uno de los centros que debieran vigilar la virtud de la ciencia, las oficinas de patentes, son auténticos campos de batalla en los que se emplean todos los trucos sucios para beneficiar a unas empresas en detrimento de otras, y en perjuicio del progreso de la ciencia liberadora. Otro medio «neutral» de validación es la llamada cienciometría que vigila las publicaciones científicas con parámetros positivistas.
La subsunción de la tecnociencia en el capital constante es también parte del proceso de producción de ideología burguesa en la misma dinámica capitalista. La producción de ideología es reforzada por la burocracia académica, pero «El marxismo no es una filosofía académica, ni un producto científico en el sentido restringido y característico del término», lo que le libra de los ataques positivistas y de la impotencia del academicismo, del «carácter parasitario de tanta supuesta “investigación”» académica mecanicista y anti dialéctica. Y es que el método marxista es justo lo contrario de la «ciencia social».
La otra característica común a las tres aportaciones citadas es que son la base de otras teorías menos desarrolladas que ambos amigos anunciaron y de las que incluso adelantaron aspectos fundamentales para ulteriores enriquecimientos como el feminismo socialista ya que «Marx valoraba la necesidad de existencia de organizaciones independientes de mujeres para defender sus derechos específicos»; la reintegración de la especie humana en la naturaleza hasta el punto de teorizar que la Tierra no pertenece a nadie del presente, sino a las generaciones futuras y que las actuales tienen el deber de entregársela en mejores condiciones de como la recibieron de la generación pasada. Y muy unida a esta radical tesis la otra no menos radical de la defensa de los derechos comunales, de los derechos consuetudinarios precapitalistas sobre el libre y racional uso por el pueblo de los bienes colectivos, comunes, no privatizados por la clase dominante.
Veamos más ejemplos: el estrechamente relacionado con los propiedad colectiva de los bienes comunes, la lucha por el tiempo libre, por el tiempo propio liberado del tiempo del capital, dedicado ahora a esas cosas y actos pequeños, aparentemente nimios e inservibles incluso, pero que conservan en sí algo de lo que fue el tiempo precapitalista, y de lo que es «esa parte humana que no ha sido vendida o que no lo ha sido totalmente» porque «El tema central de la obra de Marx es el disfrute humano. La vida buena, para él, no es una vida dominada por el trabajo, sino por el tiempo libre. La realización personal en libertad es una forma de “producción”, sí, pero no una producción coactiva».
Más adelante volveremos a la «vida buena» al estudiar la función de la dialéctica en el momento de optar por la lucha o por la obediencia. Ahora, siguiendo con las aportaciones de Marx y Engels, resalta la de luchar contra la burocracia, la obediencia, la credulidad y la sumisión a la al autoritarismo dentro de las organizaciones revolucionarias; la creciente importancia de las luchas de liberación nacional; la capacidad burguesa para integrar y alienar a la clase trabajadora en el capitalismo central, el desplazamiento de las revoluciones hacia los países empobrecidos, la tendencia que va del bonapartismo al fascismo…
El desarrollo de aperturas teóricas depende tanto de las enseñanzas prácticas de la lucha de clases mundial como de las capacidades críticas y autocríticas de los movimientos revolucionarios existentes en su interior, dicho sintéticamente, depende de la lucha de las masas «como un movimiento desde la práctica, que es en sí mismo una forma de teoría». Debemos insistir en esta dialéctica entre la crítica que la realidad hace al pensamiento y la capacidad del pensamiento autocrítico para aprehender esa crítica objetiva: aquí, en este lenguaje aparentemente hegeliano, radica el secreto del potencial revolucionario del marxismo en cuanto negatividad absoluta de lo real mediante la praxis radical, la que va a la raíz de los problemas.
Dependen, en suma, de la lucha revolucionaria estratégicamente dirigida hacia objetivos antagónicos con la civilización del capital, lucha que puede resultar victoriosa o ser derrotada. Toda lucha estratégicamente dirigida es una lucha política. Cuando, por ejemplo, las luchas sindicales aisladas y con objetivos limitados van coordinándose, acercándose, unificando sus acciones y sus reivindicaciones, sus objetivos últimos, en este devenir « la asociación adquiere carácter político». Y el carácter político de la asociación, del sindicalismo, de las formas organizativas, es inherente a la «lectura política» de la teoría marxista, sobre todo de El Capital, el texto más desprestigiado e incomprendido al acusársele de «determinismo economicista». Sin embargo: la lectura política de Marx «Es una lectura que en forma consciente y unilateral estructura su enfoque para determinar el significado y la importancia de cada concepto para el desarrollo inmediato de la lucha de la clase trabajadora. Es una lectura que evita toda interpretación fría y toda teorización abstracta para tomar los conceptos sólo dentro de una totalidad concreta de la lucha cuyas determinaciones designan».
Pongamos otro ejemplo de la lectura política y por tanto del carácter político de la praxis marxista. La masa de datos disponibles y la cantidad de estudios e investigaciones sobre la situación del capitalismo mundial muestran que está sumido en un profundo estancamiento de muy larga duración que, con altibajos, se remontaba a la incapacidad de superar de manera estable y definitiva la tasa media de beneficios alcanzada en la década de 1960. Por algunos momentos y tras un salvaje ataque neoliberal sostenido desde la década de 1970, el centro imperialista si ha logrado igualar aquél logro. Pero esta recuperación no es una victoria definitiva del capital que inicia otra nueva fase u onda expansiva, sino sólo un respiro fugaz en una parte del sistema mundial porque la tasa media de beneficio a nivel mundial ha caído desde el máximo del 44% en 1869-1870 hasta el mínimo del 18% en 2007-2013, con una tasa media que baja del 40% a poco más de 20% en las mismas fechas.
El modo de producción capitalista va perdiendo fuelle: entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, los fundamentales economistas burgueses clásicos, A. Smith y D. Ricardo, habían intuido esta ley tendencial que empezó a confirmarse con las primeras series estadísticas fiables, pero no pudieron y tampoco se atrevieron a profundizar en sus causas. Tampoco lo intentaron sus seguidores, por miedo a la represión, como veremos.
Frente a esta tendencia constatada, hay dos posibles alternativas generales: una, cerrar los ojos y creer que el capitalismo superará sus «aspectos negativos» e incrementará eternamente la «justicia social»; y otra, esperar pasivamente a que se hunda por sí mismo bien mediante una violenta implosión o bien mediante una suave agonía. Dejando de lado la primera opción por irreal, cualquier forma de la segunda nos lleva a la espera pasiva ya que el futuro estaría determinado al margen de nuestra voluntad. Pero esta concepción fue combatida desde sus primeros textos por Marx y Engels, aunque si descontextualizamos algunos de ellos y los aislamos de su obra general, parece que en determinados momentos adoptan el mecanicismo determinista. No es así: «Marx nunca predijo un derrumbe súbito y automático del sistema capitalista en una crisis “final” debido a una sola “causa” económica».
Antes de continuar y dada la importancia de lo que sigue para estos debates, hemos decir que si hay algo que vertebra interiormente a estas aportaciones y a toda la obra marxista en general, eso es la recuperación de una de las primeras acepciones del término dialéctica empleado alrededor del siglo –VIII, nada menos que por Homero en la Ilíada cuando un personaje clave en su obra se enfrenta a la realidad y tras estudiarla con detalle decide pasar a la acción. Según L. Sichirollo, Homero se detiene especialmente en el caso de Héctor cuando cabila si debe enfrentarse a Aquiles sabiendo que tiene todas las probabilidades de morir, y decide que «Es necesario luchar».
