La noticia llegada desde Euskal Herria (País Vasco) es escueta pero no menos importante. Acaba de salir de la cárcel tras cumplir ocho años de prisión el luchador independentista Pablo Gorostiaga. A las puertas de su último sitio de detención, Herrera de la Mancha, lo esperaban familiares y numerosos vecinos de su localidad natal de Laudio, Araba, que se habían trasladado hasta allí para darle el primer y emocionante abrazo. Los gritos de “Pablo gudari” (luchador vasco) y “Gora Euskal Herria askatuta” (Viva Euskal Herria libre), resonaron con fuerza en ese confín de la geografía castellana, donde tantas y tantos prisioneros políticos sufrieron vejámenes y dispersión durante décadas.
Luego, quienes vinieron a buscarle, marcharon junto a Gorostiaga cientos de kilómetros, en ruidosa caravana rumbo al pueblo de Laudio, donde en su plaza principal miles de personas le brindaron un recibimiento bullicioso y no menos emotivo. Vivaron su nombre, le abrazaron y escucharon sus primeras palabras recordando a “aquellos compañeros y compañeras que siguen dando la batalla en las cárceles”, en clara referencia a los más de 460 presos y presas vascas.
Es interesante aclarar quien es Pablo para tener una dimensión de lo que significa el prolongado conflicto político y armado que durante décadas ha vivido el País Vasco, y que aún sigue sin ser resuelto por la cerrazón criminal de los gobiernos español y francés, a la sazón los invasores de ese territorio.
Gorostiaga fue a la cárcel varias veces por ejercer pura militancia política. Alcalde de su pueblo durante distintas legislaturas entre los años 1980 y 1990, como integrante de la coalición (ahora ilegalizada) Herri Batasuna. Posteriormente, fue integrante del Consejo de Administración de la empresa periodística Orain, que editaba uno de los mejores diarios que ha alumbrado Euskal Herría. Se trata de “Egin”, que llegó a vender decenas de miles de ejemplares y que un aciago día de julio de 1998 una jauría policial encabezada por el juez Baltasar Garzón irrumpió en la redacción, allanó la imprenta, detuvo a varios de sus periodistas y personal de administración y clausuró definitivamente el diario. También, en ese operativo Garzón embistió contra la emisora Egin Irratia, a la que también dio de baja.
Bajo la consigna de Garzón de que “todo es ETA”, Gorostiaga fue detenido durante varios meses, luego lo liberaron tras pagar una millonaria fianza y en mérito además, de haber sido elegido por el voto popular diputado en las listas de una de las tantas formaciones de la izquierda independentista vasca, a la que la Audiencia Nacional Española (cuando no) prohibió en 2002.
Cual perro de presa, Garzón volvió a cruzarse en la vida de Gorostiaga a raíz de un megajuicio denominado 18/98, que se iniciara con la clausura de Egin y que prosiguió durante cinco años, en que el ex superjuez ordenó a la Guardia Civil y la Policía Española, allanar viviendas, detener y enviar a la tortura a decenas de personas (muchos de ellos periodistas, escritores y gente de la cultura) vinculados a la izquierda abertzale. Así, en el 2007, Gorostiaga volvió a ser encarcelado y condenado a ocho años de prisión en duras condiciones para los 65 años que ya cargaba sobre sus espaldas.
A principios de septiembre de 2013 el prisionero político sufrió un golpe adicional. Su compañera de toda la vida, esa que no pudo visitarlo como hubiera querido, por padecer una enfermedad terminal, falleció sin poder verlo. La crueldad del sistema carcelario español le impidió a Pablo darle el último adiós, a pesar de que un juez había aceptado su petición. Sin embargo, en vez de hacer el traslado inmediato, los carceleros y policías comenzaron a pasearlo por varias prisiones para retrasar ese encuentro que finalmente no pudo ser.
Ahora que ha recuperado su libertad nuevamente, y que ha podido disfrutar de abrazos prolongados y llenos de cariño de su querida gente de Laudio. Ahora que con lágrimas en los ojos muchos de los presentes en la plaza del pueblo contemplaron como los nietos de Pablo le ofrecieron un “aurresku” (danza ceremonial vasca) de bienvenida. Ahora que miles de gargantas vivaron a los presos y presas, exigiendo su libertad y que en el pensamiento de muchos, ese puño levantado de Pablo, sonriente, humilde, entregado como siempre a las mejores causas, significa que hay que seguir luchando por la Independencia y el Socialismo. Ahora, a pesar de todos los pesares, le queda otra vez muy claro que vale la pena hacer de la militancia una práctica cotidiana. Que la vida de Pablo, su trayectoria de lucha, ha vencido a la doctrina de la muerte española que durante años tuvo en jueces como Garzón sus abanderados serviciales.
La distancia que separa a Gorostiaga de Garzón es tan inmensa como la diferencia entre la libertad plena y la opresión autoritaria. Por más que el ex juez quiera disfrazarse de “defensor de los derechos humanos”, miles de Pablos están de pie, sin quebrarse, para poner las cosas en su sitio.