Es muy fácil hablar de integración latinoamericana en los foros y las Cumbres pero no parece sencillo trasladar esos principios a la práctica de la vida cotidiana.
La prueba más concreta es lo que viene ocurriendo con quienes gobiernan actualmente en Chile en el marco de la Concertación, y que fueron electos «por izquierda» en respuesta a la muy repetida frase electoral de que “hay que frenar a la derecha”. En ese viaje, repetido también en otros países del continente, se dio luz verde a la dramática situación en que hoy ha colocado a Chile el gobierno de la señora Michelle Bachelet.
Allí está por ejemplo la política estatal de embestir a un país hermano como es Bolivia, que con absoluta lógica viene reclamando desde hace nada menos que 136 años una salida al mar para su país. Vale la pena recordar que entre 1879 y 1883, aconteció la Guerra del Pacífico, entre Chile, Perú y Bolivia, y cuyas consecuencias significaron que al finalizar la guerra, Bolivia perdiera 400 kilómetros de costa al Pacífico.
Actualmente, no se trata de que Bolivia esté solicitando apoderarse de un porción de territorio que podría afectar seriamente la economía de Chile o provocar un enorme desplazamiento de población, o generar un “ataque soberbio a nuestra soberanía”, como suele repetir la derecha chilena, a la que ahora le hace un coro vergonzoso la socialdemocracia de ese país. No, Bolivia está planteando solamente tener acceso a una franja más que mínima de una zona de características semidesérticas que le permita tomar contacto con el mar y saldar de esa manera una situación odiosa producida por el despojo sufrido a través de la contienda militar.
Sin embargo, salvo la excepción del gobierno de Salvador Allende, que lo intentó pero no logró concretarlo, cada uno de los mandatarios chilenos han cerrado las puertas a reparar este grave problema.
Bachelet no se podía quedar atrás en esta posición extrema de marcada anti-integración latinoamericana, palabra con la que se llena la boca la presidenta chilena y que luego mira para un costado, atendiendo los consejos de funcionarios como su actual agente en la Corte Internacional de Justicia de La Haya (CIJ), el ex ministro del gobierno derechista de Sebastián Piñera y militante del partido fascista Renovación Nacional, Felipe Bulnes. Este personaje, cuya entorno político siempre estuvo ligado al anticomunismo y anti-allendismo es el que intenta ahora en la reunión de la CiJ, negarle a Bolivia el derecho soberano que le corresponde.
La respuesta boliviana no pudo ser más contundente. Por un lado, a través de sus representantes en la CIJ, explicando que su país jamás ha desconocido tratados internacionales, como el de “Paz y Amistad” de 1904. Esta acordada incluía una serie de cláusulas con el fin de suplir la carencia de una salida marítima soberana, dentro de las que se destacaba la obligación de Chile de construir un ferrocarril entre Arica y La Paz, la concesión de créditos, derechos de libre tránsito hacia puertos en el Pacífico y el pago de 300.000 libras esterlinas como compensación. Todo eso, como es de imaginar, quedó en nada, y Bolivia una y otra vez volvió a reclamar por sus derechos.
Ahora, Bachelet desde su “socialismo” de ocasión, vuelve a ratificar lo que con modales más severos pero no menos parecidos en el contenido, señalaran los pinochetistas torturadores de su padre: “Chile no cederá territorio que le pertenece legítimamente, y Bolivia deberá adecuarse a lo que se resuelva en La Haya”.
Ese y no otro es el pensamiento de ruptura con todos los argumentos de confraternidad e integración latinoamericana planteados por ese gigante de la unidad de los pueblos que fue Hugo Chávez, quien en repetidas ocasiones señaló públicamente que su mayor anhelo era «más temprano que tarde poder bañarme en aguas del mar boliviano”. Esas son también las reivindicaciones de gran parte de la izquierda popular y revolucionaria chilena que recibió en varias ocasiones a Evo Morales como un hermano de sangre, y se sigue movilizando para que el reclamo boliviano se haga realidad.
Frente a esta disputa que ahora se ha hecho internacional, la figura de Bachelet sigue perdiendo popularidad dentro y fuera del país. Internamente, como bien sostuvo Evo en estos días, sigue «aferrada a una Constitución heredada del pinochetismo», no respeta los reclamos de sus propios estudiantes que se movilizan por una educación sin lucro y tampoco las demandas territoriales del pueblo mapuche, a cuyos dirigentes se encarcela y en muchos casos se asesina. A nivel de política exterior, su desprecio a Bolivia es más que suficiente para darse cuenta lo que significa integrarse de cuerpo y alma a la muy norteamericana Alianza del Pacífico.
Por otra parte, si faltaba algo para definir hasta dónde ha perdido el rumbo el Partido “Socialista” de Bachelet, allí está la bochornosa actitud de la hija del propio Salvador Allende, Isabel, quien ofendiendo de manera descarada la memoria de lucha de su padre, no tuvo mejor idea que visitar en Caracas a las esposas del alcalde derechista Antonio Ledezma y del ultra Leopoldo López, ambos detenidos por conspiración golpista e intento de magnicidio. No satisfecha con semejante afrenta al pueblo venezolano, la inoportuna viajera declaró que “los derechos humanos no se respetan en Venezuela” y que “el gobierno de Maduro se ha convertido en una dictadura”. Con semejante representante, y con los antecedentes del “defensor de los intereses chilenos” en La Haya, Felipe Bulnes, sería muy saludable que los auténticos militantes socialistas de Chile se expidan repudiando esta derechización sostenida de su dirigencia. O abandonen el partido en masa.