Pero esta inicial dialéctica griega, aun siendo muy actual en cuanto a la necesidad de la lucha, tiene un lado débil: está clausurada, cerrada, por el destino trágico de Héctor, que anula en última instancia su libertad, componente decisivo de la dialéctica marxista. Tras poco más de cuatro siglos, entre finales del –IV y comienzos del –III, esta limitación fue superada por el epicureísmo, filosofía atea y materialista que encandiló al joven Marx al optar por el cambio y la «disfunción». Así se comprende que en 1865 el de Tréveris dijera que la lucha era su ideal de felicidad en la vida dentro de una loa al principio de «vida buena» arriba visto. Fijémonos que se trata de una definición ética y filosófica, una «concepción del mundo» en la que la felicidad es inseparable de la praxis. Hemos superado la dialéctica trágica de Héctor y hemos desarrollado la dialéctica creativa de Epicuro pero desde una perspectiva superior: ante los problemas, la opción libre y plena es a la vez opción coherente con el ideal de felicidad humana aunque sea consciente de que su lucha puede ser derrotada, vencida, acarreando duras represalias e incluso la muerte.
Pero la dialéctica es rechazada incluso por las corrientes materialistas ya que si algo caracteriza a las corrientes filosóficas que niegan el método dialéctico es su incapacidad para comprender la contradicción. Esto ya era manifiesto en vida de Marx y Engels: «Desde su nacimiento, el materialismo dialéctico ha de enfrentarse a diferentes adversarios. Todos están de acuerdo en un punto, explícitamente o no: la contradicción es para ellos un sinsentido». Sin embargo, es en el desenvolvimiento de la contradicción en donde ruge la fuerza objetiva invisibilizada que hecha conciencia subjetiva puede dirigir el futuro.
Esta «filosofía de la praxis» bulle en muchos textos marxistas que en apariencia sólo son «económicos», por ejemplo en El Capital cuando se detallan las seis contratendencias que aplica la burguesía para neutralizar y contrarrestar la tendencia a la caída de los beneficios. Hay que decir que Marx analiza minuciosamente seis, pero antes de hacerlo avisa «que son las más generalizadas», es decir que las burguesías aplican otras que menos generalizadas que Marx no analiza. Las seis estudiadas por él son: Una, aumento del grado de explotación del trabajo. Dos, reducción del salario por debajo de su valor, es decir, por debajo del valor de la fuerza de trabajo. Tres, abaratamiento de los elementos que forman el capital constante. Cuatro, la superpoblación relativa. Cinco, el comercio exterior. Y seis, el aumento del capital-acciones.
Sería conveniente analizar ahora cómo las burguesías aplicaban las seis contratendencias descubriríamos que hay algunas que entonces eran «menores» y que por eso no fueron detalladas por Marx, pero que ahora son fundamentales. Hablamos, por ejemplo, de la nueva industria político-mediática de la mercantilización de la cultura, que junto a las industrias del sexo y del turismo, se ha convertido en una de las ramas económicas más rentables; hablamos del peso creciente de la economía sumergida, corrupta, básica en el capitalismo pero que crece para facilitar el aumento del beneficio; hablamos de la industria de la salud y de la biotecnología; hablamos de los mercados creados por la revolución informática, etc. Pero no tenemos tiempo para extendernos.
Lo fundamental es que a pesar de todas las contratendencia implementadas, a pesar de los recursos sistemáticos a las guerras y en especial a las devastadoras guerras mundiales, o sea al militarismo en acción, el capitalismo no ha logrado detener la caída de la tasa media de beneficio a escala histórica mundial. Se nos plantea así, de nuevo, el antiguo debate de vital y decisiva importancia al que nos hemos referido arriba: ¿puede durar «eternamente» el capitalismo si no lo destruimos o puede colapsar por sí mismo al margen de la acción revolucionaria, bien sea por suave y tranquila muerte por inanición o bien sea por violenta implosión interna para la que no ha sido necesario el sacrificio heroico de la praxis revolucionaria?
La solución propuesta por Marx y Engels a este problema es enunciada en el Manifiesto Comunista en 1848: hay que acabar con el capitalismo porque, de no lograrlo, la lucha de clases puede llegar a una especie de «empate de fuerzas» que concluya en el exterminio mutuo de los dos bandos en conflicto. Se iniciaría así un estancamiento o retroceso en la historia pero en condiciones durísimas para la humanidad trabajadora y explotada. Posteriormente, Engels volvió a recordar esta posibilidad que sería reactualizada por Rosa Luxemburgo en 1915, y más concretada poco después por Preobrazhenski y Bujarin en 1919 mediante el dilema entre caos o comunismo. No vamos a extendernos en el desarrollo de esta alternativa excepto para decir que Lenin sostuvo contundentemente que el capitalismo no desaparecía si no era mediante la revolución.
Y aquí radica el meollo de la aportación marxista que consiste en que «La imagen que emerge de los detalles de la crítica de Marx es la de una sociedad fragmentada y un individuo empobrecido. ¿Cómo es posible superar positivamente tal estado de cosas? Esta es la cuestión que subyace al análisis de Marx. Porque si no se tratase de dar una respuesta a esa cuestión, la misma crítica sería irremediablemente abstracta, si no es que también carente de sentido». Aquí debemos volver a la importancia de la dialéctica como método que a su vez es arma para luchar contra la opresión. Héctor tenía que luchar o rendirse porque él y su pueblo se encontraban «en el filo de la navaja», al borde del desastre.
Frente a este dilema y ya en el capitalismo, una de las reacciones más frecuentes en estos casos es la del obediencia a la «figura del Amo», del miedo como reacción psicológica para «librarse de la pesada carga de la libertad» y como generador de ignorancia pasiva ya que «Podemos afirmar que el miedo aumenta de manera directamente proporcional al desconocimiento sobre el objeto temido o al desconocimiento (o impotencia) ante cómo afrontarlo»; otra es la costumbre de la «normalidad», también la de «extrañeza» que es una nueva forma de la alienación capitalista, etc. Pero, en definitiva, «…lo que es necesario explicar no es que el hambriento robe o el que el explotado se declare en huelga, sino por qué la mayoría de los hambrientos no roban y por qué la mayoría de los explotados no van a la huelga.».
Una de las soluciones es investigar y criticar qué se oculta debajo de la superficie, tras la fachada de la ideología dominante. Por ejemplo cual es el origen burgués de elementos básicos de propaganda como el mito del «capitalismo popular», del «Estado del bienestar», de la «clase media» o de la «teoría de la convergencia» entre el socialismo y el capitalismo. Aunque la sociedad ha cambiado, estos mitos también son readaptados a la nueva situación por lo que conocer su historia es necesario. Pero la mera crítica teórica, necesaria, exige de la crítica práctica que impacta en la «disfunción» de la realidad, según hemos visto arriba, solamente así se garantiza la liberación humana como «acción colectiva y política» en la que el método dialéctico es decisivo porque «es un pensamiento que es tanto situacional (específico a una situación) como reflexivo (consciente de sus propios procesos de pensamiento)».
Ya que se trata de disfunciones, de alteraciones que rompen y niegan la normalidad estática, es decir, de contradicciones internas en permanente unidad y lucha entre ellas, por esto mismo, la dialéctica es el único método válido, el que hace que el marxismo sea «la menos dogmática y la menos formal de las doctrinas, en cuyo marco de generalizaciones resaltan la carne viva y la sangre caliente de las luchas sociales y de sus pasiones». Las pasiones de la lucha social, la sangre y la carne viva, esta subjetividad que acepta la heroicidad de Héctor es parte de la objetividad de la dialéctica.
La acción de Héctor sigue teniendo valor axiológico porque nos recuerda que la decisión libre en los momentos extremos es lo que caracteriza a la especie humana: «La posibilidad de cambios históricos implicará admitir la realidad de la praxis humana que supone decisión, elección y acción a nivel individual y colectivo, confluyente unidireccionalmente hacia el mismo fin, hacia la misma meta. Esta sincronización de la práctica individual y colectiva, conscientemente transformadora, no es previsible lógicamente. No tiene el status epistemológico de certeza. Sólo se puede estar seguro individualmente de la propia opción, y esperar que los otros adoptarán la misma actitud. Hay, pues, que creer. Hay que apostar por el porvenir. El marxismo recobra históricamente sus orígenes trágico».
Orígenes trágicos que en el capitalismo adquieren la forma y el contenido de praxis revolucionaria como ideal de felicidad porque mediante ella se mejoran las condiciones de vida: «La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria (…) La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esa práctica».
La antropogenia se sustenta en la práctica, tiene por ello un valor ontológico ya que define la «identidad» humana cuando lucha contra la necesidad y la opresión, más aún cuando lucha para acabar con el fetichismo de la mercancía, lucha colectiva y política, como sujeto colectivo: «El sujeto del marxismo es un sujeto colectivo que se constituye (incorporando las múltiples individualidades e identidades de grupo) en la lucha contra su enemigo histórico». Nuestra antropogenia como seres humanos aplastados por la explotación se realiza sólo mediante la lucha contra esa injusticia.
De este modo el valor axiológico y ontológico se refuerza con el gnoseológico, con el pensamiento crítico y creativo. Por esto Lenin tiene razón cuando escribe que: «La conciencia del hombre no sólo refleja el mundo objetivo, sino que lo crea», y más adelante «Es decir, que el mundo no satisface al hombre y éste decide cambiarlo por medio de su actividad (…) El “mundo objetivo” “sigue su propio camino”, y la práctica del hombre, frente a la que se halla en ese mundo objetivo, encuentra “obstáculos en la realización” del fin, e incluso tropieza con la “imposibilidad”…».
La gran actualidad del marxismo para nosotros radica en que nos explica que viviendo en el filo de la navaja, podemos, debemos y sabemos luchar para superar la «imposibilidad» y los «obstáculos» creando posibilidades nuevas, nuevas realidades que no existían antes pero que emergen como efecto de nuestra praxis, de nuestra conciencia subjetiva transformada en fuerza material.
EL PROBLEMA ESPAÑOL
Respondiendo a la pregunta sobre si se rompe España o no, hay que decir que no va a romperse, por ahora, porque el Estado español sigue siendo el instrumento decisivo para asegurar el grueso de la acumulación ampliada de capital para y por el bloque de clases dominante. Considerando que el surgimiento de los Estados-nación burgueses radica en la dialéctica de la contradicción expansivo-constrictiva inherente al concepto simple de capital, y que la «nación proletaria» se subordina a la «nación burguesa» mediante formas transfiguradas de capital en cuya génesis se desarrolla el Estado-nación burgués, como forma-política de ese capital en un territorio determinado, por esto mismo, el bloque de clases dominante –y no sólo la burguesía española- necesita y quiere mantener su Estado adaptándolo a las exigencias de la mundialización de la ley del valor.
Sin mayores precisiones ahora, la mundialización de la ley del valor refuerza la tesis marxista de la importancia del concepto simple de capital que Marx empleó en los Grundrisse para explicar la formación de las «tendencias civilizadoras», problemática que más adelante profundizaría al estudiar el papel de los «modos nacionales de producción precapitalista», de las culturas y tradiciones «raciales» y étnicas, en «soberanía y dependencia» de los Estados, etc., en las formas concretas que iba adquiriendo el capitalismo según esas realidades históricas anteriores. Otras investigaciones también parten del concepto simple de capital para seguir el desarrollo de la dialéctica entre valor y comunidad.
Pues bien, la mundialización de la ley del valor nos explica que las burguesías débiles tienen que plegarse a las exigencias de sus hermanas más fuertes. En el tercer capítulo sobre la teoría de la organización veremos cómo las llamadas «burguesías nacionales» aceptaron la ocupación nazifascista para mantener sus negocios y derrotar al movimiento obrero. Durante la llamada «construcción europea» el vasallaje político es impuesto más por presiones económicas que militares, proceso que se ha intensificado desde finales de los ’80 y que tiene en el Consenso de Washington el punto de gozne que multiplica la voluntario vasallaje de las burguesías débiles a las poderosas conforme se acelera la concentración y centralización de capitales.
El Estado español sobrevivirá, por ahora, porque en el contexto mundial actual sigue siendo necesario para el imperialismo occidental y para el bloque de clases dominante en la península. Pero las exigencias son ahora mucho más inflexibles que hace un tercio de siglo, cuando el referéndum de la OTAN. Leamos: «La España sin Gobierno claro se convierte en un problema europeo», es decir, Europa tiene derecho a intervenir en el Estado español si no se llega a un acuerdo entre «españoles». Bajo directa coacción externa, el bloque de clases dominante en el Estado ha de buscar un acuerdo que satisfaga las exigencias de la UE. Y en la medida en que aumenta esta presión externa y la crisis interna, el Estado refuerza de algún modo la explotación de los pueblos que oprimen.
Antes de centrarnos en el problema español es conveniente saber que un origen remoto de los proto Estados neolíticos fue la organización estratégica de los colectivos del mesolítico para obtener «territorio, comida, mujeres o niños» mediante el exterminio de otro colectivo. No podemos reproducir aquí la larga y detallada lista de bienes de todo tipo, materiales, culturales, sexuales, que obtenía el Antiguo Egipto con su ocupación de Siria, Palestina y zonas aledañas. Recomendamos su lectura porque muestra la «identidad» de los objetivos de la opresión nacional y del imperialismo durante los sucesivos modos de producción basados en la propiedad privada de las fuerzas productivas. Uno objetivo importante de los ataques del imperio persa a Grecia era el quedarse con la gran cantidad de esclavos que había en las ciudades-Estado griegas. Al margen de los cambios más o menos importantes que diferencian a los modos de producción, no se puede negar que existe una identidad patriarcal activa entre estas palabras atribuidas a Gengis Khan -«La mayor felicidad consiste en vencer a los enemigos, perseguirlos y acosarlos, despojarles de sus riquezas, ver bañados en llanto a quienes les son caros y abrazar a sus viudas e hijas»– y el accionar del imperialismo capitalista actual.
Teniendo esto en cuenta podemos decir que los Estados obtienen cinco grandes ganancias de las naciones explotadas: una, la directamente económica; dos, la geoestratégica; tres, la ganancia poblacional, de fuerza de trabajo barata y de carne de cañón; cuatro, la ganancia política, cultural y de orgullo nacional que cohesiona a las clases trabajadoras alrededor del nacionalismo imperialista de la clase dominante; y cinco, las ganancias sexuales en diversas formas, incluido el orgullo machista. Bastantes veces esta quíntuple ganancia es una sola, total y global, pero otras veces y dependiendo de circunstancias entre las que destacan las resistencias parciales más o menos eficaces de los pueblos oprimidos algunos de esos beneficios del ocupante son más reducidos que otros o incluso han sido suprimidos: todo depende de las luchas de las masas populares, de los pactos del colaboracionismo con las fuerzas ocupantes, etc., e incluso de las fuerzas progresistas y revolucionarias del Estado ocupante que le fuerzan a suavizar su política.
Asegurar dichas ganancias resulta vital al Estado español en medio de la crisis sistémica que en lo temporal dura ya ocho años en su forma presente. Esas y otras ganancias le son imprescindibles para detener el retroceso en la escala jerárquica imperialista ya que durante esta crisis ha descendido del puesto 9º al 14º en 2014, por no hablar de remontar puestos. Por esto, necesitan reforzar su poder central, su núcleo geopolítico y económico de la burguesía estatal centralizado en Madrid, así se explica que Hacienda favorezca a Madrid en el reparto de las tasas de depósitos bancarios dándole el 30% del total del Estado. Estos y otros «privilegios» explican que el PIB de Madrid haya descendido sólo un -4,3% entre 2008 y 2013, la mitad justa de la media estatal del -8,6%.
Analizando los retrocesos por naciones, regiones y autonomía, vemos la clara ventaja de Madrid debida a que concentra el poder financiero, económico, político y cultural, además del militar, del Estado, algo parecido pero a menor escala que los «privilegios» de EEUU. Naturalmente los «privilegios» de la burguesía madrileña enfadan a otras burguesías que ven cómo se reducen sus beneficios. El debate sobre el «Estado de las Autonomías» responde a que Madrid gana más, o pierde menos, que el resto, y al hecho obvio de que Madrid quiere reforzar el centralismo reduciendo las atribuciones de las autonomías. El bloque de clases dominante en el Estado debate con creciente aspereza si hay o no hay que descentralizar más a su Estado y cómo, o si hay que centralizarlo.
Buena parte de los problemas de la posible «reforma constitucional» se limitan a cómo reordenar el reparto entre las burguesías de la tarta de los beneficios de la explotación patriarcal, nacional y de clase, y cómo repartir los costos del pago de la deuda que luego veremos. Y no faltan quienes proponer liquidar, desmontar el Estado de las Autonomías, cerrar el 80% de las empresas públicas, recentralizar la educación y la sanidad, eliminar la mitad de los municipios y las diputaciones…
La facción más poderosa de la burguesía estatal presiona para que exista un «gobierno fuerte» que dirija el diálogo sobre las reformas necesarias pero desde un clima de certidumbre y estabilidad. El capital financiero internacional, la Unión Europea, la Troika, etc., presionan para que se forme un «gobierno estable» lo antes posible. Sin retroceder mucho, la gran banca advertía sobre los costos económicos de la incertidumbre política. Si la burguesía es miedosa por naturaleza, aún más lo son los inversores. La tendencia imparable al mercado único de capitales, al estilo yanqui, no hace sino aumentar las presiones para que la «confianza» sea un imperativo categórico.
Disponer de un centro económico-financiero fuerte en el cerebro geopolítico y militar del imperialismo español es decisivo para una burguesía que conoce la creciente dependencia del capital extranjero de la economía española: Los inversores no residentes en el Estado español tienen ya en su propiedad el 43% de las empresas cotizadas mientras que sólo el 26,2% está en manos de familias españolas; o como se ha escrito: las firmas extranjeras andan de compras por el Estado español en el que ya el 30% de las operaciones tienen «sello internacional». Una burguesía estatal que conoce también los quince grandes problemas socioeconómicos y políticos a los que se enfrenta.
La pregunta sobre si «¿Podemos pagar 1.034 billones de deuda pública?», que a comienzos de 2015 atormentaba a la burguesía española, y más cuando otro estudio un poco posterior elevaba la deuda total del Estado a 3.33 billones-€, o sea, sumando la familiar, pública y empresarial, adquiere todavía más dramatismo ahora, un año más tarde, cuando las familias tienen la menor cantidad de efectivo desde 2005, y cuando a comienzos de 2014 cada persona censada «“debe” más de 20.000 euros tras seis años de rescates» a la banca. Recordemos que según los ingresos fiscales, el Estado español es el tercero más endeudado del mundo con un 940%, superado por EEUU con un 979% y Japón con un 2359%.
La deuda pública es ahora de 1.067.852 billones-€ y «se acerca al 100% del PIB». A la vez, influyentes bancos e instituciones como Goldman Sachs, ING y Barclays sugieren pésimos indicadores para 2016. Son demoledores los datos sobre la caída de la economía estatal y, muy en especial, sobre el fracaso rotundo de la dirección política bicéfala del bloque de clases dominante en la última década. El alejamiento de la banca española de George Soros muestra la gravedad del panorama futuro que de alguna forma ya ha empezado a ser real mediante la pérdida de 18.000 millones-€ que ha sufrido la banca española en las cinco últimas semana, y en las dos primeras semanas de enero el Ibex 35 ha perdido más que todo lo retrocedido en 2015. Los técnicos del capital financiero internacional supervisan muy atentamente la salud bancaria para evitar posibles errores graves en un momento de alta incertidumbre financiera mundial, cuyos bancos han perdido 4 billones-€ de capitalización sólo en los primeros días de 2016, el peor primer comienzo de año que se recuerda, incertidumbre que golpea al poderoso Banco Nacional de Suiza que prevé sufrir las peores pérdidas desde su fundación en 1907.
Quiere esto decir que el capital financiero y sus Estados-cuna no van a perdonar un euro a la deuda española, lo máximo a lo que pueden llegar es a una «negociación» dirigida por ellos sobre los plazos y condiciones de devolución, como la estricta servidumbre impuesta a Grecia pero tal vez menos cortoplacista por el mayor peso del capitalismo español aunque exigiéndole que practique «más ajustes» cuanto antes. Para salir de este agujero, el Estado español tiene la urgente necesidad de reindustrializarse. Por razones históricas achacables a los fracasos de intentonas de revolución burguesa, la mayoría de su clase dominante no tiene o apenas tiene conciencia de que el valor se genera en el Sector I de la economía capitalista, el de producción de bienes de producción, o sector industrial para que nos entendamos. El problema español, o sea, España como nación fallida en gran parte de su base material y simbólica, surge de esos fracasos.
En la actualidad, una parte de la burguesía es consciente de que hay que reindustrializar el Estado español lo más rápidamente posible para reforzar las fuerzas centrípetas y debilitar las centrífugas, para lo que es imprescindible la dirección político-económica centralizada por el aparato estatal. El Estado siempre ha sido elemental en cualquier modo de producción basado en la propiedad privada de las fuerzas productivas y en la propiedad patriarcal. Semejante papel se refuerza cuando parte de los beneficios de la minoría dominante surgen de la opresión nacional, del colonialismo y del imperialismo. A los efectos de este debate, podemos sintetizar la función del Estado como la de ser «la máquina de la obediencia»: se trata de que las clases, naciones y colectivos explotados obedezcan al Estado porque las dificultades de la reindustrialización son tremendas y exigen una obediencia casi masoquista. Viendo esto es cuando termina de comprenderse la función de la Ley Mordaza y de otros ataques a las escasas libertades sobrevivientes, Ley de la que hablaremos al tratar el problema de la organización.
Uno de las mayores obstáculos para esta reindustrialización es el pequeño tamaño de la mayoría de las empresas en el Estado: en 2013 la media de trabajadores por empresa en el Estado era de 4,9, menos de la mitad de Alemania con 11,8 y Reino Unido con 8,1, con sólo el 0,8 de empresas con más de 50 trabajadores. En 2014 un informe del Círculo de Empresarios decía que el tamaño medio estatal era de 4,6 empleados, o sea que se había reducido aún más, y que lo peor era la tendencia al aumento de las microempresas en detrimento de las medianas y grandes empresas. Partiendo de tan bajo, estudiosos sostienen que si se concentrasen y centralizasen las empresas llegando a 5,8 trabajadores por empresa la economía española sería tan rica como Italia.
Nos hacemos una idea de las dificultades de la reindustrialización, y por tanto de la dureza que ha de aplicar el Estado, si tenemos en cuenta que las medianas empresas tienen entre 50 y 249 trabajadores, y las grandes 250 o más, o sea, ese 0,8% de las empresas en 2013 con poca tecnología media. Pues bien, el modelo idóneo de empresa al que aspira la alta burguesía es la de 200 trabajadores con un 30% de plantilla con expertos digitales. Aun así, desde el inicio de la crisis la industria ha decrecido en un 30%, habiendo recuperado un 1,1% en 2014, si bien las salvajes medidas impuestas por el bloque de clases dominante han logrado que la competitividad suba de puesto 35 al 33 de una lista de 140 países.
La reindustrialización del Estado español logrará algunos éxitos sólo con una prolongada mano dura estatal, más el apoyo o consentimiento vigilante del capital financiero internacional y de los grandes Estados imperialistas, de modo que terminase siendo una industria secundaria, supeditada a estos poderes, atada a las restricciones y exigencias del mercado único de capitales que avanza imperceptiblemente. Otra hipótesis sería que la reindustrialización la intentara un Estado socialista triunfante tras una revolución victoriosa del trabajo sobre el capital, pero en este caso, si realmente fuera una revolución socialista, entonces el Estado-nación español desaparecería como tal.
En estas condiciones estructurales, contextuales de muy largo alcance, el bloque de clases dominante tiene, empero, recursos relativamente efectivos que nos remiten a la interacción de posibilidades que pueden ser utilizadas por el Estado. Groso modo dicho son tres: la primera, las actualización de las medidas clásicas para recuperar la tasa de beneficio arriba expuesta; la segunda, la quíntuple sobre ganancia obtenida con el imperialismo y la explotación nacional; y por último, el contexto internacional.
La caída mundial del precio del crudo le beneficia sobremanera que importa el 99% del crudo que consume lo que hace que por cada descenso de un 10% del precio el PIB español suba entre el 0,1% y el 0,15%, que es mucho. Además ayuda a ralentizar la subida de los precios, del IPC, lo que suaviza en parte la carestía de la vida aunque añade el problema mayor de la deflación. La industria del turismo es una de las grandes bazas para recuperar la economía: datos oficiales, y por eso mismo posiblemente hinchados, sugerían que para finales de 2015 habrían llegado al Estado español alrededor de 68 millones de turistas, 3 millones más que en 2014. El turismo es uno de los impulsores de la construcción y de otras ramas industriales, así como del narcocapitalismo y la prostitución, que rinden jugosos beneficios: en verano de 2014 se estimó que la legalización de la droga y de la prostitución supondría un aumento de entre el 1,5% y el 3% del PIB, o sea, una recaudación extra de entre 15.938 y 31.877 millones-€.
La emigración para encontrar trabajo en el exterior supone también un alivio para la economía ya que alivia la tensión social interna, la lucha de clases, reduce la tasa oficial de paro y por tanto de la supuesta «ayuda» que reciben algunos desempleados, y supone una entrada de dinero del exterior. Por razones de propaganda e interés político, el gobierno oculta y manipula lo datos reales de la emigración. Según estudios alternativos, en 2014 hubo 89.209 emigrados, «contabilizando tan sólo una decena de países», lo que indica que la cantidad es mayor. Según una encuesta seria el 55% de los jóvenes del Estado estarían dispuestos a emigrar sin encontrasen un «trabajo satisfactorio».
Una medida interna para recuperar la ganancia del capital, es la clásica de privatizar la educación y la sanidad pública condenando al paro a docentes y sanitarios, o dicho de otro modo, desde 2010 se han reducido 78 funcionarios y empleados públicos al día. Otra es tolerar la muy alta economía sumergida para multiplicar la explotación de la fuerza de trabajo, sobre todo de la mujer, y los beneficios del capital en detrimento de los gastos públicos que, en 2014, rebasaba los 190.000 millones-€. No vamos a extendernos en el drástico recorte salarial directo e indirecto que va directamente a los beneficios capitalistas, sobre todo de ese 1% más enriquecido que «trabaja» en la industria de la salud y en el capital financiero.
Sí queremos resaltar por el decisivo papel de la industria cultural en lengua española en el fortalecimiento económico del nacionalismo estatal. El capitalismo español obtiene enormes beneficios globales con la industria cultural española. Nos encontramos aquí con una de las formas modernas más sibilinas de la opresión nacional, y más efectivas en la desnacionalización y aculturización de pueblos oprimidos. Algunos de los datos sobre este ingente negocio los he expuesto en otro texto así que ahora sólo cito los más significativos para los intereses del nacionalismo español: en lo más crudo de la crisis en 2010 la industria cultural sostenía alrededor del 16% del empleo; y en 2011 ya suponía el 16% del PIB del Estado y el 9% del PIB mundial.
La industria cultural produce mercancías cada vez más alienantes, culturilla en la que la violencia patriarco-burguesa, belicista e imperialista va incrementando las ganancias. El caso reciente de la saga «Star Wars» es un ejemplo a muy amplia escala internacional. Cada vez más rápidamente, la militarización en todas sus formas condiciona la culturilla alienante, basta ver las series televisivas españolas sobre policías, historia española, etc. El reciente acuerdo entre Educación y Defensa para introducir el Ejército y la bandera monárquica en el currículo escolar bien pronto se extenderá a la industria cultural reforzando el nacionalismo español.
De igual modo, debido a la necesidad típicamente capitalista de copar nichos productivos, aumentar la oferta mercantil para ampliar ventas y ganancias, por esto mismo, la industria cultural española bien pronto absorberá aún más en su torbellino comercial a las lenguas y culturas no españolas. La propuesta de que las lenguas llamadas eufemísticamente «cooficiales» sean optativas amplía los mercados de la industria cultural, del mismo modo que lo hace la propuesta del plurilingüismo para un Estado con un 47% de su población con lenguas diferentes. Debajo de la aparente democracia de estas propuestas se mueve la necesidad de extender el nacionalismo español mediante su expansiva industria cultural, y viceversa, aumentar los beneficios de la burguesía española industrializando su lengua y también las lenguas «cooficiales»
El colectivo Euri Iparragirre, que forma parte del movimiento popular que se está organizando para denunciar el contenido opresor de la Capitalidad Cultural Europea de Donostia durante 2016, desarrolla una profunda crítica de los intereses patriarcales, burgueses y nacionalistas españoles que impulsan este muy rentable «mercadillo» de «culturilla donostiarra» dentro de la industria cultural del imperialismo occidental. Desde esta perspectiva, y dentro del marco de la dominación cultural y de la desnacionalización que acarrea, debemos decir que el neocolonialismo cultural es un arma del imperialismo en su conjunto y del español en concreto: «El colonialismo siempre implica una crisis de identidad para el sujeto colonial, atrapado entre el impulso de imitar al colonizador y el deseo de una autonomía siempre desplazada».
La crisis de identidad motivada por el colonialismo cultural es la primera fase de una dinámica de destrucción de la identidad e imposición de otra, en nuestro caso de la española. La lucha por la independencia político-cultural como requisitos para la (re) construcción de la identidad, de los pueblos oprimidos es, así, un riesgo insoportable el Estado. La alta burguesía tan poderosa como la catalano-española, es muy consciente de que de la necesidad ciega que tiene del Estado español para expandir mediante su ayuda su productiva industria cultural. No es casualidad, ni mucho menos, que una de las transnacionales de la industria cultural española, el Grupo Planeta, con sede fiscal en Barcelona, amenazara en voz de su propietario, J. M. Lara, con que «Si Cataluña fuera independiente, el Grupo Planeta se tendría que ir».
Aumentar los beneficios; ir pagando la deuda; reindustrializar y ganar competitividad; fortalecer la nación española a la brava o renegociando con las burguesías «regionales»…, estos son los objetivos fundamentales del bloque de clases dominante. Para defender este sagrado derecho cuenta con la inestimable ayuda de la progresía intelectual que, por ejemplo, escribe sobre la «consulta» pero niega el derecho de decisión «unilateral» También se avanza en el rechazo de un supuesto carácter insaciable del «ser nacional» en sí mismo; y hasta en un rechazo total, político y ético, a cualquier pretensión de independencia no española ya que «En España no hay un problema territorial, sino un atentado separatista contra el derecho de todos». Desde luego que existen posturas más realistas, no cerradas ni mucho menos tan autoritarias como esta última, pero aun así conservan un sentido de «unidad». Por ejemplo, los esfuerzos de por compaginar el problema español, el derecho a decidir y la creación de una «nueva España republicana» y plurinacional, «otra España». Sería cansino alargarnos en el listado de opiniones sobre este particular.
Terminando con la pregunta sobre si se rompe el Estado, hay que concluir diciendo que por ahora no, que todavía tiene por delante una precaria vida ya que sigue siendo funcional al capitalismo. La ralentización del proceso soberanista que ha insinuado la mediana burguesía catalana -la gran burguesía ya se opuso hace tiempo- es un alivio para Madrid aunque el Gobern tiene aún cinco grandes bazas: la persistencia del fuerte sentimiento catalinista, soberanista e independentista; las disputas en Madrid; la debilidad del movimiento obrero catalán que carece de un sindicalismo nacional como sí existe en Galiza y Euskal Herria; el retraso del independentismo socialista; y el todavía escaso despliegue represivo e intimidatorio del Estado español.
La continuidad del Estado está garantizada además por la reafirmación oficial de la mediana burguesía de la CAV de que es «ni de ruptura ni de independencia» sino que asume el pactismo bilateral con el Estado y su gobierno de turno. También está reforzado por el nacionalismo de un Podemos que «acata la constitución para cambiarla»; nacionalismo disimulado unas veces y descarado otras, pero que suele preferir la ambigüedad, la polisemia, la neblina ideológica para seguir atrayendo votos del centro identificados con la línea fuerte de Podemos: la «patria plurinacional»
Los independentismos de izquierda hemos de saber que «nuestras» burguesías necesitan al Estado español, que lo apoyarán siempre a cambio de unas contrapartidas cedidas por el Estado. El tira y afloja de las cesiones y contrapartidas no será ya la antesala de una ruptura independentista y democrático-radical sino a lo sumo un regateo por un soberanismo más aparente que real tal vez algo más descentralizado algunas cuestiones administrativas sin apenas importancia para la nueva centralización impuesta por la Unión Europa y el Estado español, bajo la égida de EEUU. En las condiciones actuales, esta certidumbre es la que justifica y exige el debate sobre qué formas organizativas debemos desarrollar para combatir al monstruo estatal.
LA NECESIDAD DE LA ORGANIZACIÓN
Con anterioridad al debate sobre la organización, entregamos dos ponencias que recogen lo central del problema a debatir. También recomendamos la introducción al ¿Qué hacer? de Lenin. Pero ahora queremos recordar algunas ideas sobre las formas organizativas de las y los oprimidos que nunca pierden vigencia a pesar de los siglos transcurridos porque responden a «identidad» que recorre los métodos de las y los oprimidos para resistir y hasta vencer a los opresores.
Podemos rastrear los embriones de una teoría de la organización en dos grandes pensadores de la Antigüedad, casi contemporáneos: Sun Tzu y Tucídides Sabemos que las luchas sociales de todo tipo existieron antes que ellos pero sólo podemos conjeturar sobre cómo se organizaban. Tucídides detalla cómo combatían los espartanos las formas de organización clandestina de las y los esclavos de la nación hilota caracterizada por su «ardor» y deseo de libertad, con sus correspondientes tácticas y estrategias represivas descritas por Tucídides: los espartanos les prometieron algo parecido a lo que ahora llamaríamos «mejoras sociales», «garantías democráticas», «reconocimiento oficial», etc., pero a condición de que abandonaran la clandestinidad y desvelaran sus identidades. Así lo hicieron 200 de ellos y la situación se calmó durante un tiempo, hasta que al poco y siempre de noche, fueron muertos los 200. Tucídides también insiste el problema de la vigilancia de los esclavos para que no lograsen huir a la primera oportunidad.
La preocupación obsesiva de la clase esclavista por aplastar las resistencias de las y los esclavos, es decir, por destrozar sus organizaciones clandestinas, nace del hecho de que: «Donde quiera que la esclavitud existe, lleva en sí el germen de la insurrección; y para impedirla, en Grecia, no bastaban sólo las cadenas y castigos que se imponían a los esclavos. Platón y Aristóteles aconsejaron que se aislase a los esclavos, que no se les acostumbrase a las armas, que se tomasen de naciones, razas y lenguas diferentes, y que se les diese buen trato».
Pero estos consejos sólo se tomaban en cuenta después de represiones preventivas de una brutalidad extrema: «La fuente principal de abastecimiento de esclavos era el secuestro y la conquista (…) se hizo conveniente matar a los varones adultos porque, habiendo sido entrenados para las armas, eran difíciles de manejar, y conservar solamente a las mujeres y los niños. Esta práctica estaba bien establecida en el siglo V a.n.e.». Doctrina de represión preventiva que evitaba «males mayores», atemorizaba de por vida a las esclavas y desarraigaba absolutamente a niños y niñas.
Tenemos aquí uno de los primeros ejemplos de doctrina represiva global, que integra el palo con la zanahoria, la violencia con el premio. Todas las propuestas son significativas y actuales en lo que toca al problema organizativo de las clases y naciones explotadas: evitar su unión e imponerles la desunión individualizada; desarmarlas e impedir que aprendan a usar armas; desnacionalizarlas, mezclarlas y confundirlas; y sobornarlas e integrarlas mediante el buen trato. Cuando los intelectuales del esclavismo proponían estas tácticas era porque las y los esclavos se organizaban mediante, por y para la unidad; practicaban el supremo derecho humano a la rebelión; y reforzaban su identidad colectiva, nacional, cultural. La pregunta es ¿siguen siendo necesarias estas prácticas organizativas?
La dialéctica entre las contradicciones sociales internas y las luchas anexionistas externas en pos de esclavos y riquezas, o defensivas, adquiere su sentido en las concepciones griegas sobre la guerra en todas sus formas, o sea también y sobre todo de la guerra de saqueo y para obtener esclavos y de la guerra represiva contra las resistencias de esos esclavos, en especial las realizadas en su época tardía primero por Platón y luego por Aristóteles. Fue éste último el que más avanzó en la naturalización del saqueo exterior y en la justificación natural de la esclavización.
Conviene recordar que la sublevación de los esclavos gladiadores dirigida por Espartaco estuvo a punto de fracasar al ser delatada desde el interior, delación que puede inscribirse dentro de las enseñanzas de Sun Tzu escritas casi cuatro siglos antes de estallar la rebelión que se transformaría en la III Guerra Servil en el siglo –I. Leamos estas palabras dichas, según Tácito, en el Senado romano en el siglo I «En la medida en que nuestros esclavos actúen como delatores, podemos vivir como minoría en medio de su masa, seguros mientras ellos teman, y, por último, si morimos podemos estar seguros de que seremos vengados. Nuestros antepasados siempre sospecharon de los esclavos…».
La casi tres veces milenaria estructura de poder y explotación china nos enseña mucho sobre estrategias y tácticas de los opresores para destrozas las organizaciones de las y los oprimidos mediante la propaganda, el convencimiento y las guerras. En el -720 el mandarín Fuh-Tsien creó la doctrina de la manipulación propagandística al sostener que «la repetición es la base del conocimiento, incluso si éste es falso». Sun Tzu escribió en el Arte de la guerra: « Todo el arte de la guerra está basado en el engaño (…) Ofrece un señuelo a tu enemigo para hacerle caer en una trampa (…) Ponle en aprietos y acósale (…) Si está unido, divídele (…) Atácale donde no esté preparado», o también «Impalpable e inmaterial, el experto no deja huellas; misterioso como una divinidad, es inaudible. Así pone al enemigo a su merced». Frío bisturí de guerra social.
Tao Hanzhang, laureado general del Ejército Popular de China, ha actualizado el texto Sun Tzu indicando lo que, para él, sigue siendo válido después de aproximadamente 2500 años: siguen siendo válidas sus ideas sobre el espionaje y el servicio de inteligencia para conocer al enemigo y destrozarlo, y también para la provocación psicológica y política haciéndole creer cosas que no son ciertas para que cometa errores garrafales; y también son válidos los métodos de anticipación, flexibilidad e iniciativa por razones obvias.
De hecho, todo indica que Sun Tzu escribió el libro en el convulso período de los Reinos Combatientes, durante el cual muchos poderes se encontraban en la necesidad de conseguir el apoyo de la clase campesina y de la esclava para aumentar la producción sin la cual serían derrotados. Muy significativamente, llegaron a conclusiones idénticas a las de los esclavistas griegos representados por Platón y Aristóteles en la misma época pero en la otra parte del mundo sobre las doctrinas represivas y contrainsurgentes arriba citadas: desde el -403 y especialmente desde el -386 las reformas sociales se hicieron urgentes para reducir el malestar campesino y esclavo, lograr su colaboración con las «familias poderosas» y aumentar la productividad del trabajo.
Las reformas del reino de Wei coinciden con las tácticas griegas de «tratar bien» a las y los explotados, con otras medidas de la época como la planificación estatal de precios básicos, de almacenaje de reservas para otros momentos repartiéndolas a precios equitativos, etc., así, de esta forma, «la vida se mantenía libre de zozobras». Sin un efectivo espionaje, información, anticipación e iniciativa como componentes de la doctrina del Poder, es decir, de la contrainsurgencia preventiva, no podría aplicarse esta política de Estado que adelanta aspectos de la «integración social» burguesa desde el siglo XIX, por no hablar de las políticas contra la mendicidad y vagabundeo desde los siglos XVI y XVI para lograr la «docilidad» de las clases machacadas.
En la misma época de Aristóteles, el filósofo chino Mencio, que sí admitía el derecho del pueblo a castigar al rey injusto, explicaba sin embargo que: «Quien trabaja con la mente gobierna, quien trabaja con las manos es gobernado». Dejaba constancia así de que la división entre trabajo intelectual y trabajo manual era uno de los mejores medios de dominación. Viviendo una época de luchas sociales y represiones físicas, la clase dominante de la república romana decidió pasar a la represión intelectual y en -181 se decretó la pública quema de todos los libros considerados peligrosos, y en -173 y -161 la expulsión de Roma de todos los «pensadores peligrosos». El control del sistema educativo y de la prensa siempre ha sido un instrumento de dominación contra el que las dominadas y dominados han organizado muchas alternativas.
Veamos sólo cinco claros desarrollos distintos en sus formas de las estrategias represivas idénticas en su contenido, de las clases dominantes greco-romanas y chinas para aplastar las organizaciones de sus enemigos: Uno, la drástica amputación y censura que hizo el vendido Voltaire de la obra revolucionaria de Meslier, el «cura rojo», que en su ancianidad, a comienzos del siglo XVIII y en secreto silencio escribió una demoledora denuncia atea de los vicios y miserias del poder político-religioso. En 1762 Voltaire amputó deliberadamente el contenido revolucionario de Meslier, que llamaba al pueblo a levantarse en armas. La represión era tal que en esta época debe hablarse de «los filósofos clandestinos».
Dos, la represión británica para frenar el desarrollo de los contenidos crítico-burgueses de las ideas de Adam Smith sobre el capitalismo, amenazando a varios profesores de economía para que se retractasen de sus ideas y deportando a otro a Australia a finales del siglo XVIII. La anticipación, flexibilidad e iniciativa represiva limitó mucho el conocimiento crítico del capitalismo industrial naciente, tranquilizando al poder durante la larga guerra napoleónica.
Tres, «En 1848-49 el estado británico aplastó el Chartismo con la represión, tal como se explica en 1848: el estado británico y el movimiento chartista (Cambridge 1990) de John Saville. Al mismo tiempo o un poco más tarde, las revoluciones de 1848 en Francia, Alemania y otros países, fueron derrotadas. Marx y Engels volvieron al exilio; la Liga Comunista, la organización basada en el Manifiesto comunista, se hundió políticamente. (…) La Primera Internacional quebró porque fue perseguida después de la Comuna de París. Los proudhonistas en Francia, que constituían una parte substancial de ella, fueron aplastados con ejecuciones, el exilio y la prisión. Los líderes sindicalistas británicos se asustaron con la Comuna, pero la otra cara de la medalla fue la Ley de Reforma de 1867 y la Ley Sindical de 1871 que permitió a los partidos burgueses hacer ver que ellos podrían “hacer algo para la clase obrera”» .
Cuatro, el que aplicó la policía alemana: El embrión del partido socialdemócrata alemán estaba controlado políticamente por los servicios secretos de Bismarck que habían infiltrado al pintor Eichler nada menos que en el cargo de presidente del comité organizador del primer Partido Socialista alemán en 1863. Este agente infiltrado propagó la idea de que el Estado era un instrumento neutral que podía y quería ayudar al proletariado a mejorar su suerte por medio del cooperativismo y otros métodos, de manera que la instauración de la «justicia social» se realizaría pacífica y normalmente.
Y cinco, el sistema represivo italiano que, con variantes durante la dictadura fascista de 1922-45, se mantuvo en lo esencial desde el siglo XIX consistente en «una mezcla de palo y zanahoria, de autoritarismo draconiano y misericordia cristiana». Ni Platón ni Sun Tzu habían oído hablar de cristianismo pero estarían plenamente de acuerdo con esta doctrina represiva para derrotar la oleada de luchas sostenida desde finales del siglo XX. Una doctrina que actualizaba a principios del siglo XXI diversas tácticas clásicas como la tortura con otras inquisitoriales como las del «arrepentido» y «disociado».
Es cierto que el modo de producción capitalista introduce una realidad nueva, cualitativa, en el proceso represivo y por tanto obliga a las fuerzas revolucionarias a que su teoría de la organización tenga en cuenta, al menos, dos novedades históricas que garantizan la permanente reproducción ampliada del capital: el trabajo abstracto y el fetichismo de la mercancía, piezas claves en la legitimidad de la ideología burguesa de los derechos humanos, la democracia y el pacifismo, abstractamente considerados. Ahora sería largo desarrollarlas pero sí debemos decir que denunciarlas y luchar contra ellas exige multiplicar la formación teórica y ética marxista de la militancia. Nos limitamos a decir que la teoría del fetichismo «permite explicar que, en la sociedad capitalista, la explotación queda camuflada, apareciendo el Estado por encima de las clase sociales y como el regidor del plusvalor».
La socialdemocracia europea no prestó ninguna atención a la lucha contra al fetichismo de la mercancía y el trabajo abstracto como partes vitales de la praxis marxista, lo que unido a otras deficiencias e indiferencias, facilitó el reforzamiento del pacifismo, del parlamentarismo y del neokantismo anteriormente infectados por el socialismo utópico. Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y contados grupos militantes llegaron a comprender demasiado tarde que la teoría de la organización es parte sustancial del sistema teórico marxista como matriz de cualquier praxis.
- Haffner explica que Rosa y Karl sabían que eran vigilados por fuerzas reaccionarias, criminalizados por una campaña mediática que pedía a gritos su muerte, pero aun así, no tomaron ninguna medida de seguridad, no se escondieron, siguieron haciendo vida pública normal hasta su detención y asesinato. Según S. Haffner: «Estaban demasiado inmersos en su labor política y periodística para perder el tiempo pensando en su seguridad personal; tal vez incluso demasiado confiados, ya que ambos estaban muy acostumbrados a los arrestos y a las cárceles como para temerlos. Precisamente debido a su experiencia, seguramente durante mucho tiempo no llegaron ni a imaginar que esta vez se trataba de su vida; Rosa Luxemburg, de forma conmovedora, preparó para su “arresto” una maletita con pequeños objetos personales de poco valor y sus libros preferidos que ya la habían acompañado a la prisión en otras ocasiones».
La rutina es consejera mortal porque es esencialmente antidialéctica. La terrible represión de los comunistas espartaquistas fue facilitada, entre otras causas, porque no habían desarrollado a tiempo la teoría de la organización adecuada a la lucha revolucionaria de la Alemania de entonces. En 1918 la poderosa espontaneidad desorganizada de «los motines del arroz» en Japón terminó en un fracaso por su desorganización. Otro tanto sucedería pocos años después con la brutal masacre del movimiento obrero y comunista en las principales ciudades industriales de la China entre 1924 y 1934 en la que además de la débil organización también pesó y mucha la errónea política de III Internacional.
Es un garrafal error teórico y estratégico reducir el debate sobre la organización sólo a los problemas de la toma de conciencia, de cómo ganar elecciones, de cómo organizar manifestaciones, medios de prensa, locales y recursos económicos, etc. Nadie niega la importancia de estas cuestiones, pero la teoría marxista de la organización va mucho más al fondo de los problemas: plantea básicamente la cuestión del poder en sí mismo desde una perspectiva histórica larga. La teoría de la organización es un elemento más de la praxis revolucionaria y viceversa, no pueden extraerse lecciones de la praxis si en su interior no está la teoría de la organización.
Con absoluta razón histórica se debe decir que: «La experiencia clandestina de los bolcheviques, en todo caso, y las correspondientes formas organizativas desarrolladas en aquel período, les dieron una gran ventaja, sobre todo durante la Primera Guerra Mundial, respecto a los partidos socialdemócratas de la Europa occidental y central. El “oportunismo disfrazado” de estos últimos fue la causa de que incluso marxistas “de izquierda” como Kautsky careciesen, desde el punto de vista psicológico y organizativo, de la más mínima preparación para emprender el trabajo clandestino indispensable para una oposición consecuente a la guerra imperialista».
Esa ventaja volvió a confirmarse entre 1918 y 1940 en Europa, y muy especialmente desde 1941 cuando los comunistas fueron prácticamente los únicos capacitados física y psicológicamente para organizar guerrillas de liberación nacional contra la ocupación nazifascista, acciones de «violencia patriótica» practicada de múltiples formas según las circunstancia, pero con una constante: «Buena parte de la Europa ocupada fue liberada de los nazis por las organizaciones locales de resistencia durante los dos últimos años de la guerra. Al derrumbarse el poder nazi, esas unidades habían pasado de ser pequeñas unidades clandestinas a convertirse en grandes movimientos de masas con millones de personas, la mayoría dominadas por los comunistas».
Ch. Bambery ha estudiado minuciosamente la II GM y en el apartado dedicado a las resistencias de los pueblos invadidos por el nazifascismo y el militarismo japonés extiende sus conclusiones más allá del período de guerra para entrar directamente en algo que ahora nos es urgente: «La experiencia de la ocupación engendra resistencia, como se ha podido comprobar repetidamente desde 1945. En la Europa ocupada se inició pronto (…) La colaboración de las clases dirigentes europeas con los nazis –o, en el mejor de los casos, contentadas con esperar a que los Aliados les liberasen- hizo que la resistencia desarrollara cada vez más una dinámica revolucionaria propia». Y poco después: «Debido a sus sólidas relaciones con los comunistas, los movimientos de resistencia europea, así como aquellos de entre los Aliados que ansiaban utilizarlos en contra de los alemanes, despertaban la sospecha de Londres y Washington».
Los comunistas pudieron ejercitar el derecho a la rebelión tan rápidamente porque estaban mentalizados psicológica, ética y teóricamente para ello, y porque conocían las formas organizativas adecuadas. La teoría de la organización incluye como elemento de necesidad el llamado «factor subjetivo» en su expresión psicológica más plena: la ética del derecho a la rebelión como parte de la teoría estratégica que explica que tarde o temprano las contradicciones del sistema volverán a poner de extrema actualidad la cuestión del poder, de la violencia del Estado y de su terrorismo consustancial.
Los Aliados sabían a su modo que dentro de la guerra contra el nazifascismo había dos guerras diferentes: la que libraba el capital imperialista occidental contra las burguesías de Alemania, Italia y Japón; y la «guerra popular (…) en tanto que amalgama de lucha de clases y de nación» contra las burguesías de sus países, sobre todo contra las colaboracionistas. Desde 1943 más y más nazifascistas se daban cuenta de que habían perdido la primera guerra, la inter imperialista, pero que se salvarían si negociaban una buena rendición con los Aliados capitalistas porque sus conocimientos se hacían insustituibles para ganar la segunda, la «guerra popular» nacional y de clase, y para aplastar a la heroica y decisiva URSS.
Los Aliados aprendieron la lección antes de acabar la IIGM y ya para 1944 tenían planes represivos que se pondrían en marcha contra la «guerra popular» nada más derrotar al nazifascismo. Uno de ellos era atacar al Ejército Rojo integrando a tropas alemanas «rendidas» a los ejércitos aliados, que admiraban su preparación y sus conocimientos sobre la fuerza soviética. Poco después idearon varios planes para lanzar hasta 300 bombas atómicas contra las cien principales ciudades rusas. No hace falta decir que esas medidas ofensivas contra la URSS se asentaban sobre otras medidas en la retaguardia europea occidental para desarmar a las guerrillas y destrozar a los comunistas.
El contenido anticomunista del Plan Marshall era una de ellas, al igual que la OTAN y otros más: «La Casa Blanca y Downing Street temían que en varios países de Europa Occidental, y sobre todo en Italia, Francia, Bélgica, Finlandia y Grecia, los comunistas pudieran alcanzar posiciones de influencia en el ejecutivo y destruir la alianza militar OTAN desde dentro, desvelando secretos militares y revelándolos a la URSS. Fue en este sentido que el Pentágono junto con la CIA, el M16 y la OTAN, emprendió una guerra secreta creando y dirigiendo los ejércitos stay-behing como un instrumento para manipular y controlar la democracia de Europa occidental desde dentro, desconocido por la población y los Parlamentos europeos. Esta estrategia llevó al terror y al miedo, así como a la “humillación y maltrato de las instituciones democráticas”, tal y como criticó correctamente la prensa europea».
La «defensa de la democracia occidental» como el mejor sistema de protección de la propiedad capitalista, fue encargada a muchos antiguos imperialistas alemanes de 1914-18, que luego se hicieron nazis hasta 1945, que fueron reclutados por la CIA para sus guerras secretas y desde 1955 reintegrados en el Ejército de Alemania Federal con altas responsabilidades, que a su vez fueron el trampolín para acceder a los mandos centrales de la OTAN desde 1961. Esta es la trayectoria vital de A. Heusinger que ocupó el puesto de más responsabilidad militar «no civil» de la OTAN entre 1961 y su retiro en 1964. Miles de jueces, policías, militares, burócratas, periodistas, profesores, científicos, maestros e intelectuales, diplomáticos, etc., por no hablar del empresariado casi en su conjunto, de ideología nazifascista y del militarismo nipón y colaboradores con ellos en los países ocupados, fueron integrados directa o indirectamente en las múltiples ramas civiles y militares de la OTAN y de otros aparatos.
Que nadie crea que se han desmantelado estos y otros servicios, organismos, equipos, etc., una vez autodisuelto el Pacto de Varsovia e implosionada la URSS. Simplemente se han adaptado a las nuevas necesidades del imperialismo occidental. No tenemos que recurrir a los ataques de la OTAN fuera de Europa, basta con ver su expansión hacia el Este, para cercar y presionar a Rusia, y sobre todo su papel en «La destrucción de Yugoslavia» entre 1990 y 2008 como base imprescindible de los EEUU para posteriores expansiones. Pero esta es una parte de la involución reaccionaria que está imponiendo la burguesía europea, retroceso rigurosamente estudiado y denunciado por Leyla Carrillo por su alcance global, porque anulan derechos tenidos como fundamentales hasta ahora por la propia ideología burguesa.
Mientras la OTAN destruía Yugoslavia, desde 2003 el fascismo honraba públicamente la memoria de Mussolini celebrando una convención anual en el norte de Italia, con la pasividad del Estado. Uno más de los muchos actos de apología del nazifascismo que se realizan en la Unión Europea. Pero a diferencia del fascismo de 1922-45 el actual está cada vez más mundializado y estrechamente conectado con los aparatos militares estatales y privados de los capitalismos imperialistas mediante ejércitos privados legales que superan en poder e influencia a los Freikorps, Camisas Negras, SA y SS, Guardia de Hierro, Falange, etc.
En el Estado español las libertades democráticas de expresión e información están empeorando por tercer año consecutivo según la investigación de FUNCIVA que otorga una puntuación de 6,58 sobre 10 en el respeto de las libertades. Mediante la Ley Mordaza el llamado «poder judicial» pierde potestad sobre 3 millones de infracciones que quedan a libre arbitrariedad de la policía. Dicho en general, el PP ha asestado un severo golpe represivo durante los cuatro años de legislatura que acaba de concluir. Estas y otras leyes van creando el caldo de cultivo ideológico y político para anular un derecho concreto, el de huelga, que si es prohibido va a obligar al movimiento obrero y sindical, y a la izquierda militante, a volver a formas organizativas semiclandestinas o clandestinas para organizar la lucha en el interior del trabajo explotado, actualizando antiguos métodos organizativos que parecían ya periclitados.
Independientemente de si los posibles acuerdos políticos concluyan en un Gobierno de centro reformista que anule o derogue muchas o algunas de las leyes represivas impuestas por el PP en la anterior legislatura, al margen de esto y como principio de precaución, es conveniente adecuar la teoría de la organización a las necesidades revolucionarias del presente y del previsible futuro porque sigue siendo válida la advertencia de V. Serge: «La Seguridad Política debe tender a destruir el movimiento revolucionario en el momento de su mayor actividad y no desviar su trabajo dedicándose a empresas menores. De manera que el principio es dejar desarrollarse el movimiento para luego liquidarlo mejor».
